jueves, 20 de diciembre de 2018

LÍSBETH




No sé cómo llegué a Larsson. En estos casos, una no sabe si es la que llama o si es la llamada. Llegué a pensar que Mikel era el necesario, por eso llegué a amarlo. Nos ayudamos mutuamente. Seguramente como yo, Mikel tenía iguales motivaciones de ser encontrado o de ser creado: un periodista justiciero, valiente, ético siempre es necesario en las historias humanas. En todo caso, Stieg era el imprescindible. No ha sido sencillo bregar con alguien tan extravagante, claro, había que serlo tanto como yo. No fue difícil encontrarlo en el holograma, aunque casi nadie sabe cómo cuesta que a una la inventen, ni sabe nadie que una desea ser inventada. Tarda siglos o años o segundos: es un azar; porque nadie sabe cuánto tarda una en dar con el que deber ser su escritor. Lo cierto es que jamás imaginé -seres como nosotras, en realidad, no imaginan- que dando con el tipo justo, Stieg me iba a colocar en una vida tan sórdida. Aspiraba desplegarme como una activista del feminismo que denunciara esos asuntos con soltura y sencillez, pero esto que he terminado siendo es como para reflexionar largamente. Era mi destino.

No tenía Stieg complicadas rutinas ni espesos rituales. Sus años de madurez, había decidido vivirlos metido en una gran investigación que le sumergió en montones de libros, de papeles, de documentos, los cuales leyó llevando una vida completamente solitaria. Tuve suerte, al tratarse de un tipo sin una vida muy movida; era casi un triangulo monótono su andar. Encontrar a un ser así, en el universo, suele ser sencillo, aunque insisto en que tuve suerte. Tampoco dentro de sus aposentos se movía con mucha complicación. Cuando inventó a Plaga lo hizo pensando en sí mismo; no me agradezca el lector esta pista; mi pana Plaga nunca se dio cuenta. El único defecto que tenía Steig era la comida chatarra. Su obesidad permitía mi mejor desplazamiento, dado que seres como una, deben precisar bien cada ir y venir, pues no estamos provistas de pasos, lo cual hubiese sido una ventaja, aunque el traspasar cualquier pared o techo nos hace invulnerables.

El día en que accedí a su alma a través de sus ojos, lo hallé en el trance preciso para la traslación de seres. No caeré en la arrogancia de decir que fui la luz que lo iluminó; él ya me había sospechado bastante. Aunque era de una personalidad muy concentrada no es fácil encontrar a alguien apasionado en estado contemplativo. Sus ojos no brillaban aunque tenían esa tonalidad gris de los profetas. Logré encontrarlo sentado, en posición centrada, ya con el problema precisado pero sin precisarme. Sentí que me llamaba desde su oscuridad y yo muy cerca de él. Poco se sabe de las distancias cósmicas: le miraba a años luz de distancia. Yo sabía que él tenía aún que inventarme y estaba preparada para la lucha. Me lancé; pude haber fallado y la fuerza del cosmos me hubiese lanzado a una oscuridad inextricable que nos hubiese perdido de la creación lograda. Cerré los ojos al estar en su poiesis. Allí comenzó a armarme de fuerzas.

Jamás pude convencerlo de ser una chica intelectual violada por sus compañeros de clase. Ni siquiera le pasó por la cabeza esta idea, por fortuna. El tuvo razón al ponerme en esa actualidad sueca, jodida desde niña. Mamá golpeada, violada, víctima y papá monstruoso, asesino, espía, policía, traficante de seres humanos: el vulgar Zalacheco: ruso, además; producto de la invasión nazi a su país. ¿Y su hijo alemán? El monstruoso Ronald Niedermann. Invulnerable a los golpes: ¡Y además era mi hermano! Es la metáfora del vicio que no siente dolor, este tipo. ¡Es que Steig era genial! ¿Debía ser tan sórdida mi vida? -le preguntaba con la insistencia de quien desea no ser tan golpeada, mas era necesario sufrir lo indecible: su respuesta era la fascinación. Cuando encendí al Zala con gasolina, nadie dude que gocé. Vengué a todas las mujeres violadas por sus esposos. Que me echara a perder mi vida luego, eso sí que muchos no lo creerán, sobre todo por tratarse de este país: el modelo de sociedad del mundo. Sacó la basura de la alfombra, Stieg. Diseñó a esa fila de personajes detestables: los empresarios Vander, miserables, fascistas, misóginos. ¡Dígame, el psicópata de Martin Vander! con su carita de médico bonachón siendo el secuestrador, asesino de muchachas migrantes. Y ese mundo perdido de la institucionalidad médico-judicial que tortura a una niña, ¡Quién hubiese creído que la sociedad modelo del mundo fabricara a seres como el doctor Telegorian! Había que denunciar y Stieg lo hizo a través de mí.

En la existencia -real o ficcionada- no todo es malo. Además de Miriam Wu, mi amante cariñosa, he tenido el acierto de investigar y tentar a Mikel (algún día nos encontraremos); he tenido a mi pana Plaga, en quien Stieg se auto referenció (me gusta repetirlo); a mi consecuente jefe Armanskij, uno de los burgueses buenos junto a Henrik Vanger; a Holger, mi tutor de verdad, quien me aprendió la fe, la amistad y los derechos; a la hermana de Mikel -mi abogada bella- a quien acepté a regañadientes pero llegué a apreciar, aunque jamás le demostré cariño. Y pensar que ella lleva en la barriga a la esperanza: peleamos el caso no sólo por mí, sino por esa dignidad humana que viaja en los afluentes de la ciudadanía. Los he llegado a querer a todos aunque... ¿Quién que haya sufrido una tragedia como la mía, puede demostrar amor con libertad? También me rondaron los izquierdosos de la Revista Millenium, mis ángeles guardianes. Al final gané. Ser vengadora compensa a la gente que nos lee y se preocupa por los demás.

 













Del libro inédito LIMBIC@S: Buscan contextos para llegar a ser textos.

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