martes, 3 de enero de 2017

BOLÍVAR ENTRE AMORES Y LIBERTADES

EL SABIO DE LA MUJERCIDAD

¿Qué es el amor, Simón Bolívar, sin responderte a la mujer? Responde a la flor en el cabello largo, a la caricia materna, a los cuidados de las hayas, a los besos apasionados, a los vuelos infinitos al placer, al acompañamiento en las luchas y podrás decir qué es el amor. La niñez te puso a prueba temprano con la partida de la madre. La juventud te llevó en los adioses de la esposa. ¡Madre! La llamaste en tus noches febriles de infancia solitaria. ¡Teresa! Susurrabas al viento buscando el sosiego del joven viudo. París y la amistad de Fanny te sostuvieron la congoja. Manuela, la quiteña impetuosa, arrasó todos tus mandatos y por instantes te arraigó.

Tuviste jardines, Bolívar y allí estaban todas, sonriendo en los anchos rumbos de estas tierras. Esperando la galantería, el misterio del beso, el cuento interesante, la pieza de baile, la promesa de amor eterno, la batalla. Aún te admiran desde el tiempo. Entraban y salían de la Catedral con sus mantos inmensos, sus rostros severos y sus abanicos oscuros. Pasos firmes por la Plaza Mayor y las miradas se detenían por la admiración de sus largos vestidos señoriales. Parecía que sólo ellas existían cuando bajaban la esquina de San Jacinto frente a tu casa y ni el aire osaba moverse.

La mujer que hoy te mira sobre la estatua, no es aquella de la sociedad colonial, aunque se parecen. Aquella que te vio de niño y llevaba la contradicción de la sorpresa, jalado por la fuerza del Tío Esteban Palacios, cuando te negabas a ir a las clases del maestro Simón Rodríguez. ¿Qué le pasa al niño Simón que no quiere obedecer? —Se preguntaba. Y el niño la miraba con el rencor de haberla perdido tan temprano, con la ansiedad de querer estar en su regazo, con las ganas de amarla. El niño está solo pero no le falta mujer que le ame, que le abrace, que le mime. Tiene a Hipólita, la negra que le consuela y que le cuenta cuentos de aparecidos.

Hoy esa mujer te busca en su Plaza y quiere que la montes en tu caballo de bronce y te la lleves por esos mundos a conquistar nuevas  libertades. Esa mujer te ama en cada Plaza que lleva tu nombre en cada pueblo. Alguna querrá brindarte un majarete caraqueño, un buñuelo de Acarigua, un dulce de leche de Ciudad Bolívar, una conserva de coco barloventeña o un abrillantado de Mérida. Las amas a todas Bolívar, las negras y las blancas, la de pelo como cascada o la del cabello ensortijado, la del salón de baile y la del mercado, la que vistió el guardainfante y hoy viste de bluyín, la que pulsa el celular, la poeta de la esquina de Gradillas, la que toca el violín en el Saladillo, la que se baña desnuda en Boca de Uchire, la que pinta un óleo sobre los morros de San Juan, la que te añora entre las brisas de Paraguaná, la que quiere hacerte una arepa con queso de San Fernando de Apure.

Ellas te recibieron en Santiago de los Caballeros y te coronaron Libertador, te cortejaron con las sonrisas más bellas del universo y te dejaron su aroma de eucalipto. Hoy te encuentran en los libros y en internet. Allí se admiran de nuevo por tu hazaña y la recrean en alguna exposición de la escuela o del liceo. Cada vez que se pintan los labios o se llenan de creyón negro el borde de los párpados es porque ellas están soñando que se encuentran contigo en una pastelería y le brindas un bienmesabe y café con leche. Tal vez las vayas a buscar en una motocicleta o la invites a pasear en el Metro de Caracas, igual que las montaste en un zaino caballo y las llevaste a gritar amores en Carabobo, Boyacá, Junin y Ayacucho.

¡Te hablan, Libertador! ¡Desde el tiempo te llaman y te anuncian! ¿Qué quieren tus amadas mujeres de ti, Bolívar? Quieren al hermano, al novio y al esposo. Ellas quieren también al amigo que les da la mano y al gobernante que les impulsa a solucionar. Y te muestran el firmamento, te dibujan el horizonte con a punta del dedo: luego lo pintan de mil colores con un brochazo de arcoíris. Te miran todas con ojos de presente para que les hables de nubes y senderos. Por ello te darán café y te llevarán a subir escaleras empinadas de mil peldaños. ¡Te hablan, Libertador! Porque tu las amas y porque conociste el amor desde el alféizar de sus ventanas. Te limpian la casaca con sus risas y te prometen ternuras con su sabiduría.

UN EDUCADOR EDUCADO

Tienes que aprender Simón. ¿Acaso sabes lo que es aprender? Eres muy niño aún para saberlo, pero a cada instante aprendes. ¿Ves esas aves que rayan el azul del firmamento? Debes aprender el porqué vuelan. ¿Ves ese árbol gigantesco que parece sostener a toda la naturaleza sobre sus ramas? Debes aprender cómo traslada su cimiente. ¿Ves ese gran río que baña a toda esta sagrada tierra con sus afluentes y caños? Debes aprender cómo vencerlo con tus brazadas.

Debes hacer que tu mirada descubra el misterio de las enredaderas, la monumental danza del caballo que te puede llevar a saltar las montañas, el brillante lenguaje de la espada. Hoy eres más emoción que genio, por esto debes domar el impuso y transformarlo cálculo. Aprende del turpial el celaje, del tigre la pisada y la espera, del búho la paciencia, de la danta el empeño. Debes aprender a mirarte el rostro en el reflejo del agua antes de lavar tu cara. Reflexiona, Simón. Escucha el sonido del viento a ver si hay tormenta y el silbido del mono a ver si hay estampida.  Espera la lluvia como si ya tuvieras agua empozada en las manos. Espera el agua como si ya tuvieses la cuenca.

Tu madre se te fue temprano mas la mía yo no la conocí. En tu partida de nacimiento dice María de la Concepción Palacios y Blanco, en la mía mi verdadera madre no está. Aparecí a las puertas de la casa de un presbítero. Te comprendo, mi joven amigo. Nos parecemos Bolívar, somos vertiente de un mismo sufrimiento y estamos solos. Nos acompaña la educación y el saber. Hemos de andar juntos para buscar antigüedades y aprender más. Te invito a jurar libertad en el templo más antiguo del planeta. No dejes cada tanto de mirar atrás. No te detengas. Si algo te impide el paso que tu detención que sea para buscar seguir adelante.

Debes levantarte de este despecho. Considera que pocos pierden a la madre y a la esposa y logran sobrevivir. ¡Sobreponte! Debemos ir a Francia a ver como el déspota Napoleón se coloca a sí mismo su corona. ¡Tonto! Su empeño militar era por querer rey. Debes leer Bolívar. Leer las cartas, leer los libros y leer el mundo.

Nunca serás como Bonaparte porque leerás los relatos de las bibliotecas, tanto los de ciencia como los de historia. Con los aprendizajes de la esgrima, tumbarás la espada a un principito. Aprenderás a planificar la política, a leer los mapas y el curso del viento. Aprenderás también a ganar las batallas y a recuperarte de las derrotas.

Ven Bolívar a mi pizarra para que conozcas el arte del aprender. Debes mirar el firmamento y encontrar allí a la estrella que te acompañe. Con su luz, alumbra la noche con el desvelo y al día con la perseverancia. Te he dicho que el pasado es aritmético y el presente geométrico. El hombre tuvo que aprender la operación antes de trazar.

Acaso ¿El general Simón Bolívar se me está escondiendo? Quiero verlo. Alguien que le anuncie que su maestro Simón Rodríguez ha llegado de muy lejos y le diga que trae nuevos sueños y utopías. Sé de sus triunfos en todas las batallas y en todas las guerras. Conmigo aprendió el oculto arte de vencer. Dígale que le traigo el último libro de Educación escrito por mí. No vengo a pedirle dinero. Vengo más bien a brindarle mi apoyo. ¡Es usted Simón Bolívar! Lo celebro: ¡deme un abrazo mi amigo!. Le vengo a ofrecer mi proyecto educativo para estas repúblicas a un Libertador que ama la educación y comprende su importancia.

Hagamos escuelas, general Bolívar. Llenemos de instituciones educativas estas tierras novedosas. He sabido que usted ha creado leyes que protegen a la educación para las clases desfavorecidas. Debemos intercambiar proyectos a la brevedad porque me huele que su visión y la mía coinciden. Somos el producto de la ilustración, la síntesis de las primeras revoluciones del siglo XIX. Somos hijos de la imprenta, del más novedoso proyecto pedagógico libertario. Siempre el pensamiento de usted ha alumbrado el camino de pueblos enteros que esperaban el impulso de la libertad. Hoy esos pueblos están a su disposición general Bolívar. Salga por un momento y constate la cantidad de maravillas que le han escrito. Vaya a la plaza que lleva su nombre y coma cotufas con los niños, baile con las jóvenes en la retreta y comience de nuevo su discurso diciendo: «Moral y luces son nuestras primeras necesidades».

CON LA PASIÓN BÉLICA EN EL CORAZÓN DE SOLDADO

«¡Bolívar! ¡Bolívar!» Sé que me buscas desde tus juegos de niño, cuando brincabas los montes aragüeños y le lanzabas piedras a mi imaginada monstruosidad. Alguna vez soñaste, cobijado en el regazo de Matea, que una sombra gris atacaba tu respiración y abrazaba con fiebres tu frente párvula; era yo quien retozaba oculta en tu oreja y te llamaba desde el futuro. «¡Bolívar!» —te gritaba y mi voz era larga como un trueno en los esteros llaneros. Apenas abrías los ojos y la teta de la negra te sosegaba el intenso llamado que te hacía llegar desde el tiempo.

«Ven a mí» —te grité y llegaste con la agitación de haber tumbado la cabeza de un Capitán General. Eras el más decidido, el más atorrante, el más creativo. Viajar más allá de la defensa de un rey fue tu primera genialidad política. No te cansabas de conspirar el momento, ni de susurrar los secretos de las futuras victorias. «¿De dónde vienes?»: —te pregunté. «¡De Venezuela devastada por un terremoto!» —me respondiste y tu voz ya llevaba el palpitante cansancio del triunfo. Allí te levantaste sobre los escombros y me amenazaste, apuntaste tu dedo contra mi omnipotencia, me miraste con tus lujuriosos ojos libertarios y gritaste mi derrota. Desde ese día te busco y te encuentro en cada pedazo de tierra nuestramericana. Saltas de las estepas de la Nueva Granada con tu admirable espada protegida con nubes aborígenes. De los Andes inextricables emanan las huellas de los hombres que conmoviste con tu verbo de fuego. Descalzos me persiguieron sin sosiego y me encontraron. Allí los esperé con mi elevado perfume de pólvora y los hice triunfadores con mis derrotas.

Me gritaron todos llenos de lanzas y caballos. Les respondí con llamaradas tormentosas. Debes agradecerme Bolívar que te hice General. Te regalé el mosquete invencible con que abatiste las sombras de tu patria. En una noche sigilosa te brinde la bala mágica con la cual desinflaste el imperio arrogante. ¡No te di tregua, general Bolívar! ¡Jamás te di cuartel! Con mis ignominias te llené del odio suficiente para calcular la batalla con detalles de victoria. Te envié muchos Generales de tu causa y te obedecieron ciegamente. Mis Generales los atravesaron con sus desafíos y dentelladas de diamante.

Te preparé a Boves, mi hijo predilecto, entrenado para descuartizar sonrisas. Le di una justicia tan genuina como la tuya y lo lance sobre tus mantuanos aterrorizados. Su cólera celestial era capaz de herir la seca brisa de Taguanes y los perfumes de Paris. «Ahí viene el Taita Boves, con mil combatientes y uno más» —escuchaste en los alaridos de las guacharacas. Nunca fuiste tan brillante y elevado como cuando tramaste las batallas para derrotarlo. Sabías que era un tigre herido, que pudo ser tu hermano, que una trampa le nubló la conciencia, que en su corazón guardó alguna vez el deseo de ser tu mejor General. ¡Y me lo derrotaste Bolívar! Cayó Boves con su ejército de indios y negros. Mi mejor soldado ´fue abatido como un hombre más. Pero su muerte te hizo ver que la vida de la republica estaba en los rostros de su ejército descamisado e indómito. En la pisada de «patalajá» de sus hombres invencibles estaba el paso decidido hacia el Sur, donde Santiago de León besaría los pies de los indios de Ayacucho.

Buenas noches mi general Bolívar. Firme usted la paz con Morillo en Santa Ana. Monte su mula castaña y venga a verme sonriente, sin mis cañones, sin mis barriles de pólvora, sin mi ensangrentada dentadura y sin mis muertos. Me encontrará usted General, con mi mejor vestimenta y mi más amplia sonrisa. Viene usted a detener los genocidios, a que vista de seda en las batallas y cuente hasta diez para apuntar a la cabeza de todos los hombres. ¡Buen logro Bolívar! Nunca dejó de ser admirable la combinación de tu ferocidad en el combate con tu diplomacia. Inauguraste la geopolítica para nuestras repúblicas, con tu visión imperecedera llena salones donde de mujeres bailan joropo o salsa y se enamoran de cuanto arrendajo detiene su vuelo en su ventana y toman el café pensando en cómo criar a los hijos para que sean tiernos y poetas, guerreros como tú lo fuiste Bolívar. porque aún hay muchas libertades escondidas, a la espera de un Libertador que las enamore. Y aún estoy yo aquí Simón, ya no con espadas ni caballitos de madera, ni con alazanes multicolores, ni con cañones de hierro ni rudas pistoletas. Hoy estoy con mejores armas. Ahora tengo ojivas nucleares y drones sin tripulación. Ven a mí Bolívar. Ven a mí Libertador con tu eterno ejército de pueblos, para que me infrinjas una derrota definitiva.           

INDEPENDIENTE HASTA SIEMPRE

Y no te canses de jugar nunca, Simón. Un Libertador, para saber elevarse con las victorias y no enloquecer con las derrotas, debe saber jugar todos los juegos de su niñez. El juego es el mejor secreto para encontrar los secretos. ¿A qué quieres que juguemos ahora mismo? ¿Jugamos todos los juegos a la vez? Será una ronda donde tomaremos las manos del mundo y daremos vueltas y vueltas y tramaremos el juego que se nos ocurra. Te propongo que juguemos a quitar las murallas que consigamos; ésas que impiden el curso de la vida. Quitemos la muralla al vuelo del gorrión herido: hay que curarlo. por supuesto. Hagamos lo mismo con el tronco que evita el nado de caimán. ¿Y si desapareciéramos el impedimento que tienen las tortugas gigantes por alcanzar el plantom que las alimenta? ¿Qué mundo quieres, qué mundo sueñas, a qué mundo quieres quitar murallas?

«América!» —te dices en tus soledades y pones los ojos en la montaña más lejana. Tu tierra inmensa: la que soñaste con Petión en la Haití liberada. ¿Qué murallas tendríamos que quitarte Bolívar para que culmines la obra? La tristeza seguramente que te regaló la orfandad. Estás solo en San Mateo, rodeado de servidumbre. Rico potentado desde la infancia pero solo. Te han perseguido los valles hermosos; sus verdores te llenan los ojos de primaveras constantes. Caracas te conquista con su temperatura de dama sutil. Paris te seduce con su joven e insegura revolución, pero aún así estás solo.

Esa soledad tiene algunos favores desconocidos, ocultos entre tus cuarenta y siete batallas. Mis tentaciones te acercaban a los primeros pocitos de agua que dejaban la lluvia. Alguna vez te detuviste a mirar las ranas y los sapitos traviesos que temerariamente se atrevían a saltar sobre ese pequeño mar. Alguna vez un esclavo te enseñó a doblar sobre un papel, aquel barquito que atravesó el charquito tempestuoso. Tu corazón se conmovió de gozo con su vaivén y luego lo viste de nuevo surcar los mares en tus ojos, desde la flota del general Padilla.

Ven Simón, toma mis manos y vamos a bailar con esa soledad que nunca venciste; pero que te dio el más grande atributo que un niño no comprende y un hombre aprende a transformarlo en un himno imbatible. La soledad toma mi mano y la mano tuya a la vez. Danzamos y te vemos a los nueve años con el alma agitada. En aquellas soliviantadas rabias por hacer lo que te viniera en gana había dolor, mucho dolor, pero estaba la damisela con la que jugarías a la guerra y a la paz en todas las tierras del planeta. Tu maestro Rodríguez fue el único en verla bailando en tus ojos. Había entrado a tu pecho la noche en que despediste a María de la Concepción para atesorarla en el corazón junto a su sonrisa de madre joven. Luego la sentiste honda como un puñal fino y afilado, el triste atardecer en que Teresa se te escurrió en el leve beso guardado en tu cuello, La soledad te la mostró tal cual era y tú la miraste pero te faltaba comprenderla. Te mostraba las murallas que la rodeaban y aún debías buscar la manera de derribarlas.

«¡Maestro, maestro! Siento una opresión en el pecho que no me deja respirar. Debo ir al médico» —dijiste a tu educador. El maestro miró muy lejos, tan hondo como suelen mirar los hombres cuando quieren buscar los signos de la amistad y respondió: «Eso no es de médico, Simón. La he visto en tu mirada. Ya está en tu rebeldía. En tus deseos y contradicciones por aprender, en los amores sin compromiso que abrazan las mujeres que te quieren. Eso no lo curan los médicos. Eso lo curan las luchas». Miraste al maestro y te dio un arranque de locura; quizás el más genuino de todos cuantos te hayan asaltado. Te le fuiste encima a Don Simón y lo abrazaste con fervor, como en un juego, y me invitaste a bailar con ambos y respiraste como nunca todo el aire del cosmos. Y sentiste que todas tus barreras estaban abatidas. ¡El maestro tenía razón! Allí estaba en ti y a la vez llamándote, invitándote a jugar a la guerra, a los amores de la tierra, a encontrar el palito mantequillero en la geopolítica de los nuevos mundos por liberar y reivindicar. Fuiste derribando las barreras más crueles que nos desangran el corazón: los prejuicios y las fronteras. En el juego a la desnudez maravillosa con Manuela Saenz, la viste en sus ojos tórridos y te envolvió como la más amatoria de las brisas. Jugamos con ella a las muñecas, y tanto le gustó que Manuela se atrevió a fusilar a varios generales de trapo. Responsable del mundo, con el imperio que demoliste a tus pies, la sentiste en tu pecho liberada. Por eso la quisiste para tus tierras republicanas. «Es hora de llamarla por su nombre» —Te dijiste vibrado en El Chimborazo y gritaste para fortalecerla con los ecos: «¡Independencia!»

En tu lecho decisivo me viste partir sin abandonarte. Fui la última que te acompañó en tu vuelo hasta siempre. Fui quien vio la inmensa belleza de tu cadáver. Al llegar, tropezando los trastos de la casa de San Jacinto, alegre porque ya sabías leer, todos a coro te preguntaron por mí y tú respondiste: «Doñana no está aquí / ella está en su vergel».

LA LEY LIBERA EL DERECHO NUESTRO

Me llamo Simón Bolívar. Si usted no sabe con precisión la fecha de mi nacimiento es porque no ha nacido en Venezuela. Nacer en esta tierra es aprender a querer sus mil aires musicales, su hospitalidad y sus mujeres: son los únicos requisitos. Y si quiere saber dónde comenzaron mis correrías infantiles, vaya a cualquier escuela primera que una maestra bella, sabia y bien vestida se lo aprenderá.

Con un ejército invencible de hombre y mujeres he liberado a cinco territorios y he sentado las ideas para que se liberen a sí mismas el resto de republicas. «Que no hallan barreras que nos separen como continente», he dicho en todos los estrados y para eso he abierto mil libros como templos. Aprendí que todos tenemos derecho y para ello nos deben amparar las leyes. Mucho antes de sentirte libre como hoy te sientes en cualquier pueblo, mucho antes de que miraras esta larga historia como si fuese un cuento, yo ya escribía leyes para las tierras liberadas. Pero el derecho a ser libre era necesario fortalecerlo con luchas y luego había que traer la paz que nos dejó la guerra. Sostener la paz es tan difícil como acabar con una guerra. La paz se sostiene con leyes y códigos, la guerra se acaba dialogando con la muerte para encontrar la vida.

En el relincho del caballo de bronce que se levanta en muchas plazas de este país está guardado el cúmulo de derechos que aún debemos trabajar. Si algo no está completo en el mundo es el deseo de libertad. Por esto te invito a que algún día imagines que montas ese caballo y me acompañas por los caminos del derecho a defender las leyes con sentido igualitario. De seguro encontraremos al cacique  Tamanaco buscando su cabeza degollada y le haremos saber que la tiene a pocos pasos de la historia que ahora reivindicamos. El indio Guaicaipuro, José Leonardo Chirinos, Juan Francisco de León, nos acompañarán a escribir las más justas leyes que nos hayamos imaginado.

El día menos pensado, escucharás sonar tu celular y al colocar el auricular en tu oreja escucharás: «Soy Simón Bolívar. Te saludo. Y te convoco a una reunión para que construyamos la paz». Remiraremos las leyes y cada quien aportará ideas para que se hagan más justas y eficientes. A eso los griegos llamaban democracia. Si eres una niña, te diré que estudies mucho para cuando te encuentres las leyes, no hayas olvidado las guerras que costaron ni los derechos que defienden.  

Si eres un niño, te diré que dibujes el conocimiento en las formas que te den las nubes y luego lo guardes en el corazón, para cuando seas hombre y puedas enamorar a las muchachas a la salida de las aulas universitarias. Si ya eres joven, te diré que incansablemente mires el derecho en el acto de dar el asiento a una mujer embarazada en el transporte público: ¡Tan sencillo es! porque si necesitamos leyes escritas y refrendadas por asambleas legislativas para respetar a los abuelos, esta patria tendrá sus libertades en peligro constante. Si eres un adulto te diré que deliberes en las esquinas con la pasión que la iracunda Caracas se defendió de las reacciones monárquicas. Que vayas cada tanto a conversar conmigo en tu plaza y me presentes ante los niños y les cuentes mi historia para que no muera mi hazaña y pueda yo entrar al teatro Bolívar de Caracas restaurado y así ver las últimas obras de los maromeros eternos. Si eres abuelo te invitaré a comer los dulces de la democracia y a discutir sus tensiones mirando las muchachas pasar a sus trabajos de la mañana, bañadas y perfumadas. Porque esta libertad ganada con luchas, debemos defenderla con la ley de la felicidad.     

AMAR LA LIBERTAD PARA LA FELICIDAD SUPREMA

Usted debe amar como yo amé. Es la única manera de blindar la libertad. Quien no ama nada no es responsable de nada porque sólo el amor nos obliga a responder siempre. Un esclavo no llega a amarse completamente; sólo cuando lo asalta el deseo de ser libre comienza a amarse a sí mismo que significa amar a los demás. Quien no ama no está obligado a responder. Hicimos que nuestra patria esclava sintiera el deseo de ser libre. Amar tanto a la patria nuestraamericana, me obligó a responderle desde la guerra y desde las luchas y así encontrarla a veces destrozada, a veces repuesta y a veces primorosa discutiendo de qué manera podía ser democrática, de qué forma quería la paz.

Ame todo lo que pueda. Ame la paz con todas sus fuerzas. Ame defenderla con la deliberación, con el diálogo, con la reflexión. Invite a la paz al cine para ver una película crítica y luego llévela a tomar café en un sitio donde se pueda a contar el argumento. Amar la paz es dialogar sus bondades constantemente. Que no se nos muera la paz, que nadie nos venza con la tentación de su mala hermana la guerra. Que podamos abrazarla y besarla en la mejilla para que la ternura no le falte.

Es por eso que debemos amar incansablemente, como yo amé. Hasta los tuétanos del hueso, hasta el beso más sublime, hasta el sacrificio más hondo que es la tarea suprema de la solidaridad, hasta la sencilla amistad que es el invento más bello del poeta Aquiles y de los hombres.

Cuando estuve en las batallas yo lo amé a usted. Me desvelé porque al nacer, usted encontrara una patria en pie y con las tensiones dialógicas que presenta la democracia como desafío. Desde aquella época yo lo quise a usted libre como ahora es, libre e independiente. Le corresponde ahora amar mucho, aprender a amar profundamente para que defienda la libertad histórica que hemos luchado y ganado.

UNÍOS PARA LA PAZ

Estoy contigo. Libre y para siempre. Soy Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios. Somos un vínculo indestructible. Camino contigo por las calles de Venezuela. Comemos una empanada y sorbemos cada tanto un guarapo de papelón con limón. ¿Qué nos une? Nos une Carabobo con su heroísmo. Nos unen los kariñas y sus gritos de Ana Karine Rote, viajando en canoas invencibles por los mares del Caribe. Nos unen mis soldados descalzos que atravesaron el hielo de los páramos y rindieron el ejército monárquico en Ayacucho. Estoy contigo. Te susurro en mis palabras los secretos de ser libre. El más cercano signo es que esos secretos los tienes guardados sobre el cielo que alumbra esta tierra generosa. Cada vez que mires ese cielo vuelca tu mirada hasta la tierra madre y ordena el dialogo con ella, para que se sienta preservada. Estoy contigo. Mis manos de estudiante eterno cultivan tus saberes. Mis pasos cuidan de tus felicidades. Estoy contigo para que resguardes la tarea de reunirte con tus vecinos, con tus hijos, con tus hermanos de la patria planetaria. Soy uno contigo y con tus hermanos, a sabiendas de que esta unidad será cada vez más fuerte. Esto me hará estar tranquilo en el jardín que me han construido en cada pueblo las mujeres y los hombres más sencillos.

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