Es
Donald Trump el típico mandatario que señala el fin del
capitalismo. La más clara señal de debacle de un imperio es su
ruina moral y Trump la muestra con saña y descaro. Como el
emperador Tiberio (criminal, vesánico, cínico, cruel, irónico)
marcó el derrumbamiento del imperio romano, infundiendo pavor entre
sus súbditos, preparando la sucesión de los infames Calígula,
Claudio y otros; este Presidente estadounidense, consecuencia de los
dantescos Reagan, Carter, Bush I y II, Obama asume su cargo en medio
del espanto de un mundo occidental fracasado totalmente en sus
proyectos económicos y hundido en la pavorosa incertidumbre habida
en su futuro.
Si
algo trae aprendido Trump es que debe moverse en esa incertidumbre
con una estrategia bien formada y valerse de la poderosa maquinaria
manipuladora, alienante que aún tiene el capitalismo a través de
las llamadas Redes y de sus laboratorios creadores de mentiras
anclados en los medios informativos. Luego de una quiebra económica
que superó, este magnate inició, junto a sus socios, un estudio
preciso y profundo de lo que aliena el mundo y como resultado ingresó
en las esferas del espectáculo para encaramarse en las cadenas
televisivas como tendencia permanente y matriz de interés. Su
ascensión a la política estuvo consagrada por la farándula mundial
que tiene como estrategia favorita el “escándalo”. Para esto
compró ese emporio farsante que defenestra la imagen de la mujer: el
concurso “Miss Universo” y desde allí convirtió su política en
promoción de la banalidad y la superficialidad.