lunes, 7 de enero de 2019

LEÑA

 


Al que te pegue llévale la cuenta.
Dicho Popular

Si la montaña tiene un alto, él va yendo a fuerza de liar tempestades, cuando baja siempre apostando a la sequía. Trae troncos amarrados con el mecate del azar sobre los doce años. Los palpitares del corazón son cuentos sin autor, recuerdos recortados de su mente bulliciosa o canciones caóticas que le salen de la boca en forma de náuseas jadeantes, mientras las hojas secas se quejan de su pisada presurosa.

Larga proyección de la mirada es la carretera que lo recibe sin encontrar los ecos del inicio; figuritas fantasmales emanan del mudo asfalto en bailarín muestreo, como saludando la vesanía del sol que no cesa en enviar su anuncio; ese saludo capaz de secar ríos bramantes, a menos que las nubes se confabulen y los salve. Cada paso es sólo sombra cetrina, augusta, sólida. Si en la montaña el sudor es recibido como familia, en esta lenguarada gris, absolutamente gris, son silentes aullidos de vapor.

Los pies reanudan las llagas y los callos. La casa lo sorprende con olor a eucalipto invasor del patio, lanzando el haz sobre cualquier ángulo del tiempo. ¿No ha sido suficiente con el recibido hasta ahora sobre el propio cuerpo? ¿Hay que buscarlo en los estertores de la antigüedad como si fuese un Cromagnon recién llegado de la evolución? ¿Se debe producir con la misma sorpresa victoriosa que sintió al saltar las primeras chispitas en la noche o del día? ¿Cómo no abrir los ojos con el mismo asombro del inicial descubrimiento? Hay que producirlo. Hay que hacerlo. Hay que resistir.