sábado, 7 de diciembre de 2019

EN EL NOMBRE DE DIOS

“Evangeliza y dominarás”
THEODORE ROOSEVELT
Presidente de los Estados Unidos (1901-1909)

“¿Qué otra cosa son aún estas iglesias
que tumbas y estelas funerarias de Dios?”
FEDERICO NIETZSCHE
Filósofo alemán

La religiosidad de los pueblos siempre ha sido vulnerada y manipulada por las hegemonías, los ricos, los poderosos. Esa voluntad de creer en algo más allá de lo que somos, ese mirar al cielo creyendo que allí hay algo que nos ha creado y nos gobierna, ese sentimiento de creer que en ese espacio desconocido hay un Dios que nos ampara y nos acompaña, fue secuestrada en sectas, cultos e iglesias con el fin de dominar. A través de líderes políticos y religiosos (que vienen siendo casi lo mismo) lo más subjetivo de los seres humanos que son las creencias ha sido convertido en cerrados espacios de manipulación y dominio al servicio de las clases poderosamente económicas. La llamada conquista y colonización de territorios y pobladores llevada a cabo contra los seres humanos y sus culturas en el continente Abya Yala ha tenido en la bandera de la imposición religiosa su más sangriento ondear. Nuestros aborígenes vieron cómo sus templos y otros lugares de culto religioso fueron demonizados, estigmatizados, arrasados, desaparecidos y prohibidos en todas sus prácticas, por el invasor europeo quien suplantó aquellas adoraciones, muchas de ellas milenarias, por la simbología traída para mediatizar, manipular, alienar la visión cósmica habida en aquellas idolatrías que fueron llamadas “paganas” por un Dios castigador, cruel, perseguidor, represivo. La cruz que para los pueblos ancestrales significaba la medición científica del tiempo, vista con el paso del sol sobre la propia tierra para el trayecto de la siembra en el proceso de agricultura, les fue impuesta por los invasores como un seco objeto de idolatría y terror para significar la muerte. Esta avanzada invasora europea mató, asesinó, masacró a millones de personas para imponer un sistema económico, una forma de mirar y practicar la existencia, en nombre de un Dios cuyos misterios jamás fueron más importantes que las realidades habidas en las culturas atropelladas, más que como una deidad impuesta para ejercer el dominio basada en la guerra, su poderío bélico y la omnipotencia del dinero.