a
Roberto Fernández Retamar
Padre
poeta
in
memoriam
Érase
una vez la noche
rebeliones
renacían
voces
germinadas en vaguadas
las
esperas despertaban
asaltadas
de amaneceres
y
el poeta ofreció sus ojos
Se
incendió la maldad
como
pasto inservible
de
pasos se llenaron los caminos
la
dignidad cantó el sentido
cielos
dibujaron sonrisas
y
el poeta trajo su impaciencia
la
mano se hizo del lápiz
la
comprensión abrazó la letra
la
palabra fue pan de cada día
¡Han
llegado los libros a las casas!
Dijo
ávida la infancia
y
el poeta sacó su ternura
Entonces
llovieron estrellas
se
inundaron de arcoiris las visiones
de
besos las mejillas de las abuelas
de
buenos días los platos de
comida
en
cada eco una esperanza
y
el poeta extrajo su palabra
los
sueños comenzaron a ser
victorias
a
la vuelta de la esquina la felicidad
al
instante las margaritas llamaban
las
guitarras y sus cuerdas tocaron
insondables
y nacientes cantos
y
el poeta vino con su verso
y
un ramillete de conciencias
una
taza de café y un cuento bueno
acaso
el azúcar de la caña
el
bagazo del trabajo libre
el
triunfo del cincuenta y nueve
y
el poeta escribió su emoción
Todo
este murmullo en esta plaza
es
Calibán como una ventolera
trae
a la historia en los bolsillos
se
alimenta de alegrías y abrazos
apacentan
pegasos en las montañas
y
el poeta trajo sus fusiles
somos
una pandilla de anocheceres bellos
desfaciendo
oscuridades y silencios
desde
entonces nos aguardamos aquí
no
estamos para santos griales
cada
quien trajo su pedazo de universo
y
el poeta sea con nosotros amén