Quienes
abrigamos durante décadas el advenimiento de una revolución jamás
nos imaginamos que este proceso se iba a desplegar de la manera como
lo tenemos ahora en la realidad. Muchos pensaron (con justa razón)
que insistiendo con el foco guerrillero, tomando la Plaza (de la
Revolución) y montando un cuadro de combatientes visibles en el
gobierno, el mandado estaba hecho; luego vendrían las peleas con el
imperio, pero las ganaríamos todas a punta de discursos de nuestros
héroes sobre tribunas en donde el pueblo estaría dando vítores a
cada instante en favor de tal o cual cosa, sin que la burguesía
pudiera hacer nada porque estaría aplastada por el impulso de las
masas, donde los adecos y copeyanos desaparecerían como por arte de
magia. Muy pocos pensaban que las elecciones serían un espacio
social confiable para fortalecer a una revolución. Éste era más o
menos el imaginario general que transcurrió desde la década de los
años 60 del siglo XX hasta hoy y que recibieron en píldoras las
generaciones que han nacido luego. Estas visiones siguen inoculadas
en la cabeza de mucha gente.