«Fue
durante el reinado de Jorge III cuando los antedichos personajes
vivieron y disputaron; buenos y malos, hermosos y feos, pobres o
ricos. Todos son iguales ahora.»
Epilogo
del filme Barry Lyndon
No
pocos aficionados al cine consideran al filme Barry Lyndon
(Stanley Kubrick, 1975) como la película más bella jamás
realizada. Es sabido que su director —tal vez el más querido y
reconocido de todos cuantos han habido— se hizo de recursos de alta
tecnología en materia de equipos de cámara y poderosos lentes, para
captar la atmósfera maquillada y almidonada del siglo XVIII y así
poder filmar escenas interiores iluminadas con velas, sin utilizar
focos de luz eléctrica, con el aporte de la excelente fotografía de
John Alcott: ¡todo un prodigio! El resultado tiene 37 años
maravillándonos desde un filme, donde se tomó a la novela de
William M. Thackeray como pretexto, para utilizar la abrumadora
belleza hecha posible a través del cine y así pintarnos una fase
decadente de la clase más espantosa y perversa que haya pisado el
planeta: la oligarquía. ¡Vaya paradoja! Kubrick nos dejó un
filme donde cada fotograma puede ser tomado como un cuadro de alta
galería, como una obra de arte, para abordar la sordidez y fealdad
de un puñado de bellacos adinerados y transformados en nobles y
reyes.