Nada
más extraordinario que la política porque nos permite saber y establecer a
favor de quienes estamos y en contra de quienes pugnamos en el escenario social,
mientras colocamos en arte a nuestra conciencia. Esta dialéctica se dinamiza a
diario frente a nuestros ojos, debido a la velocidad con que los tiempos de la
autopista tecnológica aceleran los sentidos. Apenas con fracciones de segundo
las políticas en el tinglado de la Pacha Mama cambian, mientras pareciera que
todo sigue igual. Esta percepción siempre va a depender del lugar que se ocupe,
la información que se tenga, las posibilidades de diálogo comunicativo que se
puedan establecer, las proximidades a los espacios de decisión, la mediación
cultural que se realice, el indispensable ejercicio memorístico siempre al
vuelo y la conciencia que se tenga expandida para aceptar o rechazar lo que
armoniza o desarticula la percepción de la realidad; toda esta maravilla está
sumergida en un estado de complejidad
inimaginable.
Mientras
viajamos en un vagón del Metro de Caracas, nos apodera ese silencio político
supremo rico en pensamientos analíticos de cómo el gobierno del chileno
Sebastián Piñera, reprime bestialmente a miles de manifestantes en las calles y
campos de aquel país, utilizado los mismos métodos, profiriendo similar llamado
a la guerra, decretando igual estado de excepción y análogos contingentes de
efectivos para disparar contra la población; metódicas que usó el general
Pinochet en décadas pasadas en nombre de una dictadura militar que
supuestamente iba a salvar a la nación. Hoy mientras vemos llegar a voceros
evangélicos prometiendo el juicio final, a personas en acción de mendicidad o a
vendedores de barriletes para endulzar el viaje, caemos en cuenta de que nadie
habla ya del milagro económico chileno. Ya ninguna persona vocifera a los cuatro
vientos en vagones, busetas, esquinas, bodegas las potencialidades de los
empleos en Colombia (donde supuestamente pagaban en dólares por 15 horas
diarias de trabajo sin descanso), mientras en este instante renuncia el
ministro de la defensa Botero, por haber bombardeado un lugar donde murieron 7
niños y el presidente Duque lo despide con el orgullo de que cumplió con el
deber de ser cómplice de cientos de asesinatos por encargo de líderes sociales,
luego de iniciado el proceso desarme de la guerrilla.
Ya en
el vagón, ni el cipayaje más duro pugna de frente contra el presidente Maduro,
mientras se ve al presidente brasileño Jair Bolsonaro aplaudiendo el hambre
entreguista impuesta al pueblo por su gobierno de corte neoliberal, también dispuesto
a caerle encima a toda manifestación que tome las calles, como ya el movimiento
popular ha anunciado. Todo el Abya Yala está convulso y sujeto a tensiones
diversas. En Bolivia la oligarquía (sospechosa de atentado magnicida) pretende tumbar
al presidente Evo Morales, a la par de que en Venezuela se vive una paz que,
pese al bloqueo asesino impuesto por el capitalismo mundial, la hace ver como
la “Suiza de América”, en comparación a un Ecuador parado a duras penas en la
risita de un Lenin Moreno, cuestionado en aceras y calzadas por las
organizaciones del pueblo. La conciencia que nos asiste en la patria de
Bolívar, luego de probarla en el escenario de tres años continuos de acoso
fascista, nos está haciendo ver que el problema va mucho más allá de las contradicciones
internas que nos problematizan. Sin embargo, precisamente, un ejercicio atinado
de la política debe colocarnos en una posición más profunda que vaya más allá
del silencio analítico de un sector del pueblo, cada vez minoritario, que sólo está
viendo revueltas desesperanzadoras.
La sospecha
de que detrás de estas manifestaciones está el tenebroso guante gringo agitando
la cubeta para su guarapo, alza antenas de certeza. Tanto en la aparente debacle
de un Piñera que se tambalea riendo como un borracho aconsejado por Washington,
hasta en la Nicaragua que se prueba con los mismos obuses usados en Venezuela, las
marionetas del Departamento de Estado agitan sus hilos. La misma voz agresiva
que amenaza a Cuba con acerar el bloqueo genocida es la misma que sopla las
orejas del premier de El Salvador, cuyo origen palestino no se debe tomar como
casual, así como tampoco se debe obviar su parecido con el monigote que “autonombró”
la Casa Blanca en Venezuela. Y entonces sería bueno preguntarse, cuál es la
ganancia del pescador yanky en este río revuelto. No es otra que ligar un
rocambol en la situación de Venezuela
porque es aquí donde está en marcha el proyecto político popular transformador
que detiene sus apetencias energéticas. Salvo en Cuba y en Bolivia (donde
pulsan el porvenir grupos ancestrales) en el resto de patrias del Abya Yala
(como Panamá y Haití) parecieran no madurar aún proyectos políticos
emancipatorios. En cada manifestación habida en sus calles, falta la palabra
que gravite más allá de sacar a un presidente derechista. Los factores de
unidad se perciben frágiles y expuestos a las manipulaciones imperiales que son
poderosamente seductoras.
El objetivo de todo este agite donde los agentes
imperiales miran, metiendo mano como en un mercado de lleve dos por el precio de uno, es sin lugar a dudas Venezuela. El Chile
de hoy no se parece tanto a la Chile del año 70 del siglo XX como se parece la
Venezuela actual, porque en su momento, la Unidad Popular encarnó lo que hoy se
ha vuelto esperanza en la nación donde el comandante Hugo Chávez se ha hecho presencia
poderosamente subjetiva. Así como el Nixon de ayer ladraba la salida del
presidente Salvador Allende, el Trump de
hoy rebuzna el acabose del presidente Nicolás Maduro. Distintas las condiciones
geopolíticas, hoy el imperio sin ningún tipo de formalidades diplomáticas,
parece dispuesto a imponer su ley destructiva de pueblos y en Venezuela de
seguro hay un pueblo dispuesto a continuar dando la batalla por su digna memoria
de luchas, junto a un Abya Yala creciendo en conciencia.
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