la economía para la Derecha
la
política para la Democracia Cristiana
y la
cultura para la Clase Trabajadora
NICANOR PARRA
Antipoeta chileno
Único en su género
En la novela El Gatopardo del italiano Giuseppe Tomasi de
Lampedusa, un personaje de poderosa influencia social impulsa un cambio de
estructuras para que nada cambie. Esta parece ser la clave de dominio de las
oligarquías y burguesías de la Pacha Mama sobre los pueblos. En el lenguaje de
las hegemonías dominantes se instaló como forma de manipulación gatopardiana la
consigna de que los pueblos despiertan con las revoluciones. ¡Claro! Las
hegemonías controlan esa dialéctica entre andar dormidos y despertar. Entre las
paradojas que se suscitan en esta dinámica, una mirada al pueblo chileno nos
puede ofrecer pistas significativas.
En los últimos sucesos de Chile surge la consigna: “Chile
despertó” y entonces nos preguntamos: ¿Es que acaso el pueblo chileno andaba
dormido? Si el pueblo chileno estaba dormido ¿Quiénes o qué está despertando a
Chile? ¿Quién dice que estaba dormido? Si echamos un vistazo a los aconteceres
históricos del pueblo chileno nos vamos a encontrar con un pueblo heroico que
ha estado despierto luchando por su porvenir.
En Chile hay un pueblo que se levanta bien temprano como
todos los pueblos de la Pacha Mama. Se prepara para las jornadas diarias y sus jefes y jefas de hogar toman sus guarapos para marchar a sus trabajos. Los hijos y las hijas van al anticipado
trabajo o a la afortunada escuela. Es un pueblo inmensamente laborioso que se
levanta mucho antes de que los dueños del poder hegemónico lo hagan. Ese pueblo
del Cobre duro de encontrar, del Mar temperamental, de la poesía profunda, del
desierto cetrino, de la alegría indomable siempre anda despierto.
Los agentes de las hegemonías tienden a
controlar a través de las mediáticas esa oscilación ilusoria entre el dormir y el
despertar de los pueblos. Son esas fuerzas turbias las que dicen cuándo Chile
duerme y cuando despierta, con la finalidad de acomodar el teatro de lo social
a su favor y hacer creer que ha habido cambios. La historia nos dice que cuando
las oligarquías cacarean de que Chile está dormido es porque a ese aparente sueño
lo acompaña el genocidio del pueblo. Y cuando despierta es porque los agentes
hegemónicos buscan crear tinglados ilusorios para torcer la realidad a favor de
las clases poderosas.
Nos seguimos preguntando: ¿Cómo es que Chile despierta
ahora, cuando su pueblo forjó la más estupenda izquierda del siglo XX? Las
tragedias trabajan para el olvido, ocultando del nuevo ojo generacional, el
estupendo trayecto político que llevó a la Unidad Popular (UP) a ganar las
elecciones de 1970 con Salvador Allende como Presidente. Esta epopeya política
se puede considerar la mayor demostración de perfectibilidad de la democracia
conocida hasta ese momento. Antes ninguna izquierda había ganado las
elecciones. La felicidad del pueblo chileno de ese instante aún hoy es
incomparable. Chile era el país más democrático del mundo porque su conciencia
acerca de la participación popular alcanzaba dimensiones continentales ejemplarizantes.
La victoria de la UP se dio por un esfuerzo
multidimensional de la sociedad política organizada en torno a un proyecto
unitario de izquierda y al respaldo del pueblo en las urnas electorales, sin
embargo, contó con la fuerza de un movimiento cultural emanado desde toda la
nación. Chile eran murales, obras de teatro, películas de cine, recitales de poesía,
cantores y cantoras, cuadros pictóricos, esculturas, grabados, vitarles,
tapetes y todo el arte indígena frente a los ojos de su Pacha Mama, desplegados
desde toda la tierra araucana y llegando hasta más allá de sus confines
abyayalos.
Un fiel cancerbero del imperio como Richard Nixon se prendó
de aquella victoria y jamás descansó hasta demolerla. El Departamento de Estado
gringo se convirtió en el sitio de conspiración y agresión por predilección,
para acabar con la democracia chilena y masacrar a la izquierda. Los actos de
bloqueo, chantaje, saboteo, terrorismo se hicieron constantes, mientras un
pueblo despierto y consciente veía en peligro su conquista y alertaba a sus
dirigentes. El caso es que Chile estaba en la agenda del imperialismo como país
número uno a las puertas de las políticas neoliberales y como laboratorio del
tenebroso Plan Cóndor que anegó de torturas, persecuciones, encarcelamientos,
desapariciones forzadas y destierros a los pueblos de países del llamado Cono Sur.
Cuando la artera conspiración trajo como resultado el genocida
Golpe pinochetista de 1973, el pueblo chileno andaba despierto y movilizado.
Las agencias noticiosas de entonces crearon la matriz visual de que la asonada
había paralizado a las organizaciones populares, tratando de mostrar a un
pueblo chileno acobardado, mas no fue así. Hubo respuesta desde el Palacio presidencial
de La Moneda como también la hubo en varios sectores que lograron romper el
terror mediático dictatorial a costa de sus vidas. La dictadura se impuso a
sangre y fuego. Así comenzó el llamado “milagro chileno” que no fue otra cosa
que la imposición del paquete económico neoliberal.
Desde 1973 hasta que se da el plebiscito de 1988 para
restaurar la democracia, el pueblo chileno jamás estuvo dormido. Bajo la
amenaza permanente de cárcel, destierro, persecución, tortura, muerte, el
pueblo chileno se las ingenió para continuar organizado, atizando la esperanza,
avivando la fe, fortaleciendo la movilización, combatiendo el miedo, trabajando
por la unidad, forjando conciencia. En el preludio de la derrota electoral de
Pinochet, de nuevo era lanzada la cantaleta de: “Chile Despierta” con el
objetivo de culpar al pueblo que “andaba dormido”.
Es importante incluir en todo ejercicio de fenomenología política
el caso de Augusto Pinochet. Militante fascista desde su juventud y escriba de
la traición, con la asesoría del Departamento de Estado, supo instalar en la
Fuerza Armada una tendencia autoritaria de felonía secular. Tanta ha sido su
nefasta impronta aerolizada en aquella sociedad que, cuando las oligarquías de la región hablan de crisis y nombran las Fuerzas Armadas, imploran la necesidad de “buscar un Pinochet”. Es un alto desafío para el pueblo
chileno, encontrar espacios de diálogo democrático con esa Fuerza Armada
pinochetizada.
El plebiscito es tal vez la manera más precaria de ejercer
la democracia debido al control que permite a las clases dominantes reducir e
intensionar la consulta a su favor. Hay otras formas constitucionales más
amplias y protagónicas al plebiscito, pero su implementación actual puede ser un
momento de reconocimiento político y acumulación de fuerzas para el pueblo. Las
movilizaciones de 2019-2020, como continuidad de jornadas en años anteriores, han
ganado la propuesta de reformar la Constitución a través de un proceso constituyente no originario. Este logro que pudiera verse magro no fue por arte de magia, ni de la arrogante voluntad derechista.
Dependerá de cómo se continúen movilizando las organizaciones
del pueblo chileno, de la dinamización de los espacios de diálogo entre iguales
en proyectos políticos, de la originalidad con que se busquen y encuentren los escenarios
unitarios, de la insistencia en desenmascarar los planes manipuladores de la
derecha reaccionaria que pretende seguir implantando en Chile un pinochetismo
sin Pinochet, el que se dimensione paulatinamente en la sociedad un ejercicio
democrático emancipatorio; una reconfiguración de las fuerzas sociales que
responda a la mayoría silenciada y sometida a una represión brutal; en que se
abra la posibilidad de expresión a las novedosas políticas multicéntricas
hechas vida en la cotidianidad por el pueblo.
Cuando los pueblos parecen dormidos es que sus pasos
esperanzadores están trabajando en silencio, con el aliento de un despertar permanente
de conciencias. En Chile se siente a un pueblo que va paso a paso, entre
ternuras y andares, riesgos y desafíos, recuperando muy despierto los espacios de lucha hacia una democracia emancipadora. Y allí está presente, en la calle, en las plazas, en el atrevimiento, en
la entrega, con los sentidos en tensión de libertades (trasnochado tal vez, por algún momento
de mirar anticipado) pero dormido jamás.
¡Viva el pueblo chileno!