A
Marina Araujo
Y
pensar que las tazas de café con leche servidas por manos amigas a
través de un amor de ésos que los autores y críticos de la muy
apreciada "literatura rosa" han catalogado como "amor
infinito" y que en realidad pueden llegar a ser amores provistos
de cualquier adjetivo difícil de explicar con palabras ornamentadas
para recomponer formalidades efímeras, sino con sentimientos que
traían consigo lecturas como la de un cuento de Augusto Monterroso
llamado "El Eclipse", que tú habías descubierto en días
o en años anteriores y decidiste leerlo, como regalo inestimable,
justo en aquel momento, aquel momento de una mañana templada del
barrio Santa Ana, para ser recordado hoy, como una de tus fabulosas
irrupciones culturales de maestra transparente, prístina, severa,
exigente que nos dejaba las ganas de volver al segundo grado en busca
de tu cariño, y aquella pasión lectora que nos hacía disfrutar
cada palabra, cada sonido de tu pronunciación, cada solemnidad
cósmica habida en tus fraseos. Y la picardía de estar
obsequiándonos un tesoro, una especie de talismán contra el tiempo
y el mal, una fuente de poder a ser guardados en la buhardilla más
traviesa de nuestros corazones.
MONTERROSO |