jueves, 9 de marzo de 2017

ENOC




(Capítulo 3. El Retorno)

Resultado de imagen para lago titicacaQuien no ha visto que los aymaras jamás se rinden no ha visto nada. Pueden esperar hasta quinientos años para invocar la impaciencia. La tierra de los zemphaíres fue rodeada por miradas, respiraciones, silencios, esperas, tensiones, palpitares de miles de hombres y mujeres en una noche de absoluta oscuridad. Con apenas todas las estrellas del cielo iniciaron su propuesta.

Querían al niño con sólo la condición de la disculpa. Como la guerra era la respuesta a cualquier negativa, llegaron pintados y provistos para la ocasión.

Fueron recibidos con trozos de masa de papa cocida y cierta chicha de batido improvisado que bebieron con dignidad.

Las deliberaciones comenzaron luego de intercambiar cantos rituales imprescindibles. A los dioses fueron elevados votos eternos por el desenlace favorable a la paz. De ambas partes escogieron a los negociadores más hábiles. Cada delegación llevaba un amauta y una sabia de comprobado prestigio. Sentáronse a orillas del gran lago de aguas de cristal para mirar lo provenir.

Se admitió el robo del niño, sus lágrimas y la indefensión. Como atenuante, el argumento de la curiosidad cruzó el diálogo. La falta de aviso y la sorpresa dieron fuego a las palabras de quienes acusaban. Quedaba por discutir acerca de los afectos que habrían aflorado en su nueva estadía. La secular impaciencia zemphaír planteaba duros desafíos a la eterna paciencia aymara. Al optar la sabia decisión de escuchar al niño, aceptaron compartir las responsabilidades. El cariño y la convivencia serían repartidos con equidad.

Acordaron dos días de oración y diez de fiesta.


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Los aymaras, como parte afectada, lo tendrían las siguientes ciento ochenta visitas del sol, más un equivalente al cautiverio.

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