jueves, 12 de julio de 2018

UNA PANTALLA PARA LA LUCHA DE CLASES


Ningún espacio humano para merecer sobre esta tierra (más que algún otro) el homenaje de un arte como el cine, que el de los trabajadores y trabajadoras. Desde la aparición del Manifiesto Comunista (1848) —cuyos antecedentes podemos hallar tal vez en la gran rebelión del esclavo Espartaco (73 a. c.), en la resistencia de los pueblos indígenas y africanos contra la invasión colonial de las potencias europeas a América desde 1492, en la Revolución Francesa (1789), en la heroica Comuna de París (1871), en las no menos heroicas guerras de independencia americana que aún no culminan— las luchas de quienes venden su fuerza de trabajo por un salario se agigantan cada vez que buscamos indicios de los esfuerzos por acortar las brechas dejadas desde que la división social operó en los albores de la humanidad y nos dividió entre quienes acumulan los bienes y amasan la plusvalía para enriquecerse y quienes forman parte del inmenso ejército de reserva que reciben las miserias dejadas por el capitalismo a cambio de atrapar sus vidas en el sepulcro de la explotación. Vidas ofrendadas por estas luchas, donde se inscriben las de los Mártires de Chicago el 1º de mayo de 1886, cuando Georg Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons, Samuel Fielden, August Spies, Michael Schwab, Oscar Neebe y Louis Lingg fueron condenados a la horca por exigir a los explotadores las ocho horas de trabajo.