«El
cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el
continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el
desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un
derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra
necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el
crecimiento que tiene como destino».
Jhon
L. Sullivan
Ya
en la costumbre hollywoodense de mostrarnos en sus superproducciones,
mitos occidentales para deslumbrarnos con sus mensajes disfrazados de
novedad, encontramos en la película Avatar
(Cameron, 2009) algunos cruces simbólicos, para filtrarnos y
hacernos tragar entre la grandiosidad de una supuesta ciencia ficción
del siglo XXI, algunas clave del poder tecnológico de EEUU y el
capitalismo hasta tiempos infinitos. El primer símbolo caído en la
picota del lente californiano es Pandora,
nombre de la luna de un planeta llamado Polifemo, en la cual habita
la raza na’vi; seres de costumbres ancestrales. Recordemos a
Pandora, según la mitología griega, como la primera mujer que fue
dotada de extraordinaria belleza, con la paradoja de custodiar un
ánfora contentiva de todos los males del mundo: Caja de Pandora. Es
por ello que el cruel coronel Quaritch
(Stephen Lang) define a Pandora
como «El ambiente más hostil conocido
por el hombre». El segundo símbolo es
Polifemo,
nombre de un cíclope (bestia gigante) a quien el héroe Ulises
(Odisea de Homero) inutiliza su único
ojo con una lanza. Como en muchas películas de Hollywood, de nuevo
es colocada una imagen atroz de la naturaleza, en la visión de
bestiales animales y plantas esquivas, a la cual hay que arrasar como
al cíclope Polifemo.