Lo
culturalmente dedicado a niños y niñas es relativamente moderno. En
los llamados periodos de antigüedad y edad media, la infancia era un
tránsito humano muy difícil, por las enfermedades y por el
maltrato. Todas las mitologías de las culturas europeas están
llenas de historias donde dioses y reyes planean asesinar recién
nacidos por temor a ser desplazados de sus reinos. En Roma los sumos
sacerdotes asesinaban a los varones catalogados de «elegidos»
al mirarlos a los ojos, porque venían a enfrentar sus poderes.
Cuando El Nazareno dijo: «Dejad que los
niños se acerquen a mí», estaba
expresando algo verdaderamente revolucionario, por esto Herodes ya lo
había matado mil veces en el dolor de otros niños. Lo que hoy
llamamos «cuentos infantiles»
no tiene ese origen. Eran historias que según el estudioso ruso
Vladimir Proff, explicaban los ritos iniciáticos y luego tornaron
hacia la crítica social.
El
niño en el cuento infantil llamado clásico
es víctima (Hansel y Gretel) por lo cual el argumento es una
denuncia. La tendencia infantil (cuento para niños—discriminada la
niña) deviene paulatinamente luego de la revolución francesa,
cuando mujeres e infancia entran en la ciudadanía; como pasa con el
llamado género literario de terror
que en su trascendencia y calidad, no tiene origen ni finalidad
infantiles. Si el gran escritor estadounidense Edgar Allan Poe
escuchara que sus cuentos entretienen hoy a niños y niñas volvería
a morir pero de la risa. Igual pasa con el cine. Una película de
“terror” buena para la infancia y adolescencia tiene que ser
“divertida”. Los grandes filmes de terror son abominados por
niños y niñas, porque están pensados y producidos para la adultez;
mientras más rechazo infantil-juvenil el filme tiene mayor calidad
porque es “aburrido”.
TÉCNICA
Y ARTE A FAVOR DEL TERROR
Ningún
filme de terror como El Resplandor
(1980). Tomando un texto del escritor Stephen King, el gran
realizador Stanley Kubrick nos deja esta muestra de alta calidad
cinematográfica. Desde la primera secuencia el clima va integrando a
la audiencia en un contexto de «soledad
fílmica» envolvente. Es imposible no
dejarse ir en esa deriva sobre el lago, acompañada de una danza
musical (compuesta por Wendy Carlos) que nos ofrece lentitud,
languidez, símbolo del alma del escritor Jack
Torrence (Jack Nicholson) que busca la
nada en un sitio completamente
desconocido (propio del estadounidense de clase media) arrastrado por
una mezcla de soledad, curiosidad y conformismo.
El
hotel Overlook es la escena toda y a la vez todo el filme. Kubrick
logra que el hotel no sea como lo vemos sino como lo comenzamos a
imaginar. Después de ver el filme, aquel sitio se nos queda por
varias semanas en la memoria, con el terror que produjo. Lo vemos con
el iniciático invierno cayendo y las capas de nieve colgándose de
un blanco invasor en las montañas. Los legendarios «travellings»
hechos cuando el niño Danny Torrance
(Danny Lloyd) recorre los pasillos
montado en su triciclo con un ruido arrollador, provocan que la
desmesura de la estancia la sintamos mucho más grande y enigmática.
Tales escenas fueron logradas con un dispositivo de cámara inventado
por Garrett Brown.
Utiliza
Kubrick la metáfora del mítico Laberinto
de Creta, valiéndose de la
psicoanalítica imagen mental de un Jack
maquinando castigos y perversidades
contra Wendy su mujer (Shelley Duvall) y su hijo Danny, quienes
recorren saludablemente un jardín en forma de laberinto que está en
el patio del Hotel. Se trata de la maldad creciendo en el alma de un
ser aquejado por una perturbación psíquica, frente a la inocencia
que busca adaptarse a un sitio poseído por un maleficio perenne y
desconocido. Las recurrentes escenas del «baño
de sangre» que baja por la escalera
—en el filme, la sangre es un personaje con sobriedad—
acompañadas de un sonido vibrante, acrecientan el terror con
sensaciones de premonición inigualables. Igual ruido impacta y
contribuye con la tensión de la audiencia, un martilleo seco,
constante, aunque sólo se trata de Jack
golpeando la pared con una pelotica de goma, mostrando con su tedio
la patología oculta.
UNIDOS
POR «EL RESPLANDOR»
Hay
ejemplos de ternura en el terror clásico, a saber: la del Dr.
Frankenstein hacia el Monstruo, la del conde Drakula hacia sus
damiselas; así hay ternura entre Danny
y el cocinero Dick Halloran
(Scatman Crothers) unidos por El
Resplandor. Es una habilidad telepática
que permite el diálogo mental con los iguales, la compresión del
mundo y la anticipación a través de visiones que ya el viejo
afroamericano controlaba y Danny
mediaba a través de su amigo imaginario «Tony».
Este prodigio nos solidariza con el filme y organiza nuestras
tensiones, ya que alguna vez hemos experimentado este tipo de
circunstancias sobrenaturales. ¿Quién alguna vez no ha sentido una
voz interior conocida o desconocida hablándole con
presentimiento?¿Cuántos no hemos hecho ejercicios tele-kinésicos
en búsqueda de aproximarnos a manifestaciones físicas
sobrenaturales? ¿Cuánta sincronicidad
no pasa por nuestra experiencia diaria,
sin que nos detengamos a reflexionarla?
El
Hotel era gobernado por fuerzas del mal que fueron advertidas
parcialmente por el gerente hotelero (Barry Nelson) sin que Jack
estimara peligro, mientras su hijo Danny
presentía lo que se venían sobre sus
realidades desde visiones fantasmagóricas. El viejo Dick
quedó comunicado con el niño, de Colorado a Florida, a través de
su habilidad común porque la tragedia se aproximaba y parecía no
haber manera de detenerla. Seguimos a Jack
en su paso del mal humor a la locura, de la amenaza al maltrato, de
la persecución al CRIMEN, mientras Danny
escribía esta palabra (inglés) en un espejo como metáfora de
«habitación roja».
¡La sangre estaba echada!
DEL
MIEDO AL TERROR
Como
en todo filme hay un casting
por el cual pasan varios actores y actrices desde la reflexión de
directores y productores; pudieron haber sido Robert de Niro (Jack) o
Jessica Lange (Wendy), sin embargo, la simbiosis actoral del filme
lograda es sobresaliente. Este escritor enloquecido no pudo haber
sido otro que Jack Nicholson, así como esa mujer débil, sumisa y
vulnerable jamás hubiese sido otra diferente a Shelley Duvall, quien
repitió 127 veces la escena en la cual se defiende con un bate de
beisbol de su marido enloquecido, subiendo de espaldas una escalera.
El terror expresado por el personaje Wendy
es conmovedor hasta el punto que la escena del baño (ícono de los
filmes de terror) provoca la exasperación de la audiencia.
Era
ya laureado Nicholson cuando acometió este trabajo actoral, sin
embargo, no hay duda que este logro marcó por mucho tiempo su
carrera. La alta temperatura terrorífica acrecentada al final del
filme es lograda en buena parte por el extraordinario histrionismo
expresado en el personaje Jack Torrence.
Aunque su motivación criminal fue argumentada sobre la base del «mal
de montaña», no queda la menor duda
que del escritor se apoderó un deseo de matar a su esposa y a su
hijo.
La
figura infantil a través del personaje Danny
es tratada con respeto y dignidad. Se reivindica su habilidad
telepática, el martirio por las premoniciones fantasmales que sufre
y su inteligencia para burlar las situaciones peligrosas. La
intervención sobrenatural en la trama se refiere en buena parte del
filme a su telepatía, aunque la madre las observa y al final
presencia el desencadenamiento de la malignidad del Hotel. La
concepción de la escena donde Jack persigue a Danny en el laberinto
lleno de nieve y la manera como el niño desvía el recorrido son
inigualables, así como la cojera
que observa el criminal, cuya estampa recuerda a todos los jorobados
televisivos, imaginados en las noches de insomnio. La fotografía
final refiere el eterno retorno.
Nuestro
agradecimiento al Semanario Las Verdades de Miguel por la publicación
del presente artículo en el año 2011
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