jueves, 20 de agosto de 2020

EL VENDEDOR DE HUECOS




De saco sport blanco, camisa rosa, pantalón negro, zapatos dos tonos brillantes, copetín engomado, sonrisa de lado a lado va el Vendedor de Huecos por las calles, con su caminar elegante, vista al frente del camino, mentón al aire, diciendo de su mercancía los mejores conceptos, definiciones y cualidades. Hasta canta, cada tanto, las virtudes del producto oculto en el maletín impecable y allí sus dedos tamborilean rítmicas ofertas, simulando ensoñaciones.


Huecos lleva de todos los tipos para comerciar a bajo costo, este habilidoso hombrecillo rozagante. “¿Huecos?” -se pregunta con intriga la gente al escuchar su pregón e inmediatamente piden ver la mercancía. Otros entregan su paso al escepticismo, pues han creído no haber comprado uno y piensan que es suficiente constatar en los cientos de huecos habidos en las calzadas, lastimando yantas, puntas de eje y amortiguadores de automóviles (amén de los esguinces causados en los tobillos humanos y las tapitas de tacones desprendidos de los zapatos femeninos) creyendo que han visto todos los huecos del mundo. También existe una buena cantidad de gente sonriente, pues ya ha comprado el suyo y lo lleva bien puesto para toda ocasión.


“No se vuelve uno rico vendiendo estos huecos, sin embargo, algo se hace por el prójimo”. –dice este innovador de las relaciones mercantiles, mientras observa en el cielo la posición de las nubes que le sirven de pronosticadoras de prosperidad. Si hay día despejado se preocupa, pues no habrá dificultades inmediatas que levanten las ventas. Caso contrario, si hay reuniones anunciadoras de borrascas oscuras, lluvias desencadenadas y tormentas desenfrenadas, habrá demanda de huecos de emergencia, asaltando el maletín con osadas peticiones. Es uno de los pocos productos en el mundo, efectivo en días agoreros.


La gran habilidad del Vendedor de Huecos está en demostrar la existencia del rubro: es invisible, nadie lo ve. Logra este hombre, ducho en las más elevadas artes de la venta, materializar en el tacto de los clientes algo tan, digamos, inusual, extraño, entendido sólo a través de hondas dinámicas movilizadoras de la subjetividad humana y personal. “¿Cómo se puede tocar un hueco?” ¿Cómo palpar el vacío? –son las primeras interrogantes serias que se hace un virtual comprador. “Fácil mis queridos amigos –exclama el Vendedor de Huecos- sigan mis instrucciones y verán, mejor dicho, sentirán que todo es posible”. Y así comienzan los clientes a darse cuenta de cómo las propiedades del hueco están profundamente relacionadas con sus deseos, anhelos, propósitos, destino. Entonces cada sentir del comprador tiene un vínculo con el objeto inmarcesible.


La indiferencia (¿Quién le para bolas a un hueco?), se siente entre los dedos como un áspero y rugoso vacío. Es la ignorancia, una especie de nada refrescante, posible de ser tocada sólo si se cierran los ojos con meditación. Como vapores mentolados ausentes se toca levemente al dogmatismo. Como cuando la circulación de la sangre se represa en las venas por un rato y luego mana dejando pequeños pinchazos en la piel, transpira la impasibilidad. La inútil estupidez habida en la neutralidad se cuela en los oídos, como esos silbidos entre los monos cuando están lejos. El desinterés se manifiesta como un calor soportable y jazminado. Y corona este festival de estados insulsos contenidos en el hueco vendido, la apatía, presentándose como una somnolencia intermitente que nubla a ratos la visión. “Listo damas y caballeros. He aquí su hueco presto a ser portado por quienes deseen andar libres de preocupaciones”.


Existen en el mercado un sin fin de pequeños aparatos de alta tecnología audiovisual, cuyas funciones apoyan la efectividad del hueco y la pueden hacer perdurable y eterna, acompañadas de las películas Disney. La eficiencia y gran ventaja se ratifica porque el cliente no tiene necesidad de doblar el cuerpo para meter la cabeza. Puede portar su hueco en la postura corporal de su elección. En la casa, en el trabajo, en la ducha, hasta en el sueño reparador, puede llevarlo puesto ya que es impermeable, contra quemaduras, raspaduras, escoriaciones (recordemos su invisibilidad) y le garantiza absoluta tranquilidad. Y está comprobadamente a prueba de las más horribles tragedias. Ni la contaminación de la Pacha Mama, ni el inminente peligro de una guerra atómica, ni el horripilante miedo al coronavirus pueden vencerlo; ni la poderosa mano del mendigo pueden someter su infalibilidad.


Y así el Vendedor de Huecos continua por las calles, ofertando, a punta de sonrisas, su increíble variedad de artículos para todas las edades. Seduce, convence, negocia. Su más importante habilidad es vender sin que los clientes se den cuenta de su compra. Es un caso de clientelismo inconsciente. Pocos pueden estar seguros de no haber comprado.



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