El
adequismo aún enquistado en la política venezolana impide comprender algunos
fenómenos que ocurren. Mirar con óptica adeca a la sociedad venezolana y a su
política no es nada extraño; más bien sería natural que los venezolanos y
venezolanas miremos con ojos betancourianos lo que sucede, ya que los adecos
han influenciado a la sociedad venezolana desde la muerte del general Gómez en
1936 hasta hoy.
Sin
esculcar mucho la mirada adeca de la política, diremos que echar mano de ese
ojo supone quedarse en lo superficial para no complicarse mucho ideológicamente
y sacar partido lo más pronto posible de la situación y avanzar. A un adeco le
gusta avanzar sin preguntarse mucho por las formas. Así actúan: pragmáticos, veloces,
equilibristas, efectistas, manipuladores, clientelistas, maniobreros,
dramatizadores, apocalípticos y sobre todo faranduleros. Quedarse en esta
mirada sería lo común, aunque es lo peor que le puede pasar a un político de
nueva raigambre, impidiéndole mirar el porvenir con posibilidades de transformación
revolucionaria.
Para
comprender la realidad política actual que nos ocupa con urgencia de segundo a
segundo, hay que desmarcarse de cualquier postura adeca y ponerse a estudiar, a
investigar, porque si algo tienen los imposibles adecos de hoy es que sus
ancestros abandonaron la investigación política seria y el estudio fecundo
desde épocas inmemoriales.
PARA
COMPRENDER A LA FISCAL
Si
algo tiene de revolución lo que hoy sucede en Venezuela (entre muchas cosas) es
que sus distintas dimensiones se han presentado de manera inédita y requieren (de
igual forma) inéditas miradas e investigaciones. Cada día que pasa sucede algo
diferente, novedoso, inusitado que nos asombra y nos encandila (en vez de ensombrecernos)
por lo que es importante sacarle la costura provechosa para el análisis y
continuar echando raíces transformadoras.
Cuando
la Fiscal Ortega Díaz irrumpe para fijar una posición distanciada de la enunciada
por los factores que dirigen a la Revolución Bolivariana, la primera reacción
de no pocos políticos fue adeca: la acusación apocalíptica sin análisis. El
dedo acusador se apuntó sobre ella para vituperarla. Se le mira como un blanco
al que hay que lanzarle respuestas y no interrogantes para desentrañar la
madeja en donde está metida. Es como si fuese ella quien estuviese preguntando (lógica
adeca) cuando es al contrario; se debe ante todo reconocer que la Fiscal está
enviando respuestas (acertadas o no). Lo útil sería, en principio, hacerse
preguntas en torno a su conducta de los últimos tiempos y luego darse algunas
respuestas posibles, siempre mediante un análisis.
¿Por
qué las respuestas conductuales de la Fiscal son puramente institucionales,
leguleyas, jurídicas? ¿Por qué la Fiscal no hace un solo planteamiento político
de fondo? ¿Por qué en las posturas de la Fiscal no hay un solo análisis de la
sociedad venezolana actual? ¿Qué piensa la Fiscal acerca del Socialismo del
Siglo XXI ya que, como sabemos, viene de las izquierdas? ¿Por qué sus
cuestionamientos no salen del estrecho margen que le confiere su investidura como
figura del Ministerio Público? ¿Por qué la Fiscal, dada su alta posición en el
Ministerio Público no cuestiona al chavismo o al Movimiento Popular o a las
comunas o a la política alimentaria o a las misiones socialistas o a la
relación vanguardia-masa o a la lucha de clases, cuando podría hacerlo? Su
rechazo a las medidas del Ejecutivo y del Poder Moral son leguleyas,
estatutarias. No asoma ningún análisis paradigmático.
Cualquiera
podría decir que estas dimensiones no son de su competencia; pues
responderíamos que todo lo que sucede en la sociedad venezolana de hoy le
compete al Ministerio Público y el que la posición de la Fiscal esté
distanciada de lo que sucede en el tuétano de la política venezolana y la
sociedad en general llama la atención; y el que ella sólo se refiera únicamente
a lo jurídico, leguleyo e institucional expresa la intencionalidad que le
acompaña.
La
posición de la Fiscal, aunque supone una visión política, sin lugar a dudas, es
de origen y consecuencia personal (así la acompañe un grupo). La
superficialidad de la que hace gala, en donde no aporta ningún elemento de
fondo político a una reflexión que contribuya a un debate fecundo, no sólo para
contribuir a solucionar la crisis, sino para transformar, la separa de todo
objetivo social para mirar una sociedad en el porvenir. No es una mera táctica
de la Fiscal, pues las alianzas que debe tener su posición, no apuntan a hacer
ninguna contribución pertinente. Su visión es sectaria, obcecada, básica, sin
la menor lucidez política. La Fiscal, en materia política, parece una
funcionaria traída de algún otro planeta del Sistema Solar.
AQUELLA
IZQUIERDA QUE FENECIÓ
La
Fiscal Ortega Díaz tiene pertenencia histórica a aquella izquierda que vio sus
mejores días en el siglo XX pero que ya tiene muy poco qué decir como referente
de una política para el siglo XXI. Se trata de una persona formada durante su
juventud en los partidos de la izquierda vanguardista que le permitieron,
además de una formación académica, bañarse con el prestigio y el riesgo que
significaba hacer política desde ese lado de Venezuela y el mundo, frente a la
feroz represión puntofijista.
Vivió
la Fiscal en su juventud ese olor romántico de verse “luchando por el pueblo” que
la sostuvo como a muchas y muchos en ciertas trincheras que enfrentaron en su
momento a la IV República, mas luego de que la situación política apretó con la
represión adeca y los intereses profesionales cobraron fuerza, su posición
frente al mundo cambió, cuestión que no es nada reprochable; toda persona tiene
pleno derecho a prepararse en cualquier campo de la vida para objetivos
personales y colectivos, sociales o privados.
Luego
vinieron los títulos y el palmarés profesionales que fueron conformando a la abogada
que hoy se nos muestra con la fuerza de una burguesa. Quien está de Fiscal
General de la República Bolivariana de Venezuela en este momento es una funcionaria
que defiende las posiciones e intereses de la burguesía. Y esta es la realidad
de muchas y muchos que discurrieron entre las izquierdas (del mundo, inclusive,
de allí su crisis irreversible) arremangando sueños, esperanzas, luchas y
cuando vino el momento de definir, optaron por la posición acomodaticia del
cargo privado o público institucional o de ONG que les da caché, prestigio, buena
paga, tranquilidad.
La
superficialidad de criterios de la Fiscal nos dice que no responde a su
preparación histórico-política; nos dice que su posición se ha incomodado (ha
perdido “confort”) ante un proceso sociopolítico que en Venezuela se ha
radicalizado. Y no hay situación más terrible para un burgués converso que una posición
política de la cual toma partido se radicalice, tome raíz social a fondo,
tienda a entreverarse cada vez más y torne a transformar la realidad y a
favorecer intereses que tal vez en épocas pasadas le hicieron tomar partido pero
ahora ya no. Es por esto que la Fiscal quisiera salir de este gobierno.
Evidentemente
esta situación de extrema confrontación social, en donde el fantasma de la
lucha de clases asoma en el horizonte con sus señas claras, debe tener muy preocupada
a la Fiscal; quien es posible tenga revuelto el pasado izquierdista, con el buen
burgués, la conciencia chavista inconveniente, la institucionalidad que se estremece,
los ojos del pueblo que la miran, la reacción que saca su látigo, el imperio
que asecha.
ERA
FACIL SER CHAVISTA
El
periodista Earle Herrera recién escribió un artículo titulado “Socialismo en la
Chiquita”, cuya genialidad en el análisis político es innegable. Diserta allí
acerca de las condiciones que se vivieron en el país a partir de 1999 cuando
subió el dólar como la espuma hacia el potro de los 100 dólares, teníamos un Presidente
Chávez sano, planteando la “revolución pacífica” que a través de su hombro
certero nos llevó hacia los triunfos electorales que ya vivimos. En este
contexto, donde hasta una encuestadora que apareció por allí nos colocó como “el
país más feliz del mundo”, era fácil defender el socialismo, era cómodo decirse
socialista.
Hoy
la situación es diferente. Con Chávez en posición de referente espiritual,
atacados por una guerra económica frontal, un barril de petróleo que no llega a
los 50 dólares, la socioproductividad agónica y los demás males de la crisis
provocada por los agentes del capitalismo interno y externo, quienes llevan a
la práctica en este instante un plan terrorista evidente que sufrimos día a día
como ciudadanos y ciudadanas, amén de las fallas propias de la gestión
Presidencial (de Chávez y la actual), tenemos entonces que ser socialista, ya
no es tan sencillo y feliz como antes. No es fácil ni cómodo ser socialista en
una esquina de cualquier ciudad de Venezuela hoy. Por lo menos a la Fiscal
Ortega Díaz pudiera no serle nada fácil ser socialista en los actuales momentos.
Cuando
el periodista Earle Herrera utiliza el coloquial “la chiquita” (muy popular en
épocas pasadas) apela a un recurso del lenguaje popular cargado de sabiduría. En
“la chiquita” es donde hay que demostrar nuestros valores porque cuando la
situación se estrecha (se pone “chiquita”) tenemos encima todos los desafíos
posibles. Nos hace recordar con su artículo al Libertador Simón Bolívar quien
precisamente en “la chiquita” se creció y ganó las batallas más increíbles.
Nuestra primera independencia fue realizada por un pueblo que se movió en “la
chiquita” y allí supo demostrar su grandeza y la de sus líderes.
¿Sabrá
la Fiscal que el momento de luchar por el socialismo que ella soñó en una época
pudiera ser éste? Tal vez una de las fallas del proceso político que vivimos
desde 1999 fue no poner a prueba y desafíos a muchos de los funcionarios y
funcionarias que contrató o promovió. No bastó la dura prueba de abril del año
2002 para someter a consideración la pertinencia política de quienes ocuparían
estos cargos. Hubo caretas burguesas que se cayeron pero otras quedaron y
nuevas entraron. Hizo falta una ética de la política que nos hiciera conscientes
de las restricciones que vendrían, de los altos desafíos que aún nos esperan
como Patria; pero este tipo de anticipaciones sabias parecieran no estar en la
cultura política venezolana. Somos un pueblo aluvional, de último momento,
levantisco, de genialidad relámpago, itinerante; el más salido de la tierra.
Sin
izquierdas, con los referentes históricos de la guerra de independencia en los
bolsillos, con el comandante Chávez aún llorado en el corazón, con un gobierno
que transita el momento más difícil de gobernar que haya atravesado cualquier
país, tenemos el deber militante de desaburguesar (y por ende, desadequizar) a
un proceso como el nuestro para hacerlo popular; para hacerlo (a como dé lugar)
verdadera y totalmente popular.
EL MITO
DE NARCISO VIVE
Narciso
se enamora de la obra que hace de su espejo, de su imagen. Se enamora de sí
mismo. Con miedo a las transformaciones, Narciso quiere preservarse, no quiere
cambiar, quiere ser eternamente sin ser él mismo pues teme no ser amado por nadie
más, por esto se ama sin remedio. Al no transformarse se destruye a sí mismo al
desconocer el tiempo que le arrasará cuando pretenda ir tras su figura perdida.
No transformarse fue la perdición de Narciso. Querer ser siempre el mismo fue
su final.
El mito
narcisista parece acompañar a la izquierda y a todo el accionar político durante
su historia, sobre todo cuando han accedido a los cargos públicos (los adecos
son expertos en esto). Terminan enamorados de los cargos y de las
instituciones, cuando en realidad el objetivo y deber revolucionario es que los
mismos se deben fortalecer sólo para que den paso a otros espacios sociales
revolucionarios (nunca vistos ni en sueños) que transformarán la sociedad o que
serán el resultado de su transformación.
Hoy
en Venezuela estamos de pie frente a este desafío. Ese pueblo que somos y que (desde
la humilde sabiduría) dio una lección al sacarnos con el voto (¿o salvarnos?) de
ese antro de representatividad llamado “Asamblea Nacional” (remedo del Congreso
Nacional de la IV República) ahora nos reclama mayor participación para continuar
creyendo en la Revolución que sigue en marcha. Quienes estamos en las
instituciones, sabemos que trabajamos en su fortalecimiento para transformarlas
en otra cosa totalmente diferente a lo que han sido siempre; proceso paciente,
paulatino, indetenible. Si la Constituyente propuesta por el Presidente Maduro,
desde el ejecutivo, sirve como vía para continuar la demolición histórica y
progresiva del sistema de dominación que nos ha explotado siempre, sus
perspectivas son extraordinarias. Lo contrario sería enamorarse del monstruo creado
o el “más de lo mismo” que terminará frustrando las luchas del pueblo.
La Fiscal Ortega Díaz se mueve en este escenario que se radicaliza cada vez más y
en donde la amenaza fascista dice mucho de lo que estamos produciendo como
política desde el pueblo. Su visión burguesa (aplaudida desde ya por la canalla
terrorista) le ha distanciado de una posibilidad de legislar nunca vista antes
en el mundo, la cual ya estamos inventando y se materializará en la medida en
que derrotemos al enemigo de clases y enfrentemos con audacia y sabiduría al
imperio. Si la Fiscal comprendiera que la burguesía, hace rato, ya quemó sus
últimos cartuchos como clase, pudiera dar el paso de retorno a su pueblo que ya
no está dispuesto a esperar por nadie ni volver atrás.
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