sábado, 16 de enero de 2021

HELADA

 


 


A Elisabeth Klube Ross in memoriam. Por haberme esperado en aquel libro.

 


Apareció y mi ensueño se armonizó al instante con su presencia milagrosa. ¡Qué encanto! Bajaba por el rayo de sol, hollando con su presencia deslumbrante aquel camino de claridad que acaba de recordármela.

TERESA DE LA PARRA

 

 Todo lo que el hombre imagina existe.

MARK TWAIN

 

Algún día, el hombre hará pasar un ferrocarril sobre un rayo de luz.

LUIS LUSIK

 

Vivía entonces uno de esos trayectos de la existencia que suelen hacerla mucho más maravillosa de lo que ya es. Transitaba un camino universitario en dos importantes vertientes: una, como profesor del CEPAP UNESR participaba junto a mis colegas, en un debate estupendo acerca del tema de la complejidad en los procesos educativos y dos, daba el maravilloso salto al vacío en el espacio-tiempo de los paradigmas emergentes de la mano de ese duende llamado Francisco Gutiérrez.

Lo habíamos visto entrar a la sala de usos múltiples de la ULAC con esa voz de proclamas antiguas, llenas de tanta novedad. Nos traía desde Costa Rica una dimensión impensada de la Universidad La Salle. Nos movió el mundo con un poema de Guillaum Apollineire. Nos invitó a amar mucho más la educación. Nos hizo reconocer en cada quien, los rudimentos iniciales para tejer nuestras propias alas; lo interesante era que ya nos habíamos lanzado a vuelo, por lo que era necesario comenzar de una vez. Algunos preguntaron por los requisitos administrativos: cédula, títulos, costo de matrícula, esas cosas materiales y Francisco pareció molesto al responder: “¡No hacen falta esas cosas! ¡No se preocupen por eso! ¡Hacen falta ustedes!”. Mostró su sonrisa de niño de espíritu y levantó los brazos como un profeta: “¡Hagan su propio vuelo!”.

Cuando entramos en aquella realidad con Francisco y su equipo, algo significativo comenzó a sucederme entre muchas pequeñas maravillas cada día. Fue como si hubiese accedido a espacios que siempre estuvieron allí, esperando por mí. Y a su vez fue como si ya estaba desde siempre y lo que hacía era hacerme más consciente.

Un sábado fui de visita adonde mi hija Argelia y al recibirme con su espléndida sonrisa me contó que mi nieto Owen, entonces en tercer grado de primaria (hoy es un excelente artista de la plástica), me había comprometido en una actividad de su escuela. Sus cuatro hijos estudiaban en el Colegio Abraham Reyes de la Parroquia 23 de Enero y, como es obvio, ese proceso escolar era muy importante en su vida cotidiana.

En la comprensión de la timidez del nieto, mi hija me explicó que el proyecto escolar elegido por niños y niñas para el segundo lapso, se centraba en la asignatura de Lenguaje con el tema de Los Cuentacuentos y Owen había levantado la mano diciendo: “Mi abuelo es un Cuentacuentos”. La maestra preguntó al alumnado: “¿Les parece que invitemos al abuelito de Owen a que nos cuente algunos cuentos?” Y la afirmación fue estruendosa.

“Vaya. –me dije- Ahora de Cuentacuentos en la escuela primaria de unos nietos tuyos”. Sonreí por la travesura de Owen, quien me había postulado para su actividad como si yo tuviese la misma gracia expresiva de una Norma Guatarama o la bella claridad narrativa de una Graciela López o el interminable relatar fabuloso de un Caimán de Sanare o el histrionismo fraseado de un Pedro Camilo Villahermosa. ¡Na’guará!

Recordé varias incidencias educativas de mi vida, que me relacionaban con esta propuesta y me inspiraban hasta el ánimo. A ver; había facilitado junto al maestro Armando Zambrano un taller de Cuentacuentos para representantes en el Colegio Kennedy del Barrio Bolívar de Petare; y también había participado en otro taller de Cuentacuentos para docentes en la Oficina Central de Fe y Alegría, facilitado nada más y nada menos que por Luiz Carlos Neves: ese genio mundial de las letras para la infancia. Más que contar, allí me dediqué a escribir. Después de escucharme contando el cuento, Luiz Carlos nos dijo: “Una cosa es contar un chiste y otra muy diferente es contar un cuento”. “¡Raspao!” –pensé.

La tercera experiencia que recordaba por más reciente y que de seguro me ayudaría, fue el año como maestro de preescolar en el bonito colegio Niño Jesús de Praga de la zona de Gato Negro en Catia, donde terminé de graduarme de educador. ¡Qué experiencia señoras y señores! Algunas veces, cuando terminaba las mañanas y miraba a las niñas y a los niños irse a sus casas, pensaba en que las representantes estuvieron a punto de tomar la institución, reclamando a la Directora por haber contratado a un tipo viejo, chivudo y melenudo como maestro de sus pequeños hijos. El día que les entregamos sus diplomas, yo recibí el mío en la sonrisa de esos padres y esas madres perfumados en aplausos de satisfacción.

Caramba. Lo que son los niños atrapando el sentido de la oportunidad. Jamás había hablado a Owen acerca de estas experiencias. Sin embargo, como abuelo les había contado sus cuentos y algo de todas esas maravillas me ayudarían a presentarle cosas interesantes a quienes, como mi nieto, no esperaban nada menos que lo mejor.

La actividad iba a ser en el horario de la tarde y yo me presenté una hora antes, tal y como debe hacerlo todo educador o educadora en una jornada similar: como si fuese la primera vez que iba a dar clases. Todo nervioso, con ciertos retorcijones de barriga, vaporones desde el cuello de la camisa, carraspeando suavemente la garganta para que no se me fueran los gallos, repitiendo mentalmente las palabras de entrada que no diría nunca, la espalda con cierta rectitud, temblorcillos en las piernas. Lo importante era que nada de esto se me veía excepto la sonrisa.

Me presenté con la maestra, quien a su vez me presentó a las dos representantes que nos ayudarían. No pude pasar por alto, par de bandejas de sanguches y varias botellas de refresco también saludadas con la vista sobre el colorido mantel de una mesa. La maestra hizo la necesaria introducción y entonces alumnos, alumnas y yo intercambiamos las buenas tardes. Les propuse decir sus nombres en una ronda. Aceptaron.

Narré un gran cuento desde el comienzo como si extendiera un progresivo poema. Fui invocando a los seres maravillosos, habitantes de las historias de los Cuentacuentos por siempre; al Pájaro Grifo que se alimenta de nubes, a los Momois de las aguas que encantan a los caimanes, a Tío Conejo que espabila a Tío Tigre, a los Gnomos que salvan a la tierra del abandono, al Ave Fenix que utiliza sus cenizas para renacernos, a la Vendedora de Cerillas que da luz a la esperanza, a las Brujas que barren el aburrimiento, a Miguel Vicente Pata Caliente viajero infinito, al príncipe Hayawatta que habla con los animales, a la bochinchera “Eusebia” Muñeca de Trapo de Zobeyda, a Pedro Rimales el ser más práctico del mundo, hasta nombrar a las Hadas.

Justo en ese momento vi, cómo desde el techo se desprendía y flotaba algo que era como una pequeña estrella de algodón, visible para todas y todos. Aproveché, dentro de mi narración, para bautizar como un Hada a la recién llegada criatura; era una invitada especial a nuestra actividad. Voló por varios segundos frente a nuestros ojos como impulsada por el aire y, magnífica, se ocultó precisamente debajo del asiento donde estaba sentado. Le hablé al Hada acerca de la importancia de su presencia como generosa activadora de la imaginación; a la cuenta de tres, pedí a niños y niñas corear la frase: “¡Bienvenida señora Hada!”.

Invité a escribir un cuento inventado, pensando en algo que hubieran soñado y luego cada quien debía leerlo en voz alta. Con unas ganas sorprendentes, cayeron sobre sus cuadernos en el empeño de imaginar su historia y cuando concluyeron, fueron leyendo su creación. Aquellos escritos eran, como toda hermosura, muy sencillos y estremecedores; como si mis arengas previas les hubieran inspirado esas bellezuras en caminos de pequeñas aventuras. Curiosamente, una niña había transformado la llegada del Hada, en el suceso de su cuento, con sorprendente inspiración. Al concluir las lecturas, las representantes habían llorado, reído y aplaudido de buena gana. La maestra estaba impresionada hasta la gratitud.

La hora de la merienda la transformamos en un bochinche para contarnos otros cuentos inventados en el mismo momento, mordiendo sánguches y sorbiendo refresco. La maestra y hasta las representantes también se lanzaron sus relatos. Realmente no hizo falta que yo centralizara un espacio especial para contarles cuentos porque todas y todos nos habíamos transformado de Escribecuentos en Cuentacuentos y viceversa.

Estando en la muy difícil tarea de decirnos “hasta luego”, retomé de nuevo el nombramiento de todos esos seres maravillosos que nos habían acompañado, y yo escuchaba a mi lado, a la niña que escribió con sorprendente inspiración, repetir una palabra insistentemente: “Helada, Helada, Helada”. Por un momento, la tomé para resaltar que se nublaba la tarde con cierto frío; además, les hablaba de los suéteres para cubrirse, pero la niña continuaba con aquel recitar: “Helada, Helada, Helada”; fue cuando miré en sus ojos las crepitaciones de su recuerdo; era como si desde el fondo de sus pupilas nos saludara el porvenir y sólo ella lo estaba viendo, y luego todas y todos desde la emoción.

Sucedió el instante educativo en que la maestra (la niña) supo cuando su alumno (yo) comprendió lo que en su mirada gravitaba, al pintarse en su rostro una sonrisa inenarrable.

“¡Es cierto! – exclamé sorprendente- debemos despedirnos de “El Hada” que ha estado esta tarde acompañándonos”. Me fui de nuevo a la invocación del inicio, agradeciendo al Hada por su presencia y en eso salió del sitio donde había estado durante la tarde y comenzó a flotar buscando altura, hasta meterse, casi llegando al techo, entre los rayos de sol. La maestra se persignó. Las representantes se abrazaron conmovidas. Niñas y niños hicieron ese silencio donde se esconde una clave musical.

A la cuenta de tres, todas y todos gritamos: “¡Hasta luego señora Hada!”.

 





 

5 comentarios:

  1. Gracias Oscar por la narrativa, nos hace recordar que el cuento existe por las ilusiones y la inocencia.

    ResponderEliminar
  2. Felicitaciones muy hermosa narrativa

    ResponderEliminar
  3. Interesante y conmovedor relato, que merece reconocimiento y aplausos.
    Saludos y feliz domingo. Franklin.

    ResponderEliminar
  4. Hay cosas que nos subliman y este relato es uno de ellos! Felicitaciones!!!

    ResponderEliminar
  5. Me sentí como parte de ese hermoso y mágico lugar. Me encantó tu manera de contarlo y hacernos revivir nuestro propio cuento...

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.