El
político alemán Adolfo Hitler murió el 30 de abril de 1945 y dos
días antes había muerto su similar italiano Benito Mussolini el 28
de abril de 1945. El primero se suicidó junto a su esposa Eva Braun
en su Bunker de la ciudad de Berlín derrotada e incendiada; el
segundo fue linchado por una poblada enardecida junto a su esposa
Clara Petacci en la población de Giulino de Mezzegra, Italia. Ambos
fueron dictadores en sus países y contribuyeron a promover e
implantar el fascismo en toda Europa, que llevó a los pueblos a
confrontar la llamada Segunda Guerra Mundial, cuyo costo a la
humanidad fue de más de 50 millones de vidas. A pesar de las
especulaciones surgidas, no hay ninguna duda de que ambos líderes
fascistas están muertos, sin embargo, el fanatismo que levantaron,
las fuerzas bélicas que impulsaron, el racismo y la xenofobia que
hicieron germinar, la intolerancia que atizaron, aún no han muerto,
por el contrario, siguen con vida porque paulatinamente, los
parlamentos de los países europeos han visto, cómo gentes de la
llamada ultraderecha han accedido a sus escaños con medidas de
violencia, engaños, medias verdades, crápulas intenciones,
xenófobia descarada, actitud propia de los militantes fascistas de
siempre.