miércoles, 15 de febrero de 2017

LA MULA MANIÁ


Arte Oscar Rodríguez Pérez

A mi padre

Andando de joven por las montañas de Urachiche, en el estado Yaracuy, cuenta Antero que vio una mula en un descampado. Cansado como iba, se le acercó con lentitud, haciendo el característico ruido con la boca que denunciaba la calma.

El animal miraba para otro lado mientras observaba sus formas impecables y robustas; su pelambre grisáceo bañado en sudor hacía contraste con la crin y las orejas negras. Su mano fue a posarse sobre el lomo que puso en actividad a un rabo haciendo redondeles latiguiantes en el aire.

“¡Lista!”- pensó y de un salto acostumbrado, diestro, ágil, trepó como un felino.

Los corcoveos irrumpieron con violencia y el cuerpo entero se curvó como una bestia desconocida para el pensar humano que volaba por los aires. Los rebuznos parecían gritos demoníacos. Lanzaba mordiscos para capturar la brisa o algún animalejo que el azar trajo con el mastranto. Sólo por momentos, pudo sostenerse del pescuezo que se erizaba como si tuviese electricidad.

Por fortuna, Antero cayó sobre un tumulto de hierba abundante. Los hedores espantosos de un azufre incendiario salían de las entrañas de la bestia sonando flatulencias ensordecedoras. El boscaje se la tragó entre chillidos que se fueron perdiendo a través de los ruidos de la mañana.

“Le hubieras rezado un Credo”- le dijo su tía Calistra mientras se persignaba. “A ese animal lo manió el demonio. No es bueno montarse en esos bichos realengos porque están encantados por Satanás”.


Con el tiempo, Antero llegó a pensar que las maniaban los hacendados para que cualquiera no se las arriara.

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