lunes, 24 de diciembre de 2018

¿DERRUMBAN A LA CINEMATECA NACIONAL? LO QUE NO PUDO HACER LA IV REPÚBLICA



 Juan Plaza
Amigo y maestro
In memoriam


Nada más precioso que el cine. Pudiéramos decir que la gran conmoción cultural del siglo XX la produjo este arte. Haciendo uso de la paráfrasis, también podemos agregar que “todas las artes conducen al cine” porque en sus imágenes en movimiento, en sus historias, en sus hermenéuticas maravillosas, todas tienen cabida. La modernidad creyó estar hecha en la pintura cuando estalla la gran Revolución Francesa (1789), luego pensaron sus impulsores que la fotografía se había adueñado definitivamente del escenario social para quedarse con la imagen, sin embargo, el incansable ingenio humano hizo que haya sido el cine el dueño por excelencia de las imágenes de todo cuanto ha ocurrido, luego del llamado período iluminista que atrapó toda la atención del extraordinario siglo XX.

Luego de la llamada segunda guerra mundial, sabemos que el cine tuvo que abrir un espacio en su lente omnipotente a la televisión, sin embargo, la imagen cinematográfica ha conservado ese poder mediático por distintas razones vinculadas a su mismo ser arte. No olvidemos que la imagen en movimiento amarrada a una historia contada desde varias dimensiones creativas en busca del arte, siguen teniendo un poder de seducción de infinitas proporciones. Es por esto que donde se abrió una sala de cine, las multitudes acudieron a presenciar su propia imagen en otros escenarios y desde otras anécdotas y aventuras. Aquellas proyecciones no se han detenido hasta hoy; además produjeron una diversificación de intereses que son materia de reflexión permanente.

Examinando esos intereses pudiéramos decir que la sala de cine se divide en dos, a saber: la sala que son múltiples salas para comercializar lo que siempre podemos denominar la industria cinematográfica; y la sala, igual de múltiple, aunque en mucha menor cuantía, que persigue como interés, el dar a conocer a las audiencias, las posibilidades culturales que hay en el cine como expresión artística. La primera sala de salas persigue perpetuarse como una industria de consumo masivo y la otra sala, sin pretender masificarse, tiene como propósito estar al servicio cultural del alma, para mostrar el arte que hay en algunas expresiones, que sin tener tal vez los recursos con que cuentan las producciones exhibidas en la primera sala, tienen mucho qué decirle al ojo, al corazón, a todo el cuerpo social para problematizarlo. Estas salas que fueron abriendo paso, al margen de la industria, para mostrar y aprender de las audiencias, se fueron llamando cinematecas.

¿QUÉ TIENE LA SALA DE CINE QUE NO TIENE LA CINEMATECA (Y VICEVERSA)?

Es odioso poner a pelear a la sala de cine con la Cinemateca porque ambas tiene un mismo objetivo: difundir el cine. Aunque sí es importante decir que desde el momento en que el cine tomó el rumbo de la industria, orientó la brújula de su barco hacia el puerto del capitalismo. La consolidación del cine como industria durante el siglo XX es concomitante con la consolidación de la fase imperial del capitalismo, y como arte, el cine industrial ha estado a su servicio. La crisis vivida en las últimas seis décadas de la cultura occidental por el hegemón, se refleja de inmediato en la industria cinematográfica y por ende en la sala de cine masificadora. La propuesta mercantil del cine lo expone como un objeto de consumo, una mercancía, además de ser reproductora del modelo capitalista, es alienante y continúa basando su estrategia hacia las audiencias en informar, divertir y entretener.

PELICULA EL CINE SOY YO DE LUIS ARMANDO ROCHE (1977)
Cuestión diferente pasa en las Cinematecas. Aunque fueron consideradas un peligro social por los agentes conservadores de la cultura hegemónica, se han transformado en espacios para mirar “otro cine” o “el otro cine” o “un cine diferente” al de la industria. Han resistido las Cinematecas en todo el mundo ¿Con qué objetivos? Uno puede ser; romper la alienación que persigue y logra el cine comercial sobre la masa de audiencias, quienes tienen pocas posibilidades de interpretar formativa e intencionadamente lo que han visto. Otros son: comunicar en vez de informar, educar en vez de divertir, recrear en vez de entretener, que nos da la posibilidad de dialogar la producción cinematográfica más allá del mero consumo en las salas. Sabemos que aprehender una expresión cultural como arte requiere de un proceso educativo complejo y muy rico en experiencias y no es de sabios, eruditos o de “gente culta” la posibilidad de atrapar las artes para el gozo del espíritu humano y sentir que somos ese arte. En el caso del cine, tal vez el objetivo supremo de la existencia de las Cinematecas y su resistencia, es hacer que nos sintamos el cine que vemos, cuestión que no pasa con las producciones industriales que fragmentan la posibilidad de sentirnos sujetos de la expresión artística, debido a la alienación que producen.

Sentirse protagónicos de cualquier arte es apreciar la detención espiritual que el arte produce en su expresión hasta conmovernos: esto se aprende a través de procesos complejos y fecundos de formación. Esto no pasa en la mera exhibición de la película comercial que tiene a la gaseosa y a la cotufa como mediadores inmediatos. En la Cinemateca, el sujeto artístico es múltiple y en esa multiplicidad están incluidas las audiencias. Y aunque ver un filme en una Cinemateca no nos decreta como “cultos del cine”, sí nos abre la posibilidad de que comprendamos ese arte para sentirnos en el proceso cultural que el cine implica y que nos lleva a sentirnos cultores del cine y en tal sentido, nos va transformando en esas y esos “cultos del cine” que existen en todas las ciudadanías y en todas las artes. Decía nuestro padre cultor César Rengifo que “cuando la cultura llegue al pueblo a través del socialismo, éste sabrá reconocerla y apreciarla” y tiene toda la razón. Una manera de hacer llegar el otro cine a nuestro pueblo han sido las cinematecas. Los pueblos que somos aprenden de cine en la propuesta comercial pero tienen la posibilidad de aprender el arte del cine en espacios como las Cinematecas.

Las Cinematecas tuvieron una vertiente exhibicionista en las llamadas “Salas de Arte y Ensayo” que al amparo de la iniciativa privada con apoyo estadal, pretendieron transformarse en espacios para exhibir cierto cine con estéticas preciosistas, materializadas en películas europeas, estadounidenses y algunas muestras coleadas de cine asiático, hindú y producciones del abya yala. Tuvieron estos sitios cierta notoriedad durante un tiempo, al mezclar el aire de las salas clásicas con la intimidad culturosa de la Cinemateca, pero desaparecieron pronto al llegar la crisis de las antiguas salas y terminaron transformándose en sitios para el culto de sectas religiosas. Las grandes salas trocaron en tiendas de comercio barato o fueron derrumbadas. Muchas salas de cine que fueron emblemáticas en nuestras ciudades sufrieron el fenómeno que es plasmado en la estupenda película italiana Cinema Paradiso (Tornattore, 1988). El derrumbe o enajenación de estas salas abrió paso a las salitas múltiples de centros comerciales que son pequeños supermercados del cine hollywoodense.

Otra vertiente maravillosa de la Cinemateca que se ha organizado en barrios, bloques y caseríos ha desplegado a los cine clubes que surgieron al cobijo de luchas por la reivindicación de nuestra cultura. En épocas donde existían equipos menos portátiles a los de hoy, un grupo de quijotes y dulcineas repartidos por todas las comunidades, lograron colocar producciones de las que se exhibían en la Cinemateca y en las embajadas. A través de una articulación organizativa sorprendente que no paró en dificultades, bastaba una pared o sábana blanca, un local o el patio de una casa para que la película llegara a la posibilidad cultural de las comunidades con el proyector marca “bell and howell” y las “tortas metálicas” de película en los morrales. De allí surgieron proyeccionistas, productores, foristas, cultores todas y todos del cine. Entre las muchas anécdotas que puede haber en la historia de las comunidades populares del mundo, por lo menos una siempre se situará en “el día que pasaron la película”. Hoy, con la transferencia tecnológica que ha experimentado la proyección de la imagen en movimiento, cualquier casa de las comunidades se transforma en especie de cine club, que a veces no es tan pertinente, puesto que es imperativo militante que en el cine club se promueva el cine-foro o el foro-cine. Es aspecto importante a subrayar que la mayoría de los cine clubes de Venezuela se apoyaron en las películas atesoradas en la CN para promover y realizar sus actividades.

¿HAY UNA CINEMATECA EN VENEZUELA?

PELICULA EL CHACAL DE NAHUELTORO DE MIGUEL LITTIN (1969)
La fecha de nacimiento de nuestra Cinemateca Nacional (CN-1966) se puede conseguir, con suerte, en algún libro del tema y ya sabemos que los libros llegan cuando nos interesamos en investigar. Hay una historia fascinante en ese recinto que llamamos así. Quienes la crearon siempre tuvieron la conciencia de promover el conocimiento del cine como arte y esto no es una aspiración necesariamente burguesa; es un alto propósito humano. Conocer cualquier cultivo del arte debe ser una aspiración popular y un objetivo político de toda ciudadanía que busque al pueblo como el verdadero artista.

El primer gran reto de la CN fue desplegarse cuando en nuestro Abya Yala estallaban rebeliones populares que dieron a la política de nuestro continente altura mundial. Se formaron entonces equipos cinematográficos en cada país y esas experiencias confluyeron en un espacio denominado “Distribuidora de Cine del Tercer Mundo” que tuvo en la CN un pulmón para su respiro organizativo. Se proyectaron en la única sede del museo de Bellas Artes, producciones cinematográficas que decían de las sociedades que nos conformaban. Así como en la literatura, las novelas de Gabriel García Marquez, Eduardo Galeano, Julio Cortázar, Adriano González León, Alejo Carpertier entre muchos y muchas nos dibujaron a fondo, tambien el cine de Glauber Rocha, Jorge Sanjinés, Miguel Littin, Jesús Enrique Guedez, Pino Solanas, Octavio Gettino, Santiago Álvarez y otros nos mostraron en dimensiones muy aproximadas a la identidad que perseguíamos o nos persigue o nos persiste. Allí nos aprendimos como cine abyayalo y como cine mundial. Aquel cine (que es invencible) fue tildado de “cine político” (¡como si todo cine no lo fuera!) y en consecuencia fue tachado de subversivo y comunista (toda una honra). La gran acusación que pesa sobre gobiernos como éstos, es que esas películas perseguidas y prohibidas, luego han sido consideradas como “cultas”, “arte” y “patrimonios culturales”; ¡vaya paradoja!

Durante el primer gobierno de Rafael Caldera (1968-1973) la CN fue cerrada, léase bien: fue cerrada. Esto sucedía mientras en el país se imponía una mordaza cultural que en materia de cine prohibió las películas “La Naranja Mecánica” (Kubrick, 1971) y “El Último Tango en París” (Bertolucci, 1972) entre no pocas. A toda esta ignominia la CN sobrevivió. Su labor se ha realizado hasta hoy y en este recinto cultural nos hemos formado en el arte cinematográfico. El cine que nos ve y la mayoría de las gentes no ve, por estar atrapada en la vorágine de cine hollywoodense como alternativa masificada, alienante y aplastante, lo podemos ver en la CN. Esta realidad hoy ha cambiado porque la CN pudiera estar en peligro.

REVOLUCIÓN BOLIVARIANA Y CINEMATECA NACIONAL

En el supuesto negado de que la Revolución Bolivariana no se hubiese desplegado en Venezuela y la IV República hubiera extendido su reinado moribundo, igual la CN desaparecía. La debacle de esa experiencia política de cuarenta años daba para que sus mentores estrecharan el espacio de resistencia cultural que había en Venezuela y recintos como la CN iban a ser los primeros en sufrir la aniquilación de sus presupuestos. Cuando se muestran las primeras gavetas de la institución cultural para el año 1999, la visión se podía resumir en una sola expresión: “Total abandono”.

PELICULA KAMCHATKA DE MARCELO PIÑEIRO (2002)
En los últimos diez y nueve años la CN ha logrado mantenerse a puertas abiertas y varias iniciativas ciudadanas han logrado traspasar la rigidez organizativa, para acceder a la salas que componen “la plataforma”. Sin embargo, las salas de la CN y sobre todo la emblemática del Museo de Bellas Artes ha experimentado una merma en la calidad de la exhibición y su audiencia asistente. Siempre la CN tiene una audiencia cautiva que husmea sus carteleras (cuya programación parece oculta); asiste al azar, en la tradición de encontrar siempre una buena película qué ver por primera vez o alguna para ver de nuevo; total: ir a la CN es un compromiso cultural. Por ejemplo: en este recinto cinematográfico en Bella Artes, se convocó en el año 2012 al cineasta argentino Marcelo Piñeiro, durante una semana, para reflexionar a cerca de la experiencia cinematográfica con activadores y activadoras de nuestras instituciones culturales dadas al cine. En emocionada actividad conclusiva, Piñeiro nombró la experiencia que vivió en Venezuela como “La Audiencia Soñada”.

¿Qué encuentra hoy esta audiencia cautiva, que siempre será “soñada”, en nuestra Cinemateca Nacional? Descuido en la información general: (ausencia de una mediación cultural pertinente, sapiente, conocedora, falta de formación cinematográfica en el personal). Imprecisión en los horarios anunciados. Descuidadas proyecciones en imagen y sonido. Infame manejo de la tecnología (sobre todo del aparato de proyectar). Lo que nunca sucedía: sustitución de una película anunciada por una impuesta discrecional y sorpresivamente. La mayoría de la audiencia cautiva de la CN son personas de la tercera edad: ¿Será por esto que nunca han cumplido el reglamento de la media entrada para abuelos y abuelas? ¿Cuál será el criterio del alza del precio de las entradas? ¿No piensan que la labor que siempre ha cumplido la CN está muy por encima de la entrada que cancelan sus usuarios? ¿Por qué no disfrutar de la “sala de cine” como arte? ¿Será que, al final del túnel, piensan “derrumbar simbólicamente” la sala emblemática de la CN al estilo de la película Cinema Paradiso?

POR AHORA UN ANECDOTARIO 

Gato por liebre

La semana de la victoria en las elecciones del 20 de mayo de 2018 fuimos a la CN-Bellas Artes a ver una de las películas de un siempre atractivo ciclo de cine alemán. Pues resulta que colocaron, sin previo aviso, un documental, supuestamente producido por un equipo de realizadores argentinos, cuya factura mediocre pretendía, en el imaginario de quienes se les ocurrió esta trastada cultural, mostrarnos una visión de nuestro proceso político bolivariano y a la larga significó, además de una flagrante falta de respeto, una muestra de horroroso cine. Fue tan mala la presentación que aquel bodrio no tenía título (nunca supimos ni queremos saber cuál era) y su (pobre) planteamiento se diluyó en la arrechera por el engaño. La poca gente que había se marchó y quedamos tres personas al final. ¿Sería que llegaron a creer que la película iba a incidir en nuestra decisión electoral? (Espacio para las risas) 

La “Audiencia Soñada” sueña

INGRID BERGMAN EN LA PELICULA CASABLANCA (1942)
Una noche salíamos de la proyección de la película española “Te doy mis ojos” (Bollain, 2003) que trata el tema del maltrato de la mujer y la familia; y escuchamos que uno de los “audiencia” decía a un compañero: “Esta vaina es verdad porque mi mamá fue maltratada así” y continuaron comentando sus incidencias, tal vez ávidos de un cine foro. En su mayoría, quienes nos convocabamos a la CN-Bellas Artes somos de origen popular, dado el accesible costo de la entrada y la calidad de los filmes, y además, existe un grueso número de ciudadanía que somos personas de la tercera edad o viejos “ratones de cinemateca” o menesterosos o canapiares urbanos o antiguos pesquisadores de buen cine o solitarios o estudiantes universitarios o investigadores culturales o artistas o militantes políticos o gentes de las nuevas participaciones ciudadanas que se han dado en el hacer democracia de los últimos veinte años. A esta audiencia estupenda no se le puede subestimar. 

Bajo las estrellas se puede ver buen cine

Fuimos gratamente sorprendidos un jueves en la Plaza Bolívar de Caracas, al ver colocados frente a la sede del Gobierno del Distrito Capital unas sillas, una pantalla y un proyector. “Vaya” -nos dijimos- “vamos a presenciar una película”. Nos enteramos que la propuesta se llamaba “Cine bajo las estrellas”. Se trataba de la proyección de una producción francesa llamada “Invasiones Bárbaras” (¡excelente película!). Durante la espera nos pasaron un papel arrugado y medio manchado de quetchup que tenía unas rayas escuetas y nos dieron un lapicero para que colocáramos las películas que nos gustaría ver en próximas funciones. En aquel papelucho no era nada satisfactorio escribir. Luego del fin de la película, los operadores cortaron la proyección, en demostración de ignorar el valor cultural y artístico de los créditos y luego asumieron la actitud de sacarnos del espacio (recoger los aparatos y las sillas) para irse rápido a sus casas. ¡Qué chimba producción! ¡Qué mal gusto! Por fortuna el pueblo que somos no es así. Nuestro pueblo tiene mucha más calidad que eso. No responsabilizamos a los trabajadores y trabajadoras, quienes estaban haciendo su mejor esfuerzo, señalamos a los directores y coordinadores, quienes no tiene ni idea de la metáfora “mediación cultural”, ni de la importancia de PRODUCIR espacios para el pueblo, ni de educarse para esto. Funcionarios que nos subestiman culturalmente; piensan que no nos merecemos nada mejor. Esa importante labor cultural no es burguesa, por el contrario, es revolucionaria, es popular. Una abuela de cualquiera de nuestros barrios les daría una (lucha de) clase. 

Una Naranja no tan mecánica

Cuenta un amigo que en su primera adultez, se aventuró en un cine de aquellos parroquiales, junto a otros vecinos, para ver la película del día. Ni siquiera repararon cuál era el título. A la salida, todos iban en silencio. Uno se adelantó y dijo: “¡Qué película tan mala!”; otro replicó: “Yo no entendí nada”. Y al final todos estuvieron de acuerdo en que no le encontraron sentido a lo visto. Sin embargo, mi amigo dice que se atrevió a aportar: “Yo no comprendí nada, al igual que ustedes, pero me quedó la sensación de que en esa película nos quisieron decir cosas importantes que no comprendemos”. Años después mi amigo fue militando en organizaciones políticas de izquierda y durante el auge de las películas quemadas, uno de los compañeros le regaló el filme “La Naranja Mecánica” (Kubrick, 1971) y resultó ser aquella película que vieron años atrás y ni él ni sus amigos comprendieron. Luego tuvo que conversar varias veces su argumento e incidencias para atrapar el sentido que apenas atisbó junto a sus amigos en aquella sala parroquial de cine. 

De que se pega se pega

Nuestro último intento de ver una película en la CN-Bellas Artes fue un domingo por la noche que anunciaban un “festival de cine chino” que no era tal, sino la exhibición de la película El Cazador (Cimino 1978) con las actuaciones centrales de unos jóvenes Robert De Niro, Christopher Walken y una joven y muy bella Merryl Streep. Se trata de una película de más de dos horas, con evocaciones críticas a la llamada Guerra del Vietnam. Pues faltando como media hora para finalizar, la película comenzó a “pegarse”; sus imágenes se deformaban y detenían sin que el proyeccionista hiciera nada para remediarlo (sospechamos que ya se había retirado a su casa). Salimos de la sala, antes del final, sin encontrar a nadie a quién reclamar, con las preguntas de siempre en la arrechera: ¿Es que no revisan las películas antes de proyectarlas? (Esta ocupación se llaman Control de Calidad); ¿Es que no evalúan el material que tienen antes de preparar una programación? (Esta ocupación se llama Planificación); ¿Es que no supervisan las proyecciones y el desempeño del personal? (A esta falencia se le llama desidia); ¿Es que el Ministerio del Poder Popular para la Cultura no chequea la veracidad de las informaciones, ni realiza sondeos entre las usuarias y usuarios? ¿Quién responde las interrogantes que formula la ciudadanía cinematográfica del pueblo que somos?

CINEMATECAFORANDO

¿Acabarán desapareciendo a la Cinemateca Nacional? ¿Terminarán por hacer lo que no lograron los sapoculturosos de la IV República? El tiempo lo dirá. Mientras tanto, en apoyo a la Revolución Bolivariana, el pueblo que somos continúa resistiendo culturalmente como lo ha hecho y el cine siempre ha sido y será, por excelencia, una de sus mejores trincheras.

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