lunes, 24 de diciembre de 2018

EL CANTO DE LOS MESÍAS




Pocos adultos nos hemos dado cuenta de que los niños y las niñas de la Pacha Mama están cantando por su cuenta para estos tiempos. No es nada extraño que la adultez ande distraída de la infancia. De no ser por Herodes que los persiguió y por Jesús de Nazareth que los escuchó, su historia antigua fuese inexistente. Lo cierto es que están cantando de manera espontánea y donde les viene en gana. ¡Claro! La infancia siempre ha cantado pero hay un hecho importante: se está convirtiendo en una generalidad oculta, sincrónica, como una coral casi invisible. 

¿Qué están cantando los niños y las niñas? Depende. La mayoría canta canciones tan bajitas que no se entiende su significado; es como si cantaran en un lenguaje diferente a su idioma natal. Mientras el niño tiene menos edad su atrevimiento parece mayor. El canto que interpretan es como un murmullo tan bello que nadie comprende. (¿Cuántos adultos de estos tiempos pueden comprender lo bello de la infancia?) Se ponen como distraídos y dejan escapar la melodía en voz alta hasta terminarla o dejarla a medias; no les importa. (¿Cuándo a un niño o niña le importa algo más que sus juegos? Esta actitud es de su espíritu pleno. Tiene valentía sin límites). Es como si estuvieran leyendo una lección con esa música ininteligible. Este canto se manifiesta con más desenfado en niños y niñas nacidos en los últimos seis años.


Cantan en la casa; a veces aprovechan las canciones de moda para ensayar secretamente las canciones inéditas que llevan dentro. También aprovechan el himno nacional en las escuelas o las canciones educativas para afinar sus melodías ocultas; desde luego que cantan a rabiar en cualquier día de cumpleaños para elevar la voz a coro (y comerse la torta) o en el día del culto religioso que sus padres decidieron. No les importa el lugar donde se encuentren ni las protestas de padres y madres: ¡Cantan! Lo hacen en los mercados, en las plazas, en los baños públicos, en las busetas, en el Metro, en las excursiones, en sus habitaciones, en soledad o compañía; no les importa si son sorprendidos cantando, aún así, continúan; sobre todo, cuando regresan con el cansancio escolar en la mirada, cantan canciones suavecitas que les hace contemplar cualquier cosa con agrado. Eso sí, les incomoda ser el centro de este canto porque no se trata de un espectáculo, es algo más elevado. Si algún adulto quiere destacar este canto para lucirse frente a otros, entonces los niños y las niñas involucrados en el acto de cantar, guardan silencio. Es evidente que también están cantando niños en la calle que buscan ayuda para aliviar la situación económica de sus padres.


Las niñas, siempre más atrevidas, tratan de cantarles a las madres en el transporte público o durante los oficios del hogar o mientras se duchan o mientras hacen las tareas, pero no pocas se ganan un... “Cállate un poquito que me aturdes”. Peor es con algunos papás, que les buscan cualquier oficio para que no canten, entonces, ellas prefieren no cantarles. Los niños, que son más tímidos, no trazan con su canto ningún objetivo tangible; distraídamente cantan y nadie se da por enterado: este efecto cobra una influencia sutil descomunal. Hay padres prevenidos que sí se están dando cuenta de esta actitud en sus hijos y buscan la escuela de música o la práctica del coro. Se supone que estos niños y niñas le sacan gran partido a la oportunidad pero no son muchos los casos. La mayoría de niños y niñas que asisten a proyectos musicales de los adultos, lo hacen por motivación de los padres o las madres.


Hay que destacar que la infancia está cantando sin importar el origen social. Se sabe que chamos indígenas han cantado siempre, pero ahora lo hacen incorporados a este coro multitudinario. Niños y niñas de la burguesía están cantando con el peligro de que sus padres se den cuenta, y los distraigan hacia intereses más lucrativos y egocéntricos como la farándula. Los de clase media están cantando porque les da la real gana: son los más ignorados. En barrios, caseríos, bloques, desiertos, dunas de arena, cuevas, cerros, quebradas, ranchos, chabonos, churuatas, quilombos es donde niños y niñas se están escuchando más con este canto multiarmónico y los adultos interpretan esto como una travesura inofensiva o una curiosidad pasajera: ¡Cosa de niños! -dicen. 
 

¿Por qué la infancia planetaria se está uniendo a esta coral imperceptible de interés desconocido? Nadie lo sabe, como tampoco nadie sabe desde cuándo la hace. Pudiera pensarse en cualquier motivación: desde el acceso a las redes, la participación social infantil que ha crecido, hasta la teoría del inconsciente colectivo de Carl Gustav Jung. Sin embargo, pareciera que la principal motivación está en el insondable ellas y ellos mismos. Pareciera que hay algo desconocido ligado a una gran espiritualidad que les comunica un canto profundo que viene del fondo más lejano del universo.
 

¿Para qué cantan? Cuando se aproximan advientos supremos que traen consigo transformaciones venturosas en lo filosófico y lo político, anuncios de cambios importantes en los seres humanos, confluencias sociales dialógicas de extraordinaria significación artística y poética, arribos culturales de trascendencia vital, grandes integraciones de fuerzas esperanzadoras, comprensiones dialógicas maravillosas, los primeros anuncios sutiles los ofrecen los niños y las niñas. Siempre ha sido así y hay quienes lo captan. Hoy están cantando desconocidas melodías que llevamos dentro adultos y adultas; cánticos que desconocemos y no dejamos salir por la rigidez que nos aprisiona, los males que hemos recibido de la pedagogía, el miedo a lo desconocido, la repulsión a lo diferente, las puertas y ventanas cerradas a las transformaciones, las secretas tristezas por una Pacha Mama que nos han contaminado, la arrogancia que niega la estupenda oportunidad a la paz, porque atrofia la enorme comprensión ofrecida por la democracia y entorpece la dignidad del diálogo. Están cantando para mostrarnos la sospecha de que se aproxima un maravilloso cambio planetario, cuyo crepitar melodioso debemos escuchar.




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