Intentó
ser en alguna idea del mago del suspenso. Estuvo entre sus papeles
rigurosamente ordenados. Cuánto de sus aspiraciones de ser escrito para uno de
sus filmes famosos se fueron en un cerrar de carpeta, un suspiro de aliento
luego del intenso trabajo, un adormilamiento en los últimos años. La televisión
lo enloqueció, dicen.
¿Por
qué no lo ideó como un mayordomo? ¡Claro! Alguien especial que pasara cada
tanto en la trama y abriera la puerta, sirviera el coctel en un encuentro de
los personajes principales, preguntara a la chica burguesa fastidiada: “¿Desea
algo más la señorita?” inclinando levemente el cuerpo hacia adelante y poniendo
cara risueña. Su maestro nunca pensó ese guión en el cual pudo haber destacado un
porte elegante, ese refinamiento en el movimiento del cuerpo, tal vez aprendido
en una academia que el decorador detallaría con precisión milimétrica: grandes
salones, excelentes maestros, decorados con exuberantes cortinas, aromas
exóticos; ni para echarlo a la basura.
Cayó
en envidiar a los sirvientes de su vida cotidiana. ¡Gente corriente! ¿Y él? Quien
lo acompañó en todos sus cameos, cuidando de que no se le fuese a caer el
paraguas de las manos o sostuviese el periódico con firmeza. Un simple
sirviente era lo que le solicitaba de su ingenio prolijo. Ninguna de esa gente
lo pudo inspirar.
No
aspiraba la dedicación que tuvo hacia sus demacradas mujeres. Rubias escuálidas.
Apenas atravesaban pasillos, carreteras, laderas en automóviles descapotados y
si acaso eran perturbadas por un terrible conflicto no se les iba la estética
del peinado ni algún hilo del vestido. Muertas, gritando ante el acabose eran
perfectas, sin ninguna alteración.
Un
asesino lo sigue desde la noche en que el gran maestro lo atisbó entre las
sombras chinescas que hacían unos niños, la mañana soleada en un teatro
abandonado de Nottingham. Un ex presidiario quizás fue el perfil. Dejó sus
características al gusto de algún estudiante de literatura que buscara describir
la trapacería de un psicópata. Nunca le gustaron los inconformes. Tarde se dará
cuenta de que su admirado maestro jamás dejó una cuenta pendiente.
ALFRED HITCHCOCK |
Del libro inédito LIMBIC@S: Buscan contextos para llegar a ser textos.