Todas
y todos desde que llegamos del cosmos a la barriga de la madre somos
potenciales educadores y educadoras. Los procesos de aprendizaje que se
despliegan en ese nicho vivencial son inimaginables y maravillosos; desde ese
justo momento nos graduamos de educadores y educadoras. Aprendemos de nuestra
madre las señales trascendentes del vivir y nuestra madre aprende de nosotros y
nosotras la infinita memoria del universo del que alguna vez llegó. Es certero
el maestro brasileño Paulo Freire cuando dice que “nadie educa a nadie, nadie
se educa solo, nos educamos en comunión mediatizados por el mundo”. Cualquiera
educa pero no todos educamos intencionadamente y para eso están los espacios
reconocidos como educativos, en los cuales existen despliegues metodológicos para
dinamizar el aprendizaje. En estos espacios educativos gravita la educación
formal y en ésta se implica la docencia. Esto quiere decir que todos podemos
ser educadores y educadoras en distintos contextos pero no todos ni todas somos
docentes porque la docencia supone un acompañamiento de intencionalidad
delimitada a procesos formales de la educación.