miércoles, 15 de marzo de 2017

CELAJES



¿Quién cae en cuenta de sus posibilidades? Su atributo es la brevedad, su grandeza lo efímero. Apenas emanan y pasan. No fenecen porque tienen la capacidad de resucitar un millón de veces en fracciones de segundos. Cuando alguien cree verlos ya han pasado, y la resurrección enésima es quizás la que hayamos visto para someterlos al más profundo olvido.

Uno quiso estar en la vista de un muerto de Quiroga: uno entre miles de millones por segundo, un milagro. Quiso ser el presagio de la catástrofe. No estaba seguro del sitio donde quería ser manifestado. La indecisión se le perdía en esos selvas pegostosas voladas de insectos fastidiosos y ríos espesos, buscando creerse para el justo momento de salir y que el uruguayo, entre sus lamentaciones y tragedias, lo atrapara y… ¡Vaya!... lo escribiera.

Un duelo entre dos codiciosos, ambos de ropas roídas, barbas descuidadas, manos diestras también en la baraja, largas horas de puñal y alcohol, rasgados rápidos de piel, gruñidos, risotadas, sudor, mucho sudor y claridad amplia, cielo alto, caimanes adormilados en las playas, sol esplendente. Dos en la disputa del botín. En la distancia en que cuatro brazos manotean la impaciencia y se dan al azar del filo monstruoso, se ubicó en la ventaja de uno sobre el otro cuando el cansancio y la habilidad fueron tomando el ritmo; las pisadas más diestras, la fila de zarpazos extendida sobre la sangre buscada… el ruego a Quiroga para que pensara sobre su escritorio, la posibilidad de que la tarde de un día cualquiera, en un pantano intrincado del Sur, la luz hiciera el prodigio de emanarlo como el anuncio del fin, el desafortunado que no sacó la pasada justo a tiempo.

Quiso ser esa pequeña luminosidad en la mirada de quien recibió el tajo en su tardía atención sobre la navaja atrapada por la muerte.


QUIROGA













Del libro inédito LIMBIC@S: Buscan contextos para llegar a ser textos.



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