De saco sport blanco,
camisa rosa, pantalón negro, zapatos dos tonos brillantes, copetín engomado,
sonrisa de lado a lado va el Vendedor de Huecos por las calles, con su caminar
elegante, vista al frente del camino, mentón al aire, diciendo de su mercancía
los mejores conceptos, definiciones y cualidades. Hasta canta, cada tanto, las
virtudes del producto oculto en el maletín impecable y allí sus dedos tamborilean
rítmicas ofertas, simulando ensoñaciones.
Huecos lleva de todos
los tipos para comerciar a bajo costo, este habilidoso hombrecillo rozagante. “¿Huecos?”
-se pregunta con intriga la gente al escuchar su pregón e inmediatamente piden
ver la mercancía. Otros entregan su paso al escepticismo, pues han creído no
haber comprado uno y piensan que es suficiente constatar en los cientos de
huecos habidos en las calzadas, lastimando yantas, puntas de eje y amortiguadores
de automóviles (amén de los esguinces causados en los tobillos humanos y las
tapitas de tacones desprendidos de los zapatos femeninos) creyendo que han
visto todos los huecos del mundo. También existe una buena cantidad de gente sonriente,
pues ya ha comprado el suyo y lo lleva bien puesto para toda ocasión.
“No se vuelve uno rico vendiendo
estos huecos, sin embargo, algo se hace por el prójimo”. –dice este innovador
de las relaciones mercantiles, mientras observa en el cielo la posición de las
nubes que le sirven de pronosticadoras de prosperidad. Si hay día despejado se
preocupa, pues no habrá dificultades inmediatas que levanten las ventas. Caso
contrario, si hay reuniones anunciadoras de borrascas oscuras, lluvias desencadenadas
y tormentas desenfrenadas, habrá demanda de huecos de emergencia, asaltando el maletín
con osadas peticiones. Es uno de los pocos productos en el mundo, efectivo en días
agoreros.
La gran habilidad del
Vendedor de Huecos está en demostrar la existencia del rubro: es invisible,
nadie lo ve. Logra este hombre, ducho en las más elevadas artes de la venta, materializar
en el tacto de los clientes algo tan, digamos, inusual, extraño, entendido sólo
a través de hondas dinámicas movilizadoras de la subjetividad humana y personal.
“¿Cómo se puede tocar un hueco?” ¿Cómo palpar el vacío? –son las primeras
interrogantes serias que se hace un virtual comprador. “Fácil mis queridos
amigos –exclama el Vendedor de Huecos- sigan mis instrucciones y verán, mejor
dicho, sentirán que todo es posible”. Y así comienzan los clientes a darse
cuenta de cómo las propiedades del hueco están profundamente relacionadas con
sus deseos, anhelos, propósitos, destino. Entonces cada sentir del comprador tiene
un vínculo con el objeto inmarcesible.
La indiferencia (¿Quién
le para bolas a un hueco?), se siente entre los dedos como un áspero y rugoso
vacío. Es la ignorancia, una especie de nada
refrescante, posible de ser tocada sólo si se cierran los ojos con meditación. Como
vapores mentolados ausentes se toca levemente al dogmatismo. Como cuando la circulación
de la sangre se represa en las venas por un rato y luego mana dejando pequeños pinchazos
en la piel, transpira la impasibilidad. La inútil estupidez habida en la
neutralidad se cuela en los oídos, como esos silbidos entre los monos cuando
están lejos. El desinterés se manifiesta como un calor soportable y jazminado. Y
corona este festival de estados insulsos contenidos en el hueco vendido, la
apatía, presentándose como una somnolencia intermitente que nubla a ratos la
visión. “Listo damas y caballeros. He aquí su hueco presto a ser portado por quienes
deseen andar libres de preocupaciones”.
Existen en el mercado un
sin fin de pequeños aparatos de alta tecnología audiovisual, cuyas funciones
apoyan la efectividad del hueco y la pueden hacer perdurable y eterna,
acompañadas de las películas Disney. La eficiencia y gran ventaja se ratifica
porque el cliente no tiene necesidad de doblar el cuerpo para meter la cabeza. Puede
portar su hueco en la postura corporal de su elección. En la casa, en el
trabajo, en la ducha, hasta en el sueño reparador, puede llevarlo puesto ya que
es impermeable, contra quemaduras, raspaduras, escoriaciones (recordemos su
invisibilidad) y le garantiza absoluta tranquilidad. Y está comprobadamente a
prueba de las más horribles tragedias. Ni la contaminación de la Pacha Mama, ni
el inminente peligro de una guerra atómica, ni el horripilante miedo al
coronavirus pueden vencerlo; ni la poderosa mano del mendigo pueden someter su
infalibilidad.
Y así el Vendedor de
Huecos continua por las calles, ofertando, a punta de sonrisas, su increíble
variedad de artículos para todas las edades. Seduce, convence, negocia. Su más
importante habilidad es vender sin que los clientes se den cuenta de su compra.
Es un caso de clientelismo inconsciente. Pocos pueden estar seguros de no haber
comprado.
Muchos huecos en que pensar...
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