sábado, 27 de abril de 2019

SINFONÍA CON LLUVIA Y COLA



Turén es una ciudad que parece más grande de lo que es. Su gente se ve poquita en las calles para la lenguará de pavimento y casas y edificios que tiene. Anchura de metrópoli y ordenamiento de pueblo: afortunadamente. Por estos predios aún se dice con frecuencia “Pueblo chiquito infierno grande” y sería bueno preguntarse: ¿Entonces, qué será una ciudad más grande de lo que se ve? Tiene sol de llano Turén y gente llanera. Abundan las bicicletas con sus conductores y muchas conductoras. Por estos días se va la luz con frecuencia y las colas para el banco se alargan con nerviosismo. Quienes pasaron de la puerta de vidrio se salvaron del aguacero que arreció en segundos y Uno Más que antes de entrar, agarró su fuerte chaparrón.

Uno Más llamó la atención desde el principio pues era casi como Turén porque parecía más viejo de lo que era. Asombró por la agilidad como se escurrió entre el gentío que murmuraba los temas preocupantes, nada más acomodarse en las colas. A una mujer le pareció que la camisa de Uno Más parecía más mojada de lo que se veía. Otra susurraba que las arrugas del pantalón no eran tantas como subían cual venas vacías desde el ruedo. Lo que parecía indudable, sí, fue lo empapado del cabello que sacudió fuertemente con ambas manos, inclinando la cabeza hasta más abajo de las rodillas de piernas abiertas; y el encharcamiento de los zapatos, que una singular modestia hacía parecer menos deteriorados: ¡Turén!

Las miradas cubrieron de advertencias a Uno Más, cuando se erigió con un paquete debajo de la axila. “Yo no vivo aquí” -dijo con velocidad- “vengo del Playón y estoy en la cola desde las cinco de la mañana”. Hay expresiones sinceras que son inapelables y la gente más sencilla, las de buen corazón, comprende. Aunque hubo quienes mantuvieron su expectativa en la suspicacia, la mayoría casi ayudaba a Uno Más a mostrar su paquete envuelto entre plástico y periódico. Alguien que jamás falta le cedió el espacio para facilitar su tarea, pues de notaba que deseaba hacerla con cierta paciencia. Esos silencios laboriosos que parecen ayudar con una fuerza desconocida a quienes ejecutan suertes improvisadas en público, acompañó a Uno Más a descubrir su objeto; ahora transformado en arrebatadora curiosidad. ¿Una hallaca? ¿Una canilla de pan? ¿Un bollito? ¿Una panela de papelón? ¿Un cartón de huevos? El silencio hacía concursar las miradas que se peloteaban la curiosidad como la bolita ganadora de un bingo. El suspiro general (porque hasta se contuvo la respiración) hizo soltar algunas risas sonoras aromadas de respeto, al ver que se trataba de un Libro.

Es imposible abstraerse de una fuerte atención grupal sin la imprescindible concentración con la que Uno Más procedió a envolver el libro de nuevo con una lentitud ceremonial. Un deseo oculto de protegerlo de cualquier dañina intemperie que atrapó la solidaridad de todos, hizo que nadie reparara en el nombre ni en el autor del libro. Aquellas señales siguieron atrapadas en el secreto, mientras se revelaba un afecto antiguo que cada quien puso en el lado adecuado de su memoria. Uno Más resguardó su libro en la parte delantera del pantalón empapado y preguntó: “¿Quién es último de la cola?

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