Azabache, el perro del niño Neyder, corretea
frecuentemente al gallo de una familia vecina. Siempre se les ve en este juego
de animales, cada vez que el gallo cruza el límite de una pared que divide las
casas de ambas familias. Cuando el gallo se devuelve aleteando, Azabache queda
moviendo la cola con la lengua afuera al contemplar algunas plumas que caen
como señal de la huida.
A doce días del decreto de Cuarentena del
Presidente Maduro por la pandemia del Coronavirus el gallo desapareció. La
última vez que alguien lo vio fue en el momento de Azabache corretearlo como
siempre. Tanto no aparecía el gallo que Kary, la mamá de Neyder, ayudó a
buscarlo en algunos rincones cercanos de la comunidad.
El galló desapareció.
Acusaciones veladas cayeron sobre Azabache.
La tarde transcurrió sin el canto sucesivo y nítido del gallo, marcando horas que
nadie se ocupa de calcular, mientras Azabache cumplía con su trabajo de ladrar
a todo el que se acercaba a la casa.
En uno de esos momentos tan rápidos como el
ir y venir de la memoria, María, la abuela de Neyder, subió a la puerta del
callejón para atender algo y Azabache se prendó de su falda ofreciendo saltos animados.
Bajaron con igual celeridad para respetar la cuarentena.
Chillidos fuertes surgieron de Azabache al
regresar, que le hacían retorcer el lomo y tensar las patas. Kary sospechó un
envenenamiento. Leche y aguardiente echaron urgentes por el hocico tratando de
cortar los efectos. La tarde se hacía noche mientras el niño Neyder veía
perplejo a su perro fallecer.
Una presunción cundió en la familia de
Azabache. Carlos, el papá de Neyder, gritó a los dueños del gallo extraviado su
inconformidad y dolor por el envenenamiento del perro, agravando sus palabras
con el sufrimiento del hijo. Solo el silencio palpitaba en la fachada de la
casa vecina. Ojos condolidos veían la mínima respiración de Azabache anunciando
su despedida. Buscaron la caja de cartón y un lugar en el patio para enterrarlo.
Desde el gran espacio de la joven noche el
gallo regresó. Fue directo al sitio acostumbrado para producir rumores y
alegrías discretas. En su habitación, la abuela María recibía un medicamento
inyectado para aliviar el lumbago. Escaleras arriba, una familia cantaba un
cumpleaños. El cuarto creciente de la luna alcanzaba cielo como una sonrisa de
terciopelo.
Excelente relato y muy buena narración, inmediatamente me llevo al recuerdo del hombre que perdió su gato y fue a un brujo, este le dijo no busque mas a su gato este se lo envenenaron un vecino que le tiene envidia y el hombre responde pero como va ser esto posible? si el gato que se me perdió es con el que cambio los cauchos de mi carro.
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