jueves, 29 de diciembre de 2016

AQUÍ NO SE REGALA NADA


Fue dueño del 80% del petróleo venezolano

En una de las tantas incursiones que hizo en Venezuela, al magnate multimillonario estadounidense Nelson Aldrich Rockefeller le fue preguntada cuál era la palabra que más vende en el capitalismo y él respondió: “La que más vende en todo el capitalismo es la palabra GRATIS (Free)”. Muchos cayeron en la sorpresa entonces, pues aún no estaban en la posibilidad de comprender las infinitas dotes y virtudes que tiene el capitalismo para preservarse y perpetuarse a costa de los demás. Se vendió en la mediática, la gracia del opulento que gozaba su victoria.

El capitalismo es tanto más efectivo, no sólo cuando invierte muy poco o nada (que lo sabe hacer a la perfección) para obtener ganancias inimaginables, sino cuando nos hace creer que somos nosotros quienes recibimos sin invertir y sin hacer ningún esfuerzo y sin vender nuestra alma al diablo; como en realidad sucede. Allí el capitalismo da muestras del inmenso dominio que tiene sobre las mentes de las sociedades y de los individuos. Cuando N. Rockefeller confesó que es la palabra GRATIS la que más vende en el capitalismo, demostró con el mayor desparpajo, frente a nuestros ojos ciegos, que el sistema capitalista está sostenido por miles de millones de ardides engañosos que nosotros pasamos a creer y COMPRAR mansamente (y hasta con atronadores aplausos).

Este Rockefeller, perteneciente a una cuna orificada de herederos multimillonarios, pasaba como filántropo en Venezuela, apareciendo en las clásicas obras de beneficencia de la “high society” criolla, reseñadas en las páginas sociales de los periódicos, cuando en realidad era dueño del 80% del petróleo habido en nuestro suelo a través de la compañía gringa Standard Oil y sus filiales que son propiedad de su familia. Como buen capitalista, el “pana” Nelson, siempre nos hizo creer que era un hombre… “bueno”...

Cuando vemos la palabra GRATIS en todas las exhibiciones, los ciudadanos del mundo pensamos que el capitalismo nos está regalando algo, sobre todo, si aplicamos la traducción en castellano: gratis = “sin costo”. Aunque la ganancia ideológica mucho mayor parece estar en todo Estados Unidos, porque allí “gratis” (free) es traducción literal de “libre”; algo que ha sido dejado para que el hombre con suerte lo obtenga. El “gratis” que se nos ofrece en este lado Sur de América, lleva el sello ideológico de: “Usted se lo ganó porque trabajó”, en cambio, allá en el Norte, la marca es: “Usted se lo ganó porque es un hombre con suerte”. A nosotros se nos trata de “flojos”, “holgazanes”, “vivianes”, por esto nos premian, porque le hicimos el trabajo al capitalismo que, supuestamente, a muchos no les gusta hacer. A los norteños les dicen: “activos”, “voluntariosos”, “fuertes”, “aventureros” y como, supuestamente, todos allá sí saben trabajar, a quienes corresponda la “suerte” les sale “libre” (free). Debiera estar claro que la confesión de Rockefeller despierta la llamada fiebre del emprendimiento capitalista. Desde el más exitoso empresario, la fila de ágiles gerentes, los tenderos de los mercados libres, hasta el buhonero más esforzado y modesto pasan a creerse émulos de aquel alcalde de Nueva York que fuera amigo íntimo del ex presidente Rómulo Betancourt y a quien, desde los tiempos en que sus abuelos fueron socios del general Juan Vicente Gómez, toda inversión en Venezuela le salía prácticamente de gratis.

La suerte es ciega: ¿y usted?

La suerte es ciega: ¿y usted?
Durante una mañana del mes de enero de mis ocho años, me correspondió presenciar una dura reprimenda ciudadana. En las Lomas de Urdaneta natal de Catia, en Caracas, vi cómo un viejo de mi bloque 12, apaleaba con una vera encebada a un hombre joven que ofrecía “el lorito de la suerte”. Con duras palabras, aunque sin pronunciar ninguna procacidad, aqauel abuelo hizo correr a un tipo que mostraba una cajita con pequeños papeles doblados, donde se suponía estaban escritas frases sortarias y rondaba un pequeño loro que silbaba y le remedaba algunas palabras. El ave estaba entrenada para tomar uno de los papelitos y ofrecerlo a cualquier incauto que jugase y pagara un módico importe. Pájaro y ofertante desaparecieron con la arremetida. De aquel curioso episodio quedó en mi recuerdo, para siempre, la exclamación: “¡Anda a trabajar!” que gritaba éticamente el abuelo muchas veces en su ira.

Aquel abuelo representaba la lucha que dieron algunos venezolanos por defender la productividad del trabajo frente a lo que hoy se llama el modelo rentista. A inicios de los años 60, cuando el puntofijismo se apoderaba del devenir político, todavía había en Venezuela un alto concepto del trabajo, debido a la enorme migración campesina que tenía ya tres décadas llenando a las ciudades de gente venida de los campos diezmados por el latifundio. Dedicarse a la buhonería y otros oficios que no evidenciaran el esfuerzo físico, el empleo y el salario era visto con muy malos ojos por aquella ciudadanía amante del esfuerzo y del sudor de la frente con que debe ganarse el pan. Los poquísimos buhoneros que comenzaban a atreverse a tomar las calles de las principales ciudades eran echados al desprestigio y tratados de flojos. Eran épocas donde existían boticas y pulperías en las cuales se repartían, a los niños mandaderos, las “ñapas” que significaban ese diminuto “gratis de Rockefeller” que promovía el capitalismo hasta en sus más recónditos lugares.

¿Qué mal le haces, bachaco, a la economía?

¿QUÉ MAL LE HACES, BACHACO, A LA ECONOMÍA?
La consolidación del modelo burgués (“ta’barato dame dos”) terminó arrinconando el prestigio del trabajo defendido por generaciones de venezolanos y, junto al desarrollo de una banca especulativa, la monopolización de la distribución de alimentos en manos de un par de familias ricas, la corrupción de las instituciones públicas, la buhonería y otras actividades similares de poca productividad fueron llenando las calles de las principales ciudades hasta apoderarse de una parte significativa de la distribución de alimentos, en lo que se da en llamar “bachaqueo”. Esta actividad fantasmal de la economía, intermediaria del sector terciario, no es nueva y es financiada con capital privado de diversa y hasta dudosa procedencia. Por esta razón no es extraño ver los ventorrillos de la llamada “economía informal” al lado de una mediana o gran tienda comercial en calles y bulevares, conviviendo en una relación simbiótica. La enorme y dinámica versatilidad que poseen los movimientos de la economía informal (“bachaqueo”) hace que crezca su actividad, en tanto los mecanismos de la macro economía (banca) impulsan una crisis. Recordemos cómo el “bachaqueo” se instauró visiblemente en nuestras calles en meses posteriores a los sucesos del 27 de febrero 89; y si no fue llamado así, fue porque los grandes grupos económicos que trataban de acomodarse frente aquella crisis que provocó el pueblo en la calle, no pudieron sacar partido a esa actividad como para fortalecer una gran matriz de opinión.

La llamada economía informal siempre ha sido un ejército de reserva del capitalismo y en su forma actual llamada “bachaqueo”, especula abiertamente con los productos alimentarios con pingües ganancias porque durante décadas, sus mercaderes, han logrado formar una estructura cuya solidez y poder articulador es sorprendente. No pocos ciudadanos culpan al gobierno de la ineficiencia frente a este “fenómeno del bachaqueo”, sin reparar la inimaginable estructura que representa en los actuales momentos, en donde se colocan, desde el negociante del gran capital que compra y oferta, el agente de policía que matraquea, la oculta red distribuidora, los  funcionarios que se hacen de la vista gorda, hasta los vendedores directos que se hacen visibles o invisibles según la circunstancia.

Los participantes de esta buhonería, con cara abúlica o atenta desde sus ventorrillos, tienen perfectamente claros sus objetivos y funciones desde su colocación en la economía. Esta es una clase económica aparentemente poco explorada por los factores investigativos de la sociedad, sin embargo, salvo políticas excepciones, es un ejército económico que se las juega a favor del capitalismo y sus reglas. La voracidad y especulación de sus precios es consultada en el nefasto “Dólar Today”. Se creen pequeños Rockefeller (o sea, empresarios), su nivel de competencia desdice cualquier ética (dignos sucedáneos del capitalismo), son enemigos del empleo, de la socioproductividad y del trabajo, al cual confunden con lo que hacen.

Sería tal vez un terrible eufemismo decir que en Venezuela hay una guerra económica, cuando sabemos que todo el capitalismo, como sistema hegemónico se monta sobre una gran guerra permanente y demencial contra todos los pueblos y el planeta en su integralidad: esto desde siempre. Cuando este tránsito de “guerra económica” se agudizó en Venezuela, como plan del imperialismo y de la burguesía interna, en muchos ventorrillos de la “buhonería-economía informal-bachaqueo” y en no pocos comercios colocaron un cartel que dice: AQUÍ NO SE REGALA NADA. Este cartel ha tenido como finalidad, rechazar a los compatriotas en mayor condición de vulnerabilidad producto de la guerra. Es ésta la forma de evocar al Nelson Rockefeller de aquellas épocas del “buen capitalista”. Cuando el capitalismo promueve una crisis extrema como la que sufre Venezuela, se quita su careta de “gerente bueno”, se deja de mentiritas y muestra su verdadera faz egoísta, depredadora y rapaz. Ya no vende la palabra GRATIS porque NO PAGA y como vocablo económico desaparece de sus cuentos gringos, del comercio, de la buhonería; porque la realidad es que el capitalismo NUNCA HA REGALADO NADA.

¿Libre?

¿LIBRE?
Hace un año se comenzaba a hablar a soto voce de un “sálvese quien pueda” en la sociedad venezolana. Se trataba de la moderna visión burguesa del Titanic, aunque pocos decían qué era lo que se hundía en las frías aguas de la guerra económica. La guerra contra el pueblo que somos cobraba su pico más alto. Pero, si algo jamás desaparece, eso es el pueblo y allí hemos estado como ese pueblo que somos, recuperándonos de esta embestida brutal capitalista, en medio de las diferencias, las coincidencias y los matices que nos signan, enarbolando la paz, impulsando el diálogo en todos los escenarios (hasta en los más difíciles), escribiendo con el doloroso buril de la escasez la palabra solidaridad, echando adelante los espacios sociales para la organización.

Paulatinamente, el acto de regalar con solidaridad ha comenzado a renacer en la resistencia, convocado en las actitudes ciudadanas: los pueblos también tienen el derecho a “reacomodarse” frente al enemigo histórico y además a “prepararse” para jornadas aún más duras. Nos han querido convertir en el pueblo egoísta que nunca hemos sido, ni seremos. El capitalismo aún no nos ha vencido. El abonado territorio socialista que lleva todo pueblo en su ancestralidad ha comenzado a fortalecerse y a tomar cuerpo presente en muchos sectores de la Venezuela que lucha. Los aprendizajes forjados en la refriega contra la cultura rentista impuesta por la burguesía se expresan en cada espacio social de encuentro y diálogo. Recetas culinarias, medicina alternativa, yerbas sanadoras, trucos para optimizar la siembra, reciclaje del desperdicio, trabajo voluntario, venta organizada, trueque socioproductivo, intercambios artísticos, propuestas formativas son varias de las muchas salidas que nuestro pueblo despliega para enfrentar la crisis burguesa.

Ahora es cuando hay pueblo venezolano para sacar frutos del trabajo y así dimensionar una profunda transformación social. Los aprendizajes seguirán costando duros esfuerzos a nuestro pueblo porque así tiene que ser: nunca serán de gratis.