Quienes
llegamos a conocer la historia de Donatella Bracci Spencer sentada
siempre frente al espejo de su cómoda mientras lamentaba las pecas
marrones que llenaban su rostro alargado, llorando el par de ojeras
oscuras colgadas de los párpados inferiores que sostenían los ojos
azules cuando miraban con odio el pelo rojizo como traído de un
chamizal encendido por el verano a su cabeza redonda que sufría
pensando constantemente en la sonrisa de boca corta, de labios
aquíleos que nunca llegaron a dibujar el carmín, pues de tan
delgados parecían incapaces de arquear una alegría; supimos que lo
amaba desde que abrió los ojos al mundo. Hacía muecas a la imagen
del otro lado, que se reía de su desespero por creer que ganaría su
amor en algún momento, cuando la imaginación le adornaba su falta
de alcurnia que se extendía entre los dos como un gigantesco muro.
Sólo los resguardaba la adolescencia.