viernes, 27 de enero de 2017

CON LA NOCHE POR LUZ


Lo importante no es haber perdido el pecho en una cuita de amor sino perder a la mujer que uno ama. Ambas cosas vienen juntas. Uno sabe la única razón por la cual ha perdido el pecho, pero jamás querrá saber por qué ha perdido a la mujer. Saberlo significa algo parecido a la locura. Al final no importa, la mujer se fue y punto, y aunque uno puede perder el pecho por cualquier cosa, perder el pecho por una mujer no es cualquier cosa.

La verdadera perdida de pecho se experimenta en la noche. El día puede servir hasta para llorar, para revolcar toda la pena en el hombro de la amistad, para recordar sosegadamente e incluso para jugar a enloquecer; y la luz del sol puede remarcar las ojeras dibujadas en insomnios, pero es en la noche donde se sabe la intensidad, donde se sabe la verdad, donde no hay luna que te alumbre.

Con la llegada de la noche, la pérdida de pecho cobra una dimensión inenarrable, de no querer llegar a esa hora, a ese momento, a ese instante eterno en el cual todo, absolutamente todo se vuelve ausencia, en donde la memoria se vuelve nunca. Quien ha sentido la helada ausencia provocada por una noche de extraviado pecho, podrá saber el real significado del nadir en el desierto de sí mismo.

Aunque uno o varios tragos de licor nunca podrán regresar a la mujer, cómo alivian el pecho extraviado, cómo traen –desde el delirio- todas la imágenes de falsas esperanzas, de anhelos agónicos, de una fe pantanosa adherida a la faz del espejo sin rostro en el cual nos hemos convertido.  Esa libación enloquecida y sin remedio tampoco podrá recuperar el pecho, pero puede abrir varios caminos para un nuevo encuentro.

Se supone que una pérdida de pecho culmina con el encuentro de éste en el sitio menos imaginado y en un momento desconocido, pero hay en ese extravío una sensación de lesión eterna catalogada como incurable. Sin duda es un mal cuya perennidad puede ser aliviada, sustituida, suplantada, disimulada pero nunca sanada. Cicatriza esa herida, es cierto, pero su rastro imperceptible se parece a una huella dactilar dejada en un asesinato, donde nos queda la abominable sensación de ser criminal y victima a un mismo tiempo.

Del poemario inédito Con la Noche por Luz