jueves, 25 de abril de 2019

"EL BEBE" SENDIC



"Y quiero que me perdonen en este día los muertos de mi felicidad"
Silvio Rodríguez
A 30 años de su siembra

Era del campo y regresó al campo desde la ciudad a reencontrarse con las luchas de sus hermanos y hermanas trabajadores que siempre fueron sus luchas. Los defendió con su palabra, con sus pasos, con sus saberes, con sus manos, con su sangre. Aquellas esperanzas que se levantaban como inmensos árboles llenaron su mirada de victorias. Aquellas manos eran sus manos. Aquellas voces eran sus voces. Aquellas historias eran su historia. Aquellas vidas eran su vida. Y abrió surcos de lucha organizada en la memoria de su pueblo.

La originalidad se hizo práctica en su andadura de guerrero. Estudió junto a sus camaradas a la gran ciudad de su país pequeño, arriba y debajo de sus calles insondables se hicieron invencibles luciérnagas. Y allí fueron a librar una heroicidad como nunca jamás. Las madrugadas los acompañaron cual hadas sabias mientras buscaban fuerza en otras luchas de otros pueblos de otras indomables gestas. El normativo dimensionado para pelear fue una gran norma de muchas normas cubiertas con el pasamontañas del Abya Yala.

Reinventaron la sorpresa, la invisibilidad, el mimetismo, la compartimentación. Paralizaron los planes de la oligarquía: la pusieron a pensar en un puñado de gente insondable capaz de responder a las afrentas con espíritu, poesía, dignidad, trincheras y victorias. El imperialismo se sintió espiado. Le devolvieron huella a huella, el prontuario de cada uno de sus títeres sangrientos. Por esto lo odiaron a muerte. Dejaron a la famosa Agencia en cueros. Treparon el cielo sin asaltarlo. Los pueblos vieron sus hazañas mientras atravesaban las nubes con todo el saber en sus morrales. Desde Groenlandia a la Tierra del Fuego se cantaron sus gestas con la garganta de un antiguo anhelo. El tambor y el laúd africanos sostenían sus secretos en los sones. En el triunfo que tejía Indochina contra los halcones del Pentágono, amanecía cada mañana su mundo del Sur. En Europa se volvió a recordar que un oriental nunca se rinde. Se hizo gigante el recuerdo del cacique Tupac Amarú. El imperio hirió tanto a su pueblo hasta lesionar su alegría. No tardó en transformar la tristeza en democracia ese pueblo.

Te lo podías encontrar detrás de cualquier rencor oligarca en la prensa lacaya que ocultaba su emblema. En la gran película de Costa Gavras aún lo puedes imaginar. En esas formas ocultas en que la vida política puede asemejarnos podías encontrarlo. De brillo y penumbra aún vive en los escritos de Mario Benedetti. En esos libros con carátula cambiada y cuerpos rudimentarios fuimos aprendiendo de su grandeza y del Uruguay agredido por el imperio. En el sentido hasta siempre con que lo homenajeó su pueblo luego de rendir su vida en la ciudad de Paris el 28 de abril de 1989, desde el Abya Yala expresamos la más digna nostalgia que se puede otorgar a un héroe que luchó por nuestra felicidad.

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