Si
es casi imposible una biblioteca que contenga todos los libros escritos en el
mundo conocido, también es imposible un libro que contenga todas las
bibliotecas habidas. Este libro existe mas no existe en ninguna biblioteca formal.
Luego
de vivir la mitad de la vida normal de un hombre y emprender un largo viaje
llevado en el filo de una historia contada a su curiosidad por un lector del I
Ching en la Plaza Catia de Caracas, Juan Caramacaipo llegó a una
tierra llamada Trujillo, hogar de Los Momois. Escrutó los ríos circundantes con
sus aguas apacibles, sitios revelados como hogar de estos seres.
Al
fin, antes de ser entregado al sueño en una noche clara de luna a la intemperie,
escuchó extraños ruidos en el portal de su oreja izquierda; eran algunos momois
prometiéndole, entre murmullos mentales, guiatura y anfictionía. No eran tan
diferentes de como los había imaginado, aunque no le parecieron momois auténticos sino figuras alucinantes. Eran tan
diminutos como serios.
Adivinos
y presagiadores, los momois le entregaron el libro. Volumen hecho de las cáscaras
resecas de un panal de avispas con dos hojas del árbol rastrero de la auyama
como tapas. Mientras trataba de codificar aquella inmensa sabiduría, los
tiempos agradecieron su visita y su cuerpo fue consumido por el polen y el
rocío.
Desde
entonces, Juan, o la memoria de lo que fue él, trata de reconocerse en rústicas
figuras de cerámica vendidas en los mercados, en vagos paseos a través de las
aguas heladas y en el oficio de encantar muchachas sumergidas en lagunas
transparentes. Transformadas en diosas.