martes, 14 de marzo de 2017

JAMES

Intentó ser en alguna idea del mago del suspenso. Estuvo entre sus papeles rigurosamente ordenados. Cuánto de sus aspiraciones de ser escrito para uno de sus filmes famosos se fueron en un cerrar de carpeta, un suspiro de aliento luego del intenso trabajo, un adormilamiento en los últimos años. La televisión lo enloqueció, dicen.

¿Por qué no lo ideó como un mayordomo? ¡Claro! Alguien especial que pasara cada tanto en la trama y abriera la puerta, sirviera el coctel en un encuentro de los personajes principales, preguntara a la chica burguesa fastidiada: “¿Desea algo más la señorita?” inclinando levemente el cuerpo hacia adelante y poniendo cara risueña. Su maestro nunca pensó ese guión en el cual pudo haber destacado un porte elegante, ese refinamiento en el movimiento del cuerpo, tal vez aprendido en una academia que el decorador detallaría con precisión milimétrica: grandes salones, excelentes maestros, decorados con exuberantes cortinas, aromas exóticos; ni para echarlo a la basura.

Cayó en envidiar a los sirvientes de su vida cotidiana. ¡Gente corriente! ¿Y él? Quien lo acompañó en todos sus cameos, cuidando de que no se le fuese a caer el paraguas de las manos o sostuviese el periódico con firmeza. Un simple sirviente era lo que le solicitaba de su ingenio prolijo. Ninguna de esa gente lo pudo inspirar.

No aspiraba la dedicación que tuvo hacia sus demacradas mujeres. Rubias escuálidas. Apenas atravesaban pasillos, carreteras, laderas en automóviles descapotados y si acaso eran perturbadas por un terrible conflicto no se les iba la estética del peinado ni algún hilo del vestido. Muertas, gritando ante el acabose eran perfectas, sin ninguna alteración.

Un asesino lo sigue desde la noche en que el gran maestro lo atisbó entre las sombras chinescas que hacían unos niños, la mañana soleada en un teatro abandonado de Nottingham. Un ex presidiario quizás fue el perfil. Dejó sus características al gusto de algún estudiante de literatura que buscara describir la trapacería de un psicópata. Nunca le gustaron los inconformes. Tarde se dará cuenta de que su admirado maestro jamás dejó una cuenta pendiente.   

ALFRED HITCHCOCK












Del libro inédito LIMBIC@S: Buscan contextos para llegar a ser textos. 


EL CIUDADANO KANE. LA GRAN PELÍCULA POLÍTICA SALIDA DE HOLLYWOOD


«Es imposible hacer una buena película 
sin una cámara que sea como 
un ojo en el corazón de un poeta».
Orson Welles

Recordemos aquella frase del cineasta español Carlos Saura: «El cine es político hasta por omisión», para exaltar el filme político por excelencia de todos los tiempos de Hollywood, en los imperecederos fotogramas del Ciudadano Kane (Welles, 1941) que en ninguna escena omite su intencionalidad política. No vamos a establecer comparaciones de ningún tipo con otros filmes, con el fin de reforzar la idea de Orson Welles en torno a realizar un trabajo cinematográfico que diera una bofetada a toda la sociedad estadounidense del momento.

Sobre el filme y el mismo Welles se han escrito páginas de distinto tenor para mistificar su trascendencia o injuriar su trabajo, sin embargo, durante todos estos años se ha banalizado su significación detrás de resaltar la lógica persecución de que fuera objeto Welles por parte de quienes mantenían la industria, con su maquinaria poderosa que siempre ha manejado miles de millones de dólares para manipular; o para distinguir el pugilato que se formara entre el Welles y el magnate de la prensa Randolph Hearst alrededor de cuya vida se construyó la trama; todo para ocultar el contundente planteamiento habido en el filme que lo convierte en el mejor logrado políticamente en Hollywood.

El niño de oro se les fue de las manos

ORSON WELLES EN RADIO
Con 23 años de edad Orson Welles había producido aquel fenómeno radial llamado La Guerra de los Mundos (1938) que lo catapultó a la fama como el “muchacho terrible” de la cultura de EEUU, desde aquella travesura comunicacional que produjo un fuerte caos en la ciudad de Nueva York, al manipularse un radioteatro basado en la novela homónima de H. G. Wells donde se describía una invasión de marcianos sobre aquella babel. Muchos dicen que su experimento trajo consigo la prueba que los empresarios de la comunicación necesitaban para dar rienda suelta a la manipulación de masas que hoy conocemos. El caso es que ya en el rol de director de cine y aprovechando la fama ganada con aquel desastre producido, lleva a cabo su (primer) proyecto cinematográfico en el cual describe la biografía de un tal Charles Foster Kane (Welles) y a través de un guión estupendo (en compañía de Herman Mankiewicz) y una propuesta de escenas montadas en forma de tiempos entrecruzados, para maravillar a la historia del cine hasta la eternidad.

LA NENA

No es cualquier nena “La Nena”. Se imagina especial y negada a ser escrita por cualquiera. Se precia de tener todas las edades: de anciana quiere le sea descrito el carácter de la experiencia prematura que presiente el mal tiempo o las desgracias o los embarazos de mujeres tontas; de adulta que le pongan una sagacidad propia para resolverse por sí misma, para hacer las compras sin que la roben los dependientes en el peso, tener un romance otoñal con el ascensorista del edificio, complacer al amante con algún canto (se aprecia en el canto de moda: no en el “bel canto”) o con esos masajes en la espalda que llaman a despertar primaveras o simplemente matándole de risa con un chiste; de adolescente esa vivacidad y rapidez mental casi adivinatorias que permiten encontrar el trébol de cuatro hojas o cualquier otra capicúa para preconizar una aventura sobrenatural frente al mar con amigos, guitarras y fogatas temblorosas; la inocencia amorosa de una niña que llora sólo de ver que un manjar para resucitar pasiones culinarias se le quema a mamá porque se quedó hablando con las vecinas cuando ella se lo advirtió mil veces con señas, aunque prefiere ser la eterna adolescente a la que el mundo no le importa.

Ha ganado el escape cuando velaba la soledad de muchos y la atrapaban embelesada viendo sus esfuerzos mentales. La sorprendió y encerró en un trozo de papel Flaubert; colocó algunos trazados de sus características entre las páginas de una Biblia (habrase visto), durante la convalecencia de un mal de amores y casi la atrapa en sus pensamientos para siempre porque la ideó con genialidad. Sintió temor cuando la iba a incluir en no sé qué idea para un relato algo  breve, viéndose cargada del descalabrado destino con que revestía a sus víctimas literarias. Por fortuna no encontró aquel volumen religioso, debido a que tenía la costumbre de ocultar cosas importantes en sitios insignificantes y viceversa, para ganarle batallas al olvido, aunque siempre terminaba vencido por la improvisación.

En una de sus borracheras, por un instante, aquel escritor creado por Charles Bukowski para una de sus historias de bares de malandros, casi la deja maltratada en las líneas de una vida miserable de Manhattan: sólo eso iba a escribirle a su trascendencia y tal vez moriría sin destino cierto en esas manos hinchadas de alcohol. Huyó debido al sueño y el olvido de aquel ser despedazado. Del susto, por un tiempo rondó ambientes de manglares donde los insectos son eternos. Luego volvió a las suyas.

Quiere que le metaforicen todos los vestidos posibles en una vida traviesa pero feliz. ¿Protagonista? No lo sabe aún, no lo trae mucho a sus deseos; a veces le parece demasiada responsabilidad. ¿Y si le pasa como al Quijote? “Ese viejo no duerme de tanto acoso referencial”: se cree diciendo en un vuelo de aves; “Hasta los académicos aún le dedican recuerdo”. Hace resonar el rotundo “No” escondido en una campana eclesial.


Tampoco de contrafigura: ésa que tal vez sea la pérfida que busca separar infructuosamente a los novios favoritos del Liceo o la que transcurre durante una larga historia intentando envenenar a alguien. ¡Ridículo! Prefiere ser muy bien descrita, así sea sólo en la hoja de una buena novela, como la muchacha que observa la tristeza del protagonista que marcha en un tren sin saber que lo persiguen nostalgias futuras, a lo mejor vestida de blanco, con mirada perdida o como la que cerró la ventana de su ánimo al mentir a mamá para no ir a la escuela. También se piensa olvidada aunque inmortal.



Del libro inédito LIMBIC@S: Buscan contextos para llegar a ser textos.