¿Quién
cae en cuenta de sus posibilidades? Su atributo es la brevedad, su grandeza lo
efímero. Apenas emanan y pasan. No fenecen porque tienen la capacidad de resucitar
un millón de veces en fracciones de segundos. Cuando alguien cree verlos ya han
pasado, y la resurrección enésima es quizás la que hayamos visto para
someterlos al más profundo olvido.
Uno quiso
estar en la vista de un muerto de Quiroga: uno entre miles de millones por
segundo, un milagro. Quiso ser el presagio de la catástrofe. No estaba seguro
del sitio donde quería ser manifestado. La indecisión se le perdía en esos selvas
pegostosas voladas de insectos fastidiosos y ríos espesos, buscando creerse
para el justo momento de salir y que el uruguayo, entre sus lamentaciones y tragedias,
lo atrapara y… ¡Vaya!... lo escribiera.
Un duelo
entre dos codiciosos, ambos de ropas roídas, barbas descuidadas, manos diestras
también en la baraja, largas horas de puñal y alcohol, rasgados rápidos de piel,
gruñidos, risotadas, sudor, mucho sudor y claridad amplia, cielo alto, caimanes
adormilados en las playas, sol esplendente. Dos en la disputa del botín. En la
distancia en que cuatro brazos manotean la impaciencia y se dan al azar del
filo monstruoso, se ubicó en la ventaja de uno sobre el otro cuando el
cansancio y la habilidad fueron tomando el ritmo; las pisadas más diestras, la
fila de zarpazos extendida sobre la sangre buscada… el ruego a Quiroga para que
pensara sobre su escritorio, la posibilidad de que la tarde de un día
cualquiera, en un pantano intrincado del Sur, la luz hiciera el prodigio de emanarlo
como el anuncio del fin, el desafortunado que no sacó la pasada justo a tiempo.
Quiso
ser esa pequeña luminosidad en la mirada de quien recibió el tajo en su tardía atención
sobre la navaja atrapada por la muerte.
QUIROGA |
Del libro inédito LIMBIC@S: Buscan contextos para llegar a ser textos.
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