¿Qué es el amor, Simón Bolívar, sin responderte a la
mujer? Responde a la flor en el cabello largo, a la caricia materna, a los
cuidados de las hayas, a los besos apasionados, a los vuelos infinitos al
placer, al acompañamiento en las luchas y podrás decir qué es el amor. La niñez
te puso a prueba temprano con la partida de la madre. La juventud te llevó en
los adioses de la esposa. ¡Madre! La llamaste en tus noches febriles de infancia
solitaria. ¡Teresa! Susurrabas al viento buscando el sosiego del joven viudo. París
y la amistad de Fanny te sostuvieron la congoja. Manuela, la quiteña impetuosa,
arrasó todos tus mandatos y por instantes te arraigó.
Tuviste jardines, Bolívar y allí estaban todas,
sonriendo en los anchos rumbos de estas tierras. Esperando la galantería, el misterio
del beso, el cuento interesante, la pieza de baile, la promesa de amor eterno,
la batalla. Aún te admiran desde el tiempo. Entraban y salían de la Catedral con
sus mantos inmensos, sus rostros severos y sus abanicos oscuros. Pasos firmes
por la Plaza Mayor y las miradas se detenían por la admiración de sus largos
vestidos señoriales. Parecía que sólo ellas existían cuando bajaban la esquina de
San Jacinto frente a tu casa y ni el aire osaba moverse.
La mujer que hoy te mira sobre la estatua, no es
aquella de la sociedad colonial, aunque se parecen. Aquella que te vio de niño
y llevaba la contradicción de la sorpresa, jalado por la fuerza del Tío Esteban
Palacios, cuando te negabas a ir a las clases del maestro Simón Rodríguez. ¿Qué
le pasa al niño Simón que no quiere obedecer? —Se preguntaba. Y el niño la
miraba con el rencor de haberla perdido tan temprano, con la ansiedad de querer
estar en su regazo, con las ganas de amarla. El niño está solo pero no le falta
mujer que le ame, que le abrace, que le mime. Tiene a Hipólita, la negra que le
consuela y que le cuenta cuentos de aparecidos.
Hoy esa mujer te busca en su Plaza y quiere que la
montes en tu caballo de bronce y te la lleves por esos mundos a conquistar
nuevas libertades. Esa mujer te ama en
cada Plaza que lleva tu nombre en cada pueblo. Alguna querrá brindarte un
majarete caraqueño, un buñuelo de Acarigua, un dulce de leche de Ciudad Bolívar,
una conserva de coco barloventeña o un abrillantado de Mérida. Las amas a todas
Bolívar, las negras y las blancas, la de pelo como cascada o la del cabello
ensortijado, la del salón de baile y la del mercado, la que vistió el
guardainfante y hoy viste de bluyín, la que pulsa el celular, la poeta de la
esquina de Gradillas, la que toca el violín en el Saladillo, la que se baña
desnuda en Boca de Uchire, la que pinta un óleo sobre los morros de San Juan,
la que te añora entre las brisas de Paraguaná, la que quiere hacerte una arepa
con queso de San Fernando de Apure.
Ellas te recibieron en Santiago de los Caballeros y te
coronaron Libertador, te cortejaron con las sonrisas más bellas del universo y
te dejaron su aroma de eucalipto. Hoy te encuentran en los libros y en
internet. Allí se admiran de nuevo por tu hazaña y la recrean en alguna exposición
de la escuela o del liceo. Cada vez que se pintan los labios o se llenan de
creyón negro el borde de los párpados es porque ellas están soñando que se encuentran
contigo en una pastelería y le brindas un bienmesabe y café con leche. Tal vez
las vayas a buscar en una motocicleta o la invites a pasear en el Metro de
Caracas, igual que las montaste en un zaino caballo y las llevaste a gritar
amores en Carabobo, Boyacá, Junin y Ayacucho.
¡Te hablan, Libertador! ¡Desde el tiempo te llaman y
te anuncian! ¿Qué quieren tus amadas mujeres de ti, Bolívar? Quieren al
hermano, al novio y al esposo. Ellas quieren también al amigo que les da la
mano y al gobernante que les impulsa a solucionar. Y te muestran el firmamento,
te dibujan el horizonte con a punta del dedo: luego lo pintan de mil colores
con un brochazo de arcoíris. Te miran todas con ojos de presente para que les
hables de nubes y senderos. Por ello te darán café y te llevarán a subir
escaleras empinadas de mil peldaños. ¡Te hablan, Libertador! Porque tu las amas
y porque conociste el amor desde el alféizar de sus ventanas. Te limpian la
casaca con sus risas y te prometen ternuras con su sabiduría.
Tienes que aprender Simón. ¿Acaso sabes lo que es
aprender? Eres muy niño aún para saberlo, pero a cada instante aprendes. ¿Ves
esas aves que rayan el azul del firmamento? Debes aprender el porqué vuelan. ¿Ves
ese árbol gigantesco que parece sostener a toda la naturaleza sobre sus ramas?
Debes aprender cómo traslada su cimiente. ¿Ves ese gran río que baña a toda
esta sagrada tierra con sus afluentes y caños? Debes aprender cómo vencerlo con
tus brazadas.
Debes hacer que tu mirada descubra el misterio de las
enredaderas, la monumental danza del caballo que te puede llevar a saltar las
montañas, el brillante lenguaje de la espada. Hoy eres más emoción que genio,
por esto debes domar el impuso y transformarlo cálculo. Aprende del turpial el
celaje, del tigre la pisada y la espera, del búho la paciencia, de la danta el
empeño. Debes aprender a mirarte el rostro en el reflejo del agua antes de
lavar tu cara. Reflexiona, Simón. Escucha el sonido del viento a ver si hay
tormenta y el silbido del mono a ver si
hay estampida. Espera la lluvia como si
ya tuvieras agua empozada en las manos. Espera el agua como si ya tuvieses la cuenca.
Tu madre se te fue temprano mas la mía yo no la conocí.
En tu partida de nacimiento dice María de la Concepción Palacios y Blanco, en
la mía mi verdadera madre no está. Aparecí a las puertas de la casa de un
presbítero. Te comprendo, mi joven amigo. Nos parecemos Bolívar, somos
vertiente de un mismo sufrimiento y estamos solos. Nos acompaña la educación y
el saber. Hemos de andar juntos para buscar antigüedades y aprender más. Te
invito a jurar libertad en el templo más antiguo del planeta. No dejes cada
tanto de mirar atrás. No te detengas. Si algo te impide el paso que tu
detención que sea para buscar seguir adelante.
Debes levantarte de este despecho. Considera que pocos
pierden a la madre y a la esposa y logran sobrevivir. ¡Sobreponte! Debemos ir a
Francia a ver como el déspota Napoleón se coloca a sí mismo su corona. ¡Tonto! Su
empeño militar era por querer rey. Debes leer Bolívar. Leer las cartas, leer
los libros y leer el mundo.
Nunca serás como Bonaparte porque leerás los relatos
de las bibliotecas, tanto los de ciencia como los de historia. Con los
aprendizajes de la esgrima, tumbarás la espada a un principito. Aprenderás a planificar
la política, a leer los mapas y el curso del viento. Aprenderás también a ganar
las batallas y a recuperarte de las derrotas.
Ven Bolívar a mi pizarra para que conozcas el arte del
aprender. Debes mirar el firmamento y encontrar allí a la estrella que te
acompañe. Con su luz, alumbra la noche con el desvelo y al día con la perseverancia.
Te he dicho que el pasado es aritmético y el presente geométrico. El hombre
tuvo que aprender la operación antes de trazar.
Acaso ¿El general Simón Bolívar se me está
escondiendo? Quiero verlo. Alguien que le anuncie que su maestro Simón
Rodríguez ha llegado de muy lejos y le diga que trae nuevos sueños y utopías. Sé
de sus triunfos en todas las batallas y en todas las guerras. Conmigo aprendió
el oculto arte de vencer. Dígale que le traigo el último libro de Educación
escrito por mí. No vengo a pedirle dinero. Vengo más bien a brindarle mi apoyo.
¡Es usted Simón Bolívar! Lo celebro: ¡deme un abrazo mi amigo!. Le vengo a
ofrecer mi proyecto educativo para estas repúblicas a un Libertador que ama la
educación y comprende su importancia.
Hagamos escuelas, general Bolívar. Llenemos de
instituciones educativas estas tierras novedosas. He sabido que usted ha creado
leyes que protegen a la educación para las clases desfavorecidas. Debemos
intercambiar proyectos a la brevedad porque me huele que su visión y la mía
coinciden. Somos el producto de la ilustración, la síntesis de las primeras revoluciones
del siglo XIX. Somos hijos de la imprenta, del más novedoso proyecto pedagógico
libertario. Siempre el pensamiento de usted ha alumbrado el camino de pueblos
enteros que esperaban el impulso de la libertad. Hoy esos pueblos están a su
disposición general Bolívar. Salga por un momento y constate la cantidad de
maravillas que le han escrito. Vaya a la plaza que lleva su nombre y coma
cotufas con los niños, baile con las jóvenes en la retreta y comience de nuevo
su discurso diciendo: «Moral y luces son nuestras primeras necesidades».
«¡Bolívar! ¡Bolívar!» Sé que me buscas desde tus
juegos de niño, cuando brincabas los montes aragüeños y le lanzabas piedras a
mi imaginada monstruosidad. Alguna vez soñaste, cobijado en el regazo de Matea,
que una sombra gris atacaba tu respiración y abrazaba con fiebres tu frente
párvula; era yo quien retozaba oculta en tu oreja y te llamaba desde el futuro.
«¡Bolívar!» —te gritaba y mi voz era larga como un trueno en los esteros
llaneros. Apenas abrías los ojos y la teta de la negra te sosegaba el intenso
llamado que te hacía llegar desde el tiempo.
«Ven a mí» —te grité y llegaste con la agitación de
haber tumbado la cabeza de un Capitán General. Eras el más decidido, el más
atorrante, el más creativo. Viajar más allá de la defensa de un rey fue tu
primera genialidad política. No te cansabas de conspirar el momento, ni de
susurrar los secretos de las futuras victorias. «¿De dónde vienes?»: —te
pregunté. «¡De Venezuela devastada por un terremoto!» —me respondiste y tu voz
ya llevaba el palpitante cansancio del triunfo. Allí te levantaste sobre los
escombros y me amenazaste, apuntaste tu dedo contra mi omnipotencia, me miraste
con tus lujuriosos ojos libertarios y gritaste mi derrota. Desde ese día te
busco y te encuentro en cada pedazo de tierra nuestramericana. Saltas de las
estepas de la Nueva Granada con tu admirable espada protegida con nubes
aborígenes. De los Andes inextricables emanan las huellas de los hombres que
conmoviste con tu verbo de fuego. Descalzos me persiguieron sin sosiego y me
encontraron. Allí los esperé con mi elevado perfume de pólvora y los hice
triunfadores con mis derrotas.
Me gritaron todos llenos de lanzas y caballos. Les
respondí con llamaradas tormentosas. Debes agradecerme Bolívar que te hice
General. Te regalé el mosquete invencible con que abatiste las sombras de tu
patria. En una noche sigilosa te brinde la bala mágica con la cual desinflaste
el imperio arrogante. ¡No te di tregua, general Bolívar! ¡Jamás te di cuartel! Con
mis ignominias te llené del odio suficiente para calcular la batalla con
detalles de victoria. Te envié muchos Generales de tu causa y te obedecieron
ciegamente. Mis Generales los atravesaron con sus desafíos y dentelladas de
diamante.
Te preparé a Boves, mi hijo predilecto, entrenado para
descuartizar sonrisas. Le di una justicia tan genuina como la tuya y lo lance
sobre tus mantuanos aterrorizados. Su cólera celestial era capaz de herir la seca
brisa de Taguanes y los perfumes de Paris. «Ahí viene el Taita Boves, con mil
combatientes y uno más» —escuchaste en los alaridos de las guacharacas. Nunca
fuiste tan brillante y elevado como cuando tramaste las batallas para
derrotarlo. Sabías que era un tigre herido, que pudo ser tu hermano, que una
trampa le nubló la conciencia, que en su corazón guardó alguna vez el deseo de ser
tu mejor General. ¡Y me lo derrotaste Bolívar! Cayó Boves con su ejército de
indios y negros. Mi mejor soldado ´fue abatido como un hombre más. Pero su
muerte te hizo ver que la vida de la republica estaba en los rostros de su
ejército descamisado e indómito. En la pisada de «patalajá» de sus hombres invencibles
estaba el paso decidido hacia el Sur, donde Santiago de León besaría los pies
de los indios de Ayacucho.
Buenas noches mi general Bolívar. Firme usted la paz
con Morillo en Santa Ana. Monte su mula castaña y venga a verme sonriente, sin
mis cañones, sin mis barriles de pólvora, sin mi ensangrentada dentadura y sin mis
muertos. Me encontrará usted General, con mi mejor vestimenta y mi más amplia
sonrisa. Viene usted a detener los genocidios, a que vista de seda en las batallas
y cuente hasta diez para apuntar a la cabeza de todos los hombres. ¡Buen logro
Bolívar! Nunca dejó de ser admirable la combinación de tu ferocidad en el
combate con tu diplomacia. Inauguraste la geopolítica para nuestras repúblicas,
con tu visión imperecedera llena salones donde de mujeres bailan joropo o salsa
y se enamoran de cuanto arrendajo detiene su vuelo en su ventana y toman el
café pensando en cómo criar a los hijos para que sean tiernos y poetas,
guerreros como tú lo fuiste Bolívar. porque aún hay muchas libertades escondidas,
a la espera de un Libertador que las enamore. Y aún estoy yo aquí Simón, ya no
con espadas ni caballitos de madera, ni con alazanes multicolores, ni con
cañones de hierro ni rudas pistoletas. Hoy estoy con mejores armas. Ahora tengo
ojivas nucleares y drones sin tripulación. Ven a mí Bolívar. Ven a mí
Libertador con tu eterno ejército de pueblos, para que me infrinjas una derrota
definitiva.
Y no te canses de jugar nunca, Simón. Un Libertador,
para saber elevarse con las victorias y no enloquecer con las derrotas, debe
saber jugar todos los juegos de su niñez. El juego es el mejor secreto para
encontrar los secretos. ¿A qué quieres que juguemos ahora mismo? ¿Jugamos todos
los juegos a la vez? Será una ronda donde tomaremos las manos del mundo y
daremos vueltas y vueltas y tramaremos el juego que se nos ocurra. Te propongo que
juguemos a quitar las murallas que consigamos; ésas que impiden el curso de la
vida. Quitemos la muralla al vuelo del gorrión herido: hay que curarlo. por
supuesto. Hagamos lo mismo con el tronco que evita el nado de caimán. ¿Y si
desapareciéramos el impedimento que tienen las tortugas gigantes por alcanzar el
plantom que las alimenta? ¿Qué mundo quieres, qué mundo sueñas, a qué mundo
quieres quitar murallas?
«América!» —te dices en tus soledades y pones los ojos
en la montaña más lejana. Tu tierra inmensa: la que soñaste con Petión en la
Haití liberada. ¿Qué murallas tendríamos que quitarte Bolívar para que culmines
la obra? La tristeza seguramente que te regaló la orfandad. Estás solo en San
Mateo, rodeado de servidumbre. Rico potentado desde la infancia pero solo. Te
han perseguido los valles hermosos; sus verdores te llenan los ojos de primaveras
constantes. Caracas te conquista con su temperatura de dama sutil. Paris te
seduce con su joven e insegura revolución, pero aún así estás solo.
Esa soledad tiene algunos favores desconocidos,
ocultos entre tus cuarenta y siete batallas. Mis tentaciones te acercaban a los
primeros pocitos de agua que dejaban la lluvia. Alguna vez te detuviste a mirar
las ranas y los sapitos traviesos que temerariamente se atrevían a saltar sobre
ese pequeño mar. Alguna vez un esclavo te enseñó a doblar sobre un papel, aquel
barquito que atravesó el charquito tempestuoso. Tu corazón se conmovió de gozo
con su vaivén y luego lo viste de nuevo surcar los mares en tus ojos, desde la
flota del general Padilla.
Ven Simón, toma mis manos y vamos a bailar con esa
soledad que nunca venciste; pero que te dio el más grande atributo que un niño
no comprende y un hombre aprende a transformarlo en un himno imbatible. La
soledad toma mi mano y la mano tuya a la vez. Danzamos y te vemos a los nueve
años con el alma agitada. En aquellas soliviantadas rabias por hacer lo que te
viniera en gana había dolor, mucho dolor, pero estaba la damisela con la que
jugarías a la guerra y a la paz en todas las tierras del planeta. Tu maestro
Rodríguez fue el único en verla bailando en tus ojos. Había entrado a tu pecho
la noche en que despediste a María de la Concepción para atesorarla en el
corazón junto a su sonrisa de madre joven. Luego la sentiste honda como un
puñal fino y afilado, el triste atardecer en que Teresa se te escurrió en el
leve beso guardado en tu cuello, La soledad te la mostró tal cual era y tú la
miraste pero te faltaba comprenderla. Te mostraba las murallas que la rodeaban
y aún debías buscar la manera de derribarlas.
«¡Maestro, maestro! Siento una opresión en el pecho
que no me deja respirar. Debo ir al médico» —dijiste a tu educador. El maestro miró
muy lejos, tan hondo como suelen mirar los hombres cuando quieren buscar los
signos de la amistad y respondió: «Eso no es de médico, Simón. La he visto en
tu mirada. Ya está en tu rebeldía. En tus deseos y contradicciones por
aprender, en los amores sin compromiso que abrazan las mujeres que te quieren.
Eso no lo curan los médicos. Eso lo curan las luchas». Miraste al maestro y te
dio un arranque de locura; quizás el más genuino de todos cuantos te hayan
asaltado. Te le fuiste encima a Don Simón y lo abrazaste con fervor, como en un
juego, y me invitaste a bailar con ambos y respiraste como nunca todo el aire
del cosmos. Y sentiste que todas tus barreras estaban abatidas. ¡El maestro
tenía razón! Allí estaba en ti y a la vez llamándote, invitándote a jugar a la
guerra, a los amores de la tierra, a encontrar el palito mantequillero en la
geopolítica de los nuevos mundos por liberar y reivindicar. Fuiste derribando
las barreras más crueles que nos desangran el corazón: los prejuicios y las
fronteras. En el juego a la desnudez maravillosa con Manuela Saenz, la viste en
sus ojos tórridos y te envolvió como la más amatoria de las brisas. Jugamos con
ella a las muñecas, y tanto le gustó que Manuela se atrevió a fusilar a varios
generales de trapo. Responsable del mundo, con el imperio que demoliste a tus
pies, la sentiste en tu pecho liberada. Por eso la quisiste para tus tierras
republicanas. «Es hora de llamarla por su nombre» —Te dijiste vibrado en El
Chimborazo y gritaste para fortalecerla con los ecos: «¡Independencia!»
En tu lecho decisivo me viste partir sin abandonarte.
Fui la última que te acompañó en tu vuelo hasta siempre. Fui quien vio la
inmensa belleza de tu cadáver. Al llegar, tropezando los trastos de la casa de
San Jacinto, alegre porque ya sabías leer, todos a coro te preguntaron por mí y
tú respondiste: «Doñana no está aquí / ella está en su vergel».
Me llamo Simón Bolívar. Si usted no sabe con precisión
la fecha de mi nacimiento es porque no ha nacido en Venezuela. Nacer en esta
tierra es aprender a querer sus mil aires musicales, su hospitalidad y sus
mujeres: son los únicos requisitos. Y si quiere saber dónde comenzaron mis
correrías infantiles, vaya a cualquier escuela primera que una maestra bella,
sabia y bien vestida se lo aprenderá.
Con un ejército invencible de hombre y mujeres he
liberado a cinco territorios y he sentado las ideas para que se liberen a sí
mismas el resto de republicas. «Que no hallan barreras que nos separen como continente»,
he dicho en todos los estrados y para eso he abierto mil libros como templos. Aprendí
que todos tenemos derecho y para ello nos deben amparar las leyes. Mucho antes
de sentirte libre como hoy te sientes en cualquier pueblo, mucho antes de que miraras
esta larga historia como si fuese un cuento, yo ya escribía leyes para las
tierras liberadas. Pero el derecho a ser libre era necesario fortalecerlo con
luchas y luego había que traer la paz que nos dejó la guerra. Sostener la paz
es tan difícil como acabar con una guerra. La paz se sostiene con leyes y
códigos, la guerra se acaba dialogando con la muerte para encontrar la vida.
En el relincho del caballo de bronce que se levanta en
muchas plazas de este país está guardado el cúmulo de derechos que aún debemos
trabajar. Si algo no está completo en el mundo es el deseo de libertad. Por
esto te invito a que algún día imagines que montas ese caballo y me acompañas
por los caminos del derecho a defender las leyes con sentido igualitario. De
seguro encontraremos al cacique Tamanaco
buscando su cabeza degollada y le haremos saber que la tiene a pocos pasos de
la historia que ahora reivindicamos. El indio Guaicaipuro, José Leonardo
Chirinos, Juan Francisco de León, nos acompañarán a escribir las más justas
leyes que nos hayamos imaginado.
El día menos pensado, escucharás sonar tu celular y al
colocar el auricular en tu oreja escucharás: «Soy Simón Bolívar. Te saludo. Y
te convoco a una reunión para que construyamos la paz». Remiraremos las leyes y
cada quien aportará ideas para que se hagan más justas y eficientes. A eso los
griegos llamaban democracia. Si eres una niña, te diré que estudies mucho para
cuando te encuentres las leyes, no hayas olvidado las guerras que costaron ni
los derechos que defienden.
Si eres un niño, te diré que dibujes el conocimiento
en las formas que te den las nubes y luego lo guardes en el corazón, para
cuando seas hombre y puedas enamorar a las muchachas a la salida de las aulas universitarias.
Si ya eres joven, te diré que incansablemente mires el derecho en el acto de dar
el asiento a una mujer embarazada en el transporte público: ¡Tan sencillo es!
porque si necesitamos leyes escritas y refrendadas por asambleas legislativas para
respetar a los abuelos, esta patria tendrá sus libertades en peligro constante.
Si eres un adulto te diré que deliberes en las esquinas con la pasión que la
iracunda Caracas se defendió de las reacciones monárquicas. Que vayas cada
tanto a conversar conmigo en tu plaza y me presentes ante los niños y les
cuentes mi historia para que no muera mi hazaña y pueda yo entrar al teatro
Bolívar de Caracas restaurado y así ver las últimas obras de los maromeros
eternos. Si eres abuelo te invitaré a comer los dulces de la democracia y a
discutir sus tensiones mirando las muchachas pasar a sus trabajos de la mañana,
bañadas y perfumadas. Porque esta libertad ganada con luchas, debemos defenderla
con la ley de la felicidad.
Usted debe amar como yo amé. Es la única manera de
blindar la libertad. Quien no ama nada no es responsable de nada porque sólo el
amor nos obliga a responder siempre. Un esclavo no llega a amarse completamente;
sólo cuando lo asalta el deseo de ser libre comienza a amarse a sí mismo que
significa amar a los demás. Quien no ama no está obligado a responder. Hicimos
que nuestra patria esclava sintiera el deseo de ser libre. Amar tanto a la
patria nuestraamericana, me obligó a responderle desde la guerra y desde las
luchas y así encontrarla a veces destrozada, a veces repuesta y a veces primorosa
discutiendo de qué manera podía ser democrática, de qué forma quería la paz.
Ame todo lo que pueda. Ame la paz con todas sus
fuerzas. Ame defenderla con la deliberación, con el diálogo, con la reflexión. Invite
a la paz al cine para ver una película crítica y luego llévela a tomar café en
un sitio donde se pueda a contar el argumento. Amar la paz es dialogar sus
bondades constantemente. Que no se nos muera la paz, que nadie nos venza con la
tentación de su mala hermana la guerra. Que podamos abrazarla y besarla en la
mejilla para que la ternura no le falte.
Es por eso que debemos amar incansablemente, como yo
amé. Hasta los tuétanos del hueso, hasta el beso más sublime, hasta el
sacrificio más hondo que es la tarea suprema de la solidaridad, hasta la
sencilla amistad que es el invento más bello del poeta Aquiles y de los hombres.
Cuando estuve en las batallas yo lo amé a usted. Me desvelé
porque al nacer, usted encontrara una patria en pie y con las tensiones
dialógicas que presenta la democracia como desafío. Desde aquella época yo lo
quise a usted libre como ahora es, libre e independiente. Le corresponde ahora
amar mucho, aprender a amar profundamente para que defienda la libertad
histórica que hemos luchado y ganado.
Estoy contigo. Libre y para siempre. Soy Simón José
Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios. Somos un vínculo
indestructible. Camino contigo por las calles de Venezuela. Comemos una
empanada y sorbemos cada tanto un guarapo de papelón con limón. ¿Qué nos une?
Nos une Carabobo con su heroísmo. Nos unen los kariñas y sus gritos de Ana Karine
Rote, viajando en canoas invencibles por los mares del Caribe. Nos unen mis
soldados descalzos que atravesaron el hielo de los páramos y rindieron el
ejército monárquico en Ayacucho. Estoy contigo. Te susurro en mis palabras los
secretos de ser libre. El más cercano signo es que esos secretos los tienes
guardados sobre el cielo que alumbra esta tierra generosa. Cada vez que mires
ese cielo vuelca tu mirada hasta la tierra madre y ordena el dialogo con ella,
para que se sienta preservada. Estoy contigo. Mis manos de estudiante eterno cultivan
tus saberes. Mis pasos cuidan de tus felicidades. Estoy contigo para que
resguardes la tarea de reunirte con tus vecinos, con tus hijos, con tus
hermanos de la patria planetaria. Soy uno contigo y con tus hermanos, a
sabiendas de que esta unidad será cada vez más fuerte. Esto me hará estar
tranquilo en el jardín que me han construido en cada pueblo las mujeres y los
hombres más sencillos.
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