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Puede ser significativo reconocer nuestra educación en
simbologías venidas de la cultura occidental de signo greco-romano y eurocéntrico.
Puede ser muy importante, si vemos la asimilación hecha de esta visión del
mundo por la cultura estadounidense, porque el desarrollo de ésta a dimensiones
imperiales se ha transformado de explicable influencia cultural entre pueblos a
imposiciones por vías alienantes y mediatizadoras. La tradición antigua de
mitos, leyendas e imaginarios de Grecia, Roma y el resto de Europa —a través de
diosas, dioses, ogros, gnomos, brujas, magos, hadas, grifos, medusas y pare de
contar— ha sido traducida por la cultura de los EEUU, allí donde el poderoso
medio cinematográfico cumple un papel de invasor de nuestras pantallas.
Para contrarrestar la avalancha de imaginarios
eurocéntricos occidentales, hay que ir a nuestros orígenes, a nuestra territorialidad
ancestral y para esto hace falta mucho esfuerzo investigativo, mucha
creatividad para una tarea compleja y permanente. Lo más fácil es copiar o
inventar sobre lo copiado que es lo mismo. Difícil es internarnos es nuestras
propias raíces y buscar allí los imaginarios que conmuevan nuestra fibra (sobre
todo la infantil) para tocar el tuétano de nuestra conciencia y despertar el
amoroso duende de la sensibilización. Como cine, echar mano de las recetas de
la imaginería hollywoodense es fácil, en cambio, crear desde la mirada profunda
a nuestros mitos, por francamente difícil que sea, es la auténtica tarea
cultural del día a día, más desde culturas que han estado postergadas,
reprimidas a fuerza de imposiciones e imposturas enajenantes.