Este escrito está dedicado a
la memoria del Comandante Chávez
y al pueblo que somos.
El
mes de Julio de 2017 será recordado en la Venezuela democrática y
bolivariana como el tránsito más duro de todos cuantos hayamos
vivido a inicios del siglo XXI. El primero de Mayo, muy
acertadamente, el presidente de la República Nicolás Maduro Moros
había decretado un proceso constituyente como alternativa ciudadana
de diálogo, ante la escalada de violencia desarrollada por los
factores opositores fascistas: detuvo una guerra civil esta oportuna
decisión. La mayoría de la ciudadanía apta para votar, con un
acatamiento sin precedentes, en medio de un silencio social
conmovedor en resistencia y paciencia, se aprestaba a participar el
día 30 de julio en la elección de quienes se postularon como
constituyentistas. Resistimos las amenazas y los embates más
violentos venidos del ala terrorista de la oposición que buscaba
atemorizarnos, siempre con la intensión de sacar al Presidente
Maduro del gobierno.
El
Metro de Caracas tuvo por igual, durante este mes, la continuidad y
recrudecimiento de la situación más irregular jamás vista en su
servicio. Actos de sabotaje se sufrieron, ataques venidos de las
bandas terroristas minoritarias de la oposición y el cierre casi
permanente de algunas estaciones. Montarse en el carril fundamental
del transporte caraqueño, por primera vez desde su fundación en
1983, causaba angustia constante.
ORQUESTA DE TITO RODRIGUEZ |
Ese
día me aproximaba a la estación Bellas Artes, con la misma
incertidumbre de las últimas semanas, cuando escucho que salía
desde adentro, el sonido característico de eso que conocemos como
“salsa”. Sonaban entonces los acordes musicales, muy bien
ejecutados, de la legendaria pieza del músico boricua Tito Rodríguez
llamada “Mamagüela”. Sólo melómanos y bailadores sabemos lo
que significa esta obra maestra para quienes vivimos en el Caribe y
amamos sus expresiones musicales. Cuando escuchamos Mamagüela, lo
primero que se nos ocurre es buscar pareja para “mover el
esqueleto” (como lo decían las abuelas en los años 60 del siglo
XX) y recordamos los consejos armónicos del mismo Tito cuando nos
dice en otra pieza: “Llévala pa’l rincón y apriétala / Buen
amigo ten presente / y apréndelo sin temor / si es buena la
bailadora / apriétala en el rincón”. Me dejé llevar por aquel
sonido abrasador y decidí detenerme por unos instantes que se
hicieron un buen rato.
De
principio no se veía el grupo musical. El usual buen número de
personas que siempre se deja llamar por esta música que nos
identifica, protegía culturalmente aquella fiesta. A los músicos
los tenían rodeados. Con sólo mirar a los participantes de esta
velada, inmediatamente notamos la clave musical ejecutada, en el
chasquido de los dedos, en la punta del zapato que sube y baja, en
las caderas que rotan suavemente, en las cabezas que se mueven desde
el cuello. Mujeres y hombres estaban a punto de bailar. Emulando a la
orquesta de Tito, con Mamagüela en plana sala, a este grupo le
sonaban dos instrumentos de viento que le son característicos: el
saxofón de Eliécer Navas y la trompeta de Hoosman Ramírez quien
evocaba al “Mr. Trompeta” Rubén Chaparro, venezolano que se hizo
leyenda con la orquesta del boricua Ricky Ray y su ritmo Jala
Jala.
Quienes
hemos escuchado (y bailado) una y mil veces Mamagüela, sabemos
también que es un toque de diana cultural; un llamado al baile y al
bailador; el anuncio más sublime a rendir culto al Caribe nuestro,
ligado a sangre y fuego con la intransigencia indígena del grito de
“¡Ana Karine Rote!” lleno de flautas y maracas; con nuestros
negros africanos rebelados en quilombos y en rochelas pobladas de
tambores permanentes; con nuestra España venida al Amáraka
originaria, inyectada del cantejondo árabe y también de hambrunas,
rebeliones y el rasguear añorante de las cuerdas de una guitarra. El
líder Simón Gelder, vacunando el ritmo con la clave en la campana y
la rotación maravillosa de ese cuero llamado bongó, integraba
(intuitivamente) toda esta historia antigua para volverla guía
percusiva de las notas y del posible baile.
El
final de la pieza Mamagüela es siempre apoteósico: así lo planeó
el maestro Tito. Como nadie la bailó en esta oportunidad, el
disfrute de este final fue distanciado por la admiración y el
aplauso, cuestión que es muy válida. Quienes la hemos bailado,
terminamos desbocando el disfrute en sudores, respiraciones
compulsivas de gozo, jolgorios orgullosos de ser latinoamericanos.
Los
cantantes del grupo, que también hacen de mediadores culturales en
la veleda, nos agradecieron todo y nos recordaron que el grupo se
llama: “Guayaba Latin Jazz”. Entre cada pieza, Juan Pérez y
Alejandro Moreno no sólo cantaban sino que animaban a la audiencia
con llamados al disfrute y a proteger, escuchar, disfrutar y promover
el talento venezolano. Llamado que aplaudimos con respeto.
El
director musical y pianista Anderson Maita, levantando la mano para
señalar el comienzo de la siguiente pieza, provoca el un-dos-tres en
la irrupción que nos saca de la espera. Evoca a Eddy Palmieri o al
Pappo Luca o a Larry Harlow. Se siente la presencia eterna del
bigotón Fideas Danilo Escalona quien acuñó el término Salsa con
su programa radial de todos los mediodía en los años 60 del siglo
XX. En cada calle, donde se despliegue cualquier sencillo tambor,
acompañado de un Tres y una maracas, hasta la presencia de un grupo
como Guayaba Latin Jazz o una Orquesta caribe como aquella monumental
de Tito Rodríguez, siempre será “La Hora de la Salsa, el Ritmo y
el Bembé” que inmortalizó a Fideas.
El
timbalero de Guayaba, Luis Urbina, se abre paso en un “solo” que
hace de otra de las piezas un vibrante armonizar de su talante. Igual
ocurre con Franklin Peña cuando dibuja con sus manos danzantes la
presencia de la tumbadora para recordarnos que a esa África negra
pertenecemos y la llevamos en la sangre. Y allí se escuchan los ecos
del bigotón fraseando ese ritmo latente en quienes miran, se admiran
y disfrutan.
En
el Son cubano están las raíces de toda esta fusión, y en la
genialidad del guaguancó escrito por el cieguito cubano Arsenio
Rodríguez está la consagración que tuvo a la ciudad de Nueva York
como cuna, pero debemos decir que lo que llamamos SALSA tiene su
origen en Venezuela. En la llamada Babel de Hierro le dieron
la posibilidad comercial, pero en esta Venezuela afrocaribeña la
hicimos CULTURA.
MARIA CALLAS |
La
influencia musical integrada para cualquier agrupación, la
proporciona el instrumento llamado Bajo. Todas las culturas
musicales han fabricado instrumentos para consagrar su importancia.
Toda clase de cajas de resonancias hechas de madera o metal para
reproducir el sonido grave, han hecho de los artesanos populares de
la música (luthieres) un dechado de genialidad, hasta llegar al
gigantón llamado Contrabajo que se gravó con tinta indeleble en la
historia profesional del sonero venezolano Oscar De León. Sin el
bajo las corales chillan, los orfeones pegarían alaridos, las
orquestas se oirían asaltadas por ruido y vacías de su asiento
fundamental. La base que amalgama a todos los instrumentos del Jazz
es el Bajo. El instrumento que permite al Jazz juguetear con la
improvisación de todo el Universo es el Bajo, quien se mantiene
firme, con el sonido en la tierra, mientras los demás instrumentos
danzan por el cielo como quieren. En Guayaba Latin Jazz la tarea
esencial de sonar este instrumento la tiene Premmlin Villamizar y no
es nada casual que preste su sapiencia al arreglo de todas las piezas
que escuchamos.
No
es de extrañar que lo escuchado esta tarde sea lo que conocemos
cariñosamente como un “ventetú”. En las últimas tres décadas,
Venezuela se ha transformado en un potencial musical difícil de
igualar por otra cultura; era algo esperado. Que se reúnan los
músicos de cualquier género, de los tantos habidos en esta tierra
de sinfonías, para cumplir con compromisos culturales itinerantes,
es lo más común y digno que existe en el terreno cultural. La
reunión presenciada esta tarde, (tal y como la cantara Cheo
Feliciano con la Orquesta de Joe Cuba: “A las seis es la cita / no
te olvides de ir”…) fue de antología ciudadana y nos permitió
desde la Coordinación de Cultura del Metro de Caracas, incorporarnos
a la Salsa del Pueblo que nos trajo Guayaba Latin Jazz, en pleno
proceso constituyente que terminaríamos ganado el domingo 30 con más
de ocho millones de votos por encima de cualquier amenaza. Frente a
la apoteosis de aplausos, los cantantes Juan y Alejandro pidieron
parejas de baile para sus últimas canciones, que no se sucedieron,
no por falta de ganas, sino por ese respeto sagrado que profesamos
por las instalaciones del Metro. Sólo los terroristas se han
atrevido a irrespetar y maltratar a este recinto que transporta a
nuestra buena ciudadanía.
Con
estos espacios culturales también contribuimos a derrotar la
detestable guerra a que nos quieren obligar los fascistas y que este
pueblo no desea. Los pueblos anhelamos siempre el diálogo de Paz y
en nuestra Salsa musical está una de las mejores palabras que
podemos incorporar para fortalecer el acto de vivir en democracia,
porque no hay nada más democrático en este mundo, que bailarse la
calle a ritmo de Salsa.
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