sábado, 18 de septiembre de 2021

NANÚFER: UNA MUJER EN LUCHA POR LA VIDA

 





El escritor, definitivamente, no es el dueño de su biblioteca, sino que es su biblioteca la que se ha adueñado de él, repitiéndose en su libro. Se comprenderá la importancia del problema. No es sólo cuestión de cómo apropiarse de sus libros, sino también cómo apropiarse de su propio libro.

JORGE LARROSA


Tendría yo cerca de dos horas en la Biblioteca Metropolitana Simón Rodríguez tratando de escribir una idea que de repente apareció días atrás en esas cavilaciones nudosas aparecidas en noches donde uno cree en que todo lo que pasa por la mente es inútil, vacuo, volátil como la escucha del graznido lejano de un animal  desconocido (ave) o esas voces transformadas por nuestra imaginación en ecos pasajeros, murmullos asustadizos, soplidos indefinibles, crujidos como de cerraduras que no son tales sino la noche estirando sus huesos, porque cuando las ganas de escribir a veces no encuentran asidero en el cómo hacerlo, en el qué camino tomar, pero por sobre todo en el cómo empezar y entonces uno se pregunta repetidas veces qué escribir y no llegan las ideas o la inspiración como dicen algunos investigadores de estas cosas, y se sabe o se sospecha que detrás de esa incertidumbre -que es como una montaña de pensamientos desordenados- está la clave y sin embargo, aun así, uno no accede y luego, sin saber la causa precisa, de pronto esa idea llega, como venida de un sitio insospechado por lo cercano, cerca, tan cerca que no nos percatábamos; de tal manera nos alumbra (o nos oscurece, depende siempre, pues hay ideas lúgubres, opacas, que terminan siendo excelentes ideas) hasta lograr la precisión de un sendero seguro, tan firme de inicio como para afincar con cierta certeza los recursos de la invención e ir logrando ese escribir buscado y encontrado de forma tan inusitada; en esto andaba cuando vi aquel libro sobre una mesa de la Sala de Ciencias.