jueves, 5 de septiembre de 2019

DE CUANDO GOYO NOS METIÓ EN AQUEL SUEÑO



a la querida familia Barreto


En Venezuela no necesitamos gringos para ver buen beisbol...

No sé si fue porque viviamos una época en que hubo una transición de lo que no eramos hacia lo que nunca fuimos; lo cierto es que sentíamos que cierta gente en el Barrio nos miraba con sospecha. Es verdad que algunos nos atrevimos a dejarnos el pelo largo y no nos afeitamos por mucho tiempo; también es verdad que hicimos las primeras fiestas juveniles con luces de neón y cierta nocturnidad clandestina parecida al Rock; igual nos parábamos alrededor de ese sitio filosófico de maravilla lunática que era el poste de luz (de día o de noche) para hacernos los sabios que siempre fuimos; además tomábamos cualquier otro rincón de aquel tierrero que nos atrevíamos a llamar El Barrio, para la cháchara tipo matiné o para librar cualquier conversa que nos interesara; agregando que le silbábamos con descaro a las chamas que andaban cutupertas y aconsejábamos a los más carajitos para el bien; con el colofón de ser unos vagos hasta por maleficio de una ley que nos tildaba de maleantes; unos pocos sobrevivimos al bachillerato no sin resentimientos profundos a la educación; y entonces nos daba tiempo para joder el parque, nada más esto comportaba aquella mala fama. Sé que nos ganamos algunos adjetivos poco cariñosos e injustos, sin embargo, quien nos tenía martillados con sus desprecios era una señora a quien yo apodaba “corchito” porque era muy pequeña, gorda, redonda de la cintura hacia arriba, con el rostro avihuelado, y se ponía oscura con el tiempo como el corcho de una botella vino. Cierta vez se me acercó para decirme: “Ustedes son unos jipes, manganzones, zagaletones, vagos y ése que llegó nuevo es un faramallero”. Corchito miraba al faramallero con una inquina que le viroleaba los ojos. Ése al que incorporaba a sus insultos y prejuicios era el compadre Manuel.