jueves, 3 de mayo de 2018

MIGUEL Y LO IMPERECEDERO DE LA AMISTAD





La ilusión del elegido ha sido materia de conocimiento y aprendizaje en el pensamiento occidental. Se trata de ése o ésa que vino a nuestros haceres a traer en sus actitudes y acciones mensajes de cambios y transformaciones. Desde el mapa de conceptos de la racionalidad podemos dinamizar dos metáforas: una es mesías (referido al “esperado”), la otra es mesianismo (relativo a la práctica de esperar al mesías). En la palabra lectoescriturada ha quedado significada la dimensión de esos seres que maravillan y al conocerlos parecen el “esperado”; que además tienen un signo tangible, inequívoco en su vida (una vez se revelan ante nuestros ojos): la brevedad. 

Mucho antes de esta sensación de “elegido” que algunos tienen del comandante Hugo Chávez, ya habían pasado por nuestras vidas seres humanos con este signo. La religiosidad nos ayuda a configurar esta dimensión. Alguien nos narró que un grupo de jóvenes de Venezuela escuchó en Cuba, del mismo Comandante Fidel Castro, su testimonio de que Chávez había vivido muy rápido y que debíamos aprovechar su legado. En días pasados, en una conversación televisiva entre el ex presidente ecuatoriano Rafael Correa y el cantor cubano Silvio Rodríguez, al referir la memoria de nuestro héroe de Sabaneta, ambos coincidieron en haber conocido a un ser muy especial.

Conocemos seres especiales en la vida del pueblo que somos y mucha gente no se da cuenta del hado singular que poseen hasta su siembra definitiva, ocurrida no pocas veces con la prontitud que desencadena congoja e infortunio (la mayoría ni siquiera se entera). Al cambiar de plano, nuestra perplejidad nos hace ver en ellos tantas cosas; como si aprendieron todo a ráfagas de vida; como si fuimos nosotros (sin saberlo) quienes le dimos la clave para su sabiduría; como si fueron ellos los poseedores de pistas que encontraron paulatinamente y que las descubrimos sólo cuando irrumpe eso inextricable que llamamos muerte; como si nacieron aprendidos; como si su presencia hubiese ocupado la vida de un inmenso colectivo de gente que esperaba sus maravillas; como si su presencia y paso por el mundo hubiese dejado un distanciamiento inaceptable. Esto lo podemos testimoniar de Miguel Rivera Mendoza.

Imperecedera amistad pudimos dimensionar con Miguel. Transgresor, heurístico, filósofo, investigador, pensador, subversivo, orador fabuloso, fino escritor, político, visionario, revolucionario, poeta y muchas otras aptitudes podemos encontrar en la vida de este pana para un recuerdo eterno. Sus amigos y vecinos del Barrio Mamera de la parroquia Antímano aún lo recuerdan signado para grandes episodios sociales, en demostración de que el pueblo (como la infancia) no se equivoca.

Cuando apenas nos elevábamos desde su visión cósmica hasta lo que nos diera la gana de hacer (su gran virtud fue hacernos ver que la vida no podía estar subordinada a nada que no sometiéramos a nuestra voluntad y conciencia) el derrumbe más atroz de la transparencia, la sorpresiva estocada transfigurada en quiebre corazonado de dolor absurdo se abatió sobre su existencia (y la nuestra) y nos dejó en este plano, un reguero infinito de mensajes que cada quien tomó del ser que le ha tocado ser.

Sencillas huellas memoriosas para quien nos envió, desde la traviesa brevedad del cosmos, todo lo humano que puede ser lo humano, en favor de la amistad, de la poética y de la vida.