Hace
un par de años, quizás tres, un compañero de trabajo nos refería con cierta nostalgia,
cómo llegó a ser fanático de una actividad tan brutal como el boxeo, motivo por
el cual, hoy no debía ser catalogada como deporte. Él hacía su comentario tras revisitar
en internet ese prodigio de pelea cuerpo a cuerpo que fue el célebre combate
Alí-Foreman llevado a cabo en Zaire, país africano.
Nuestra
conclusión fue sencilla: la pasión boxística albergada, estaba casi
absolutamente centrada en la figura de Muhammad Alí. Ganador de la medalla olímpica
en Roma 1960 en el peso semicompleto para su país -los Estados Unidos EEUU- cuando
se llamaba Cassius Clay, confesó en varias oportunidades haber constatado el
poco valor que tenía para su sociedad aquel logro. Luego hizo una carrera meteórica
en el llamado boxeo profesional con una estrategia propagandística de actitud
psicológica y teatral que tal vez vio en la fantástica película hollywoodense Lord
Jim (Walsh, 1942), traducida como “Un Caballero Audaz” con el actor Erroll
Flynn. Aquella actitud gritona, desafiante, burlesca hacia sus rivales y hacia
la prensa, le valió el título de Bocazas o Bocón. Muchas veces se dijo que Alí
ganaba las peleas antes de subir al cuadrilátero.
Clay
(Alí) derrotó uno a uno, a los mejores del ranking, hasta ganar al campeón
mundial Sonny Liston en febrero de 1964 y, luego de volverlo a derrotar en la
revancha, se convirtió a la religión del islam cambiando su nombre por el de
Muhammad Alí. Fue el primer boxeador estadounidense en fijar una posición
política al declararse objetor de conciencia y negarse a ir a la guerra del
Vietnam. Por esto fue despojado de su título y encarcelado. Al salir de prisión
tomó de nuevo las riendas de su carrera y se encontró con un gran rival: Joe
Fraizer, con quien disputó tres peleas memorables y perdió su invicto. Sin
embargo, la pelea que merece este artículo la protagonizó con George Foreman.
El
gigantón Foreman era el campeón mundial a raíz de triturar a golpes a Frazier
y a Ken Norton (en Venezuela), ambos vencedores de Alí. La publicidad mundial de la
millonaria pelea centró la atención en la promoción de un Foreman imperialista,
gubernamental, gringo, superdotado, endoracista, bélico porque había estado con el cuerpo de
marines en la guerra de Vietnam; en cambio se proyectó a un Alí contestatario,
rebelde, progresista, objetor, izquierdoso, (amigo de Malcom X) recordando su
luminario paso por la lucha de los derechos civiles en los EEUU de los años 60
del siglo XX: era el campeón del pueblo. Todo esto garantizaba la obtención de miles
de millones de dólares en ganancias para los bolsillos de las mafias
boxísticas. Se explotó hasta la saciedad la superioridad física de Foreman,
quien salió como favorito (en las apuestas) por su demoledora pegada. Alí fue promocionado
como un peleador en decadencia, viejo, débil pero siempre rentablemente carismático. Era el favorito sentimental, de allí que los empresarios decidieron que ambos peleadores ganarían la misma suma en millones de dólares; Foreman protestó como campeón.
El 25
de septiembre de 1974 se efectuó el combate en Kinshasa, capital de Zaire. Ante
los ojos atónitos del mundo paralizado por aquella pelea, Alí acabó con Foreman
en siete asaltos con una estrategia que aún se estudia entre quienes siguen esta
actividad. Alí utilizó un planteamiento de apariencia, un señuelo que engañó a
muchos espectadores (incluso a algunos de sus seguidores), con énfasis en quienes anhelaban verlo
caer y sobre todo obnubiló al mismo Foreman. Se demostró cómo un bombardeo de propaganda
alienante puede afectar la visión objetiva que la realidad muestra en primer plano.
Al iniciar
la pelea, Foreman salió como una fiera a cazar a su presa (era su estilo) y Alí
fue a esperarlo en las cuerdas como si se creyera la víctima que caería en
cualquier momento. Alí no saldría de las cuerdas hasta ver a su rival encorvado
como un chubisco aplastado a sus pies. Muchos y muchas de quienes vieron caer a
Foreman liquidado en la lona no se dieron cuenta de la paliza que había recibido,
porque estaban concentrados en la andanada de golpes que lanzaba,
muchos de ellos erráticos. Eran los golpes que el bombardeo de publicidad había
puesto en el imaginario de todos y todas como los letales, los millonarios, los
ganadores, los agresivos, los invasores y que muchos y muchas veían como ¡los
únicos!. Mientras Alí pasaba la mayoría de aquellas brazadas torpes que lanzaba
Foreman con geniales y subestimadas inclinaciones de cintura, haciendo que cayeran sobre su cuerpo sin daño letal o al
aire (el gigantón jamás fue un gran boxeador), lanzaba al mismo tiempo toda clase de golpes a las zonas
vitales del campeón, las cuales iban afectando su humanidad, pero lo más asombroso era
que … ¡Pocos, poquísimos los veían!, porque la enorme publicidad los subestimó,
los colocó en la alienación, los invisibilizó. Todos los golpes que lanzó
Foreman lo fueron cansando.
Quienes
más resintieron esta crisis de percepción fueron los narradores y comentaristas
deportivos (lacayos de las empresas boxísticas) que vieron siempre ganador a Foreman
y coreaban sus zarpazos inútiles con expresiones de ridículo asombro. Sólo
vieron ganador a Alí hasta que un golpe de remate derrumbó a Foreman como a un
verdadero “paquete” (denominación que se usa para referir a un boxeador
que no tiene nada que buscar en una pelea). Por boca de estos fablistanes escuchamos:
“¡No lo podemos creer!”. En la lona, hecho un guiñapo, Foreman tampoco lo podía
creer.
Varias
tácticas utilizó y asimiló Alí para darnos aquella lección, a saber: recibir
los golpes del contrario con conciencia (saber cuál golpeó en realidad y cuál
no), hacer pasar la mayoría de sus golpes mientras el contrario cree que han
sido efectivos, golpear seguido con la contundencia necesaria a sus partes
esenciales para minar su fortaleza, provocar que lance muchos golpes para que
se canse. Con estas tácticas reales, Alí acabó con un rival que se creyó (o
hicieron creer) superior, a través de tácticas creadas en laboratorios
publicitarios dirigidas al imaginario de la gente. También, el resultado de esta pelea nos demostró que perdió la prepotencia y ganó el sentimiento.
Los
pueblos del mundo siempre han enfrentado a imperios poderosos pero en este siglo XXI enfrentan al imperialismo que tiene todos los poderes bélicos nunca vistos; basa
su dominio ese monstruo (como todos los de su especie) en la intimidación que
produce la fuerza. Golpea el imperio, golpea a los pueblos que contra las
cuerdas reciben esa andanada de diferente manera. ¿Tienen conciencia los
pueblos de esos golpes? ¿Golpean los pueblos mientras reciben los golpes? ¿Cómo
golpean los pueblos en este instante? ¿Pasan los pueblos los golpes del
imperialismo? Es interesante ver con detenimiento qué está pasando a ese imperialismo
mientras golpea a los pueblos y observar con mucho más detenimiento, sin
subestimaciones, qué pasa a los pueblos mientras son golpeados por el imperialismo
¿Golpean los pueblos?
Magnífico ensayo sobre un deporte detestable, aunque más golpes da el hambre.
ResponderEliminarAcaso lo mejor la interrogante o más bien la sugerencia con la que cierra. Verdadero KOT.
Luis Britto García