lunes, 3 de septiembre de 2018

ARETHA ETERNA




Te escuché muy joven yo, siendo joven tú. Muchacha negra de Memphis, traída a la televisión de mi país por Renny Ottolina. Inmensamente bella con esa voz negra; esa voz negra bella tronando desde el gospel bautista hasta nuestra digna comprensión venezolana de otras culturas. ¡Cómo es posible, decíamos asombrados, que una mujer sea tan mujer desde la voz! Y tu melodía entraba por la puerta grande del corazón hasta hacernos conocer las calles de Harlem, los gritos ahogados de tu pueblo en Mississipi, la intensa marcha de Martin Luther King III exigiendo justicia. Fidel nos decía entonces: “Para que se libere el hombre negro, tiene que liberarse el hombre blanco”.

Conocimos en tu canto (¡Oh diosa eterna del Soul!) la fuerza que impulsó el músculo algodonado que vio metáforas en las Hojas de Hierba de Whitman. Consentida de nuestros disyoquis, a la llegada o salida del liceo nos disputábamos tus fotografías, nos prestábamos el disco de 45 (rayadísimo) que narraba el sonido de tu primera fábula: “Respect” del Ottis Redding eterno. África se agigantaba en esa hermosura tuya, que alumbró siempre las notas de tantos compositores fabulosos. Te vi alguna vez cantando en los tambores de Naiguatá o Río Chico o Farriar, o en los Chimbangueles de Bobures, desde mi ensueño, donde las muchachas se atreven a cantar en mi pueblo negro.

Buen viaje, negra mía. Aquí dejas a este muchacho que soñó bailar contigo (mientras le cantabas al oído): “Bridge over trouble water” de Simon y Garfunkel, tocando tu pelo afro, rebelde capilar encendido; y que aprendió también de tu pueblo negro encadenado, las luchas por un mundo diferente. Aquí estoy, enamorado eterno de la voz que trajiste contigo al mundo (y nos dejas), para hacer temblar la tierra y celebrarte.
 


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