Todas
y todos desde que llegamos del cosmos a la barriga de la madre somos
potenciales educadores y educadoras. Los procesos de aprendizaje que se
despliegan en ese nicho vivencial son inimaginables y maravillosos; desde ese
justo momento nos graduamos de educadores y educadoras. Aprendemos de nuestra
madre las señales trascendentes del vivir y nuestra madre aprende de nosotros y
nosotras la infinita memoria del universo del que alguna vez llegó. Es certero
el maestro brasileño Paulo Freire cuando dice que “nadie educa a nadie, nadie
se educa solo, nos educamos en comunión mediatizados por el mundo”. Cualquiera
educa pero no todos educamos intencionadamente y para eso están los espacios
reconocidos como educativos, en los cuales existen despliegues metodológicos para
dinamizar el aprendizaje. En estos espacios educativos gravita la educación
formal y en ésta se implica la docencia. Esto quiere decir que todos podemos
ser educadores y educadoras en distintos contextos pero no todos ni todas somos
docentes porque la docencia supone un acompañamiento de intencionalidad
delimitada a procesos formales de la educación.
La
docencia debe ser educativa pero no toda docencia despliega las bondades y
maravillas de la educación; por el contrario, la influencia histórica que la
pedagogía ejerce sobre la docencia hace que el ejercicio docente tenga fuertes
tendencias autoritarias debido al origen irremediablemente patriarcal de toda
la pedagogía. Encerrados en un currículo rígido, políticamente impositivo,
reproductor de los modelos de poder y dominio, los y las docentes ejercen su
profesión desde la instigación. El estado pedagógico que les impone ejercer la
represión en todos los sentidos de su ejercicio, hace que se vean en un teatro
de guerra, en un estado bélico, en donde los alumnos y alumnas son un enemigo
potencial.
En
el libro El Valor de Educar, el filósofo español Fernando Savater, relata la
experiencia de M. Steiner en su primer día de escuela, cuando el maestro los
recibe en el patio y les espeta con rigor: “Caballeros, a partir de este
momento, o ustedes o yo”. Toda la docencia del siglo XX, sobre todo muy
influenciada por la masificación educativa que nos dejó la llamada postguerra,
fue formada con esta fuerte noción de belicismo. Cada docente fue instruido en
que está en un campo minado y cada uno de sus alumnos y alumnas son minas por
desactivar. Cada mina desactivada es un individuo gravemente lesionado en su
criterio y creatividad, dispuesto a reproducir el modelo (represivo) de dominación:
pobres de los que no se dejen desactivar. Los sistemas y subsistemas escolares
son inmensos campos de batalla en donde se procura que el docente gane la
guerra de dominación y los niños, niñas y adolescentes pierdan la posibilidad
de incidir sin docilidad, con espíritu crítico, mente abierta y plena
creatividad.
Siguiendo
a Clausewitz, la guerra planteada en la educación formal es política; esto lo
saben los docentes, mas los y las estudiantes lo desconocen. Una de las armas
esenciales del docente para ganar esta guerra política (siempre pedagógica) es
la instigación. Las y los docentes practican la instigación con un sentido
bélico-político que resulta ser monstruoso, letal, dañino en la formación de los niños, niñas y adolescentes. En todos los niveles educativos de
las llamadas escuelas inicial, primaria y secundaria en sus distintas
variantes, las y los docentes utilizan la instigación para
dominar-domar-amansar-docilizar-castrar. Siendo el centro del ejercicio
educativo, del conocimiento y del aprendizaje, las y los docentes utilizan la
instigación en sus relaciones con todos los sujetos del proceso en contra de
cada alumno o alumna. Entre los aliados del docente se encuentran la familia
(padres, madres, representantes o responsables), autoridades educativas
internas y externas, sociedad en general.
Es
común ver a las docentes de la educación inicial o los y las docentes de
primaria en las puertas de sus ambientes de clase o en la reunión trimestral,
instigando sus versiones del proceso educativo con los padres o las madres en
contra de los alumnos. Por lo general, la instigación tiene varias pautas que
cumplir, a saber; 1º Se hace a espaldas de los estudiantes; 2º La razón que
asiste al docente es indiscutible e incuestionable; 3º (En algunas ocasiones
venturosas que les permiten prepararse) Algún estudiante ha recibido una
amenaza previa de la instigación; 4º La instigación siempre es de finalidad
represiva; 5º El objetivo inmediato es enemistar al padre o madre con el alumno
o alumna; 6º El propósito final es que se evidencie un cambio de conducta en el
alumno; 7º La instigación exonera de responsabilidad (bélica y por tanto
pedagógica) al docente y traslada el escenario de guerra a la relación
padre-madre-hijo-hija.
Ejercicio
ratificador de esta situación es pararse en el portón de salida de una escuela
y escuchare las (no pocas) reprimendas de madres y padres en contra de sus
hijos (algunas con violencia física) trasladando las amenazas del aula al nicho
familiar. Las amenazas paterno-maternales van desde “quitarles” el televisor o
los juegos de video (favor que les hacen), hasta la eliminación de paseos,
salidas recreativas, encuentros con amigos, compras de ropas favoritas o
souveires y otras prebendas. Causa risa escuchar, a viva voz, a docentes
diciendo padres y madres: “¡Quítale el
televisor!”, como si esto fuese la solución mágica para los problemas
educativos. Cosa grave es que esta instigación se realice en presencia del
estudiante y delante de todo el mundo.
CASO
Parado
en una casa cultural, en donde funciona un preescolar, en una especie de patio,
observo que un adulto con su hijo de la mano escucha el supuesto mal
rendimiento de boca de la maestra. Quienes estamos alrededor escuchamos al
igual que el niño, quien está cabizbajo. Luego el padre lleva a su hijo y sin
mediar preguntas, indagaciones o cualquier otra situación de diálogo, amenaza
al niño con quitarle lo que más quiere. A mi alrededor y habían siete parejas
de madre-padre-hijo en la misma situación.
¿INSTIGACION
PARA SIEMPRE?
La
instigación docente va horadando con graves efectos el alma estudiantil y ciudadana. La
situación empeora en la educación secundaria donde a los docentes se les cree
infalibles. Los resentimientos que deja esta actitud pedagógica afecta a los
estudiantes en sus procesos lectoescriturales, su amor hacia los procesos de
conocimiento, aprendizajes e investigación. Por fortuna, no toda la educación
es así, ni toda la docencia, pero hacen falta transformaciones urgentes.
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