“No
se baja vivo de una cruz.”
Julio
Cortázar
I
¿Quién
pudo haber ordenado la búsqueda, en aquel cuartucho íngrimo, de
alguien a quien todos habían sometido a la indiferencia sin saberla
tan parecida al olvido? ¿Estaba adentro o era nada más una sospecha
sacada de la sorpresa de no verlo deambular más entre la muchedumbre
fabril, cruzándose en el ruido de máquinas y en el olor aceitoso
que se pega de la ropa, de la piel y de los pasos aligerados que
llevan caras largas con miradas guardadas en ese silencio que oculta
sentimientos? Las preguntas siempre bullen del panal de la
incertidumbre, cuando alguien decide alborotarlas con ausencia para
picar la miel de la curiosidad.
Paulatinamente
todas y todos se percataron de cómo sentían la fábrica sin Paco.
La costumbre fue borrando de los recuerdos huellas que con los años
terminaron pareciéndose a otras huellas que venían y se iban para
siempre, en el balancín que gobierna la molicie y la ganancia
derrote al salario. Ese no estar lo fue apareciendo
difusamente en un lugar anclado a fuerza de empujones vivenciales,
del nadir donde se comienza a ignorar, a no ver. Luego regresó sin
el salvoconducto del renacimiento y allí comenzó a estar sin estar.