jueves, 20 de diciembre de 2018

LÍSBETH




No sé cómo llegué a Larsson. En estos casos, una no sabe si es la que llama o si es la llamada. Llegué a pensar que Mikel era el necesario, por eso llegué a amarlo. Nos ayudamos mutuamente. Seguramente como yo, Mikel tenía iguales motivaciones de ser encontrado o de ser creado: un periodista justiciero, valiente, ético siempre es necesario en las historias humanas. En todo caso, Stieg era el imprescindible. No ha sido sencillo bregar con alguien tan extravagante, claro, había que serlo tanto como yo. No fue difícil encontrarlo en el holograma, aunque casi nadie sabe cómo cuesta que a una la inventen, ni sabe nadie que una desea ser inventada. Tarda siglos o años o segundos: es un azar; porque nadie sabe cuánto tarda una en dar con el que deber ser su escritor. Lo cierto es que jamás imaginé -seres como nosotras, en realidad, no imaginan- que dando con el tipo justo, Stieg me iba a colocar en una vida tan sórdida. Aspiraba desplegarme como una activista del feminismo que denunciara esos asuntos con soltura y sencillez, pero esto que he terminado siendo es como para reflexionar largamente. Era mi destino.

ADORMECIDA



Te me quedas adormecida
en ese vapor diario juntos
cuando las gentes tejen amistades

Te me quedas adormecida
en esa resistencia sosegada
donde viven los palpitares sencillos

El pan se cuece crepitante
Un columpio espera oscilante a una niña
Allí te me quedas adormecida

Donde vive el duende de los inviernos
Donde el Abya Yala se levanta solemne
Adormecida vas en mi recuerdo

Cada vez que una baraja cae
y algún obrero grita: “¡Truco!”
Te despierto en mi solsticio

Tú allí como una cayena
que vive un siglo serena en mi jardín
ávida de la lluvia que llora el sol

Tú allí bosquejada por mis manos
De firme mirada primaveral
De suave y retumbante pisada

Aquí te me quedas
tan adormecida
para mantenerme despierto con tu sueño