De su espera jamás supe antes. Apenas una calle húmeda, un pedazo de noche iluminado al sesgo por una bombilla titilante, ese estado usual muchas veces llamado soledad en nuestros desconocidos andares y sus pasos de tacón alto venidos hacia mí como una cadena de sobresaltos. Pegó su cuerpo al mío con fuerza y sin violencia como si buscara dejarme escapar antes de atraparme. Cuando sus ojos entraron en los míos supe de su antigüedad en mi destino, me enteré de su búsqueda de mí. ¿Cómo era posible? Jamás saberse encontrado de esta manera. Las palabas se me transformaron en caricias invisibles. Le narré mi vida con el aliento y palpitares de mi corazón brotados como campanadas secretas le dijeron de mis terrores ancestrales. De sus labios sólo se filtraba como una ninfa, un sigiloso deseo cuyo abrazo me transformó en el universo mismo. Antes de ver cómo su figura se perdía al final de una escalera interminable tragada por sus pasos imposibles de detener, supe de su beso, sólo posible de narrar si toda esa noche la hubiese podido guardar a cada instante en alguna vasija de mi recuerdo.