lunes, 23 de octubre de 2017

EL FANÁTICO: CIEGO INSTRUMENTO DEL FASCISMO CAPITALISTA


BILL CLINTON
Luego de un largo proceso de negociación entre los dueños de equipos de beisbol y el sindicato de jugadores de las llamadas Grandes Ligas de los Estados Unidos, el 12 de agosto de 1994 se declaró la huelga que detuvo esa actividad comercial. Los jugadores querían nuevas y mejores perspectivas salariales, los dueños no deseaban el aumento de la espiral de los sueldos que supuestamente afectaría sus ganancias. La agudización del conflicto detuvo la tan publicitada post temporada y hasta la llamada Serie Mundial. Los antagonismos se extendieron durante todo el invierno y al llegar su primavera, el panorama no era nada halagador porque ni el entonces presidente Bill Clinton había logrado mediar con efectividad en el litigio.

DENNIS MARTINEZ DIRECTIVO PELOTERIL
Los dueños amenazaron con utilizar peloteros esquiroles (de categorías menores) en lugar de sus estrellas millonarias para iniciar la temporada 1995, pero fueron detenidos por las leyes canadienses que no aceptaron tales argucias. Una jueza falló a favor de los jugadores y los dueños perdieron el conflicto.

YANKEE STADIUM
Los juegos se iniciaron en el mes de mayo rompiendo la tradición de abril, pero los consumidores de beisbol no accedían a los estadios, los graderíos permanecían vacíos, había decepción y consternación por lo descubierto durante el conflicto: en el fondo todo no fue más que una mascarada que escondía un negocio, en el cual danzan miles de millones de dólares de ganancia, donde los jugadores son apenas fichas de un espectáculo mercantil y los espectadores son financistas mudos cuya ganancia es reír, emocionarse, consumir bisutería, golosinas y comida chatarra desde los estadios o el televisor, nada más. En inesperada lógica, los espectadores reclamaban respeto a su posición en las gradas y se manifestaron indignados con su apatía, su ausencia inusitada. Era necesaria una contundente respuesta ideológica por parte de quienes manejan el negocio y allí Hollywood, que sabe hacer muy bien su trabajo, parió la película El Fanático (Scott, 1996). 

Las mil hipocresías del diablo capitalista 

Cuando se inicia la temporada de beisbol 2011-2012 en Venezuela, que los gringos llaman despectivamente “invernal”, en el periódico Meridano y su filial TV habían orquestado una campaña de consejos cívicos y pacifistas dirigido a los fanáticos, muy parecidos a aquellos que los medios privados editaron, llamando a la paz del año 2002, luego que —cual partidos políticos— se habían hecho protagonistas del golpe de estado en abril de ese mismo año. ¿Por qué la similitud? Porque nada es más contradictorio que llamar a la paz y al buen comportamiento a alguien que es tratado como fanático. Ningún medio televisivo hace uso de esta categoría con tan abusivo mercantilismo, en boca de todos sus narradores y comentaristas, que este canal de las comillas deportivas.

DE NIRO - SNIPES
El cruel control ideológico de la sociedad estadounidense siempre se ejerce a través de la mediática, culpabilizando al consumidor y en el caso de los estragos que dejó en los espectadores la huelga de peloteros gringa, se realizó a través de convertir en best seller un libro del escritor Peter Abrahams del año 1995 para luego transformarlo en película en 1996, acción que suelen hacer en EEUU con frecuencia ante sus conflictos.

GIL RENARD EN PLENA VIOLENCIA
Los espectadores de EEUU que tienen fama de ser los más respetuosos del mundo con su beisbol, fueron tratados en el filme como fanáticos: violentos, frustrados, disociados, ciegos consumidores de mensajes manipuladores y capaces de llegar hasta la agresión directa por cumplir las órdenes que les teledirigen, como el frustrado Gil Renard (Robert De Niro), de grosero comportamiento en los graderíos, violento e inconforme porque su estrella favorita Bobby Rayburn (Wesley Snipes) tiene una mala temporada y su disociación lo lleva a delinquir en contra de su adorado deportista.

Con ese fanático criminal construido en un laboratorio hollywodense, culparon a los espectadores que no querían asistir a los estadios luego de la fraudulenta huelga y ese mismo fanático es promovido en Venezuela por un emporio que maneja intereses mediáticos del llamado deporte profesional. 

¿Y dónde está el fanático?

Cuando en suprema gloria, el ejército soviético entró en el bunker alemán el 30 de abril de 1945 se encontró allí el cadáver incinerado de Adolfo Hitler y de su esposa Eva Braun. Alrededor de ellos, en toda Europa, había 60 millones muertos producto de una monstruosa guerra que fue alentada por el fanatismo despertado a través de las ideas de este disociado político austríaco y su pandilla de fascistas europeos.

Todo fanatismo es pernicioso porque es motivado a través de despertar las más abisales emociones del alma humana, los más turbios instintos gobernados por el cerebro reptil, las más terribles frustraciones sociales. En deportes masivos como el fútbol y el beisbol, el fanático es usado como ficha mercantil que consume y ayuda a generar miles de millones de dólares en ganancia. Este disociado promueve la violencia en los estadios, sobre todo del fútbol.

A PUERTA FRIA
Ese Gil Renard miserable, que se atrevió a secuestrar al hijo de su jugador estrella, sin saberlo estaba reclamando el puesto que le es negado en la cadena de producción mercantil y se lo cobra con violencia cuando pierde su equipo o su estrella favorita se poncha o queda fuera con un batazo. A través de él se culpa al espectador más controlado del mundo por rebelarse con su ausencia de los estadios de beisbol, y se le culpa al tratarlo como un vendedor de cortauñas: la categoría capitalista más inestable y despreciada por toda la sociedad estadounidense. Es el que vende “a puerta fría”.

"ALO, SOY UN FRUSTADO"
Renard es una persona frustrada, de familia desestructurada, un hombre que vive en el llamado “border line”, un perdedor. Nunca es más cruel la hegemonía capitalista que cuando pretende dar lecciones ideológicas. Nadie en esa sociedad desea ser un Gil Renard y que una película se los diga es de una crueldad cínica, pero más cínico es que ese mismo fanatismo se incuba a diario en toda movida ideológica de esa, cada vez más frustrada, sociedad. 

La afición es la alternativa 

En la transmisión del juego donde el equipo Yanquis de Nueva York zurraba a los Tigres del Detroit con pizarra de 8x1, desde la ya referida televisora, uno de los narradores aprovechó un paneo por las gradas para destacar las bondades de la asistencia y se le escapó la palabra afición pero con rapidez corrigió para decir fanaticada. Su contradicción es la misma liberada por la película. Mientras el aficionado al deporte es sujeto de su afición, paciente, tolerante, solidario, recreador de las incidencias, consciente de su consumo, preocupado por el buen comportamiento colectivo, en cambio, el fanático es ciego objeto de su conducta histérica, alterado, violento, egoísta, disociado de lo que ocurre, abusivo consumista, desconsiderado individualista.

Para que el fanatismo sea desplazado y volvamos a la noción aficionada, tiene que acabarse el deporte profesional porque es desde su mercantilismo donde se incentivan esas reprochables conductas. Nada más ridículo que dar consejos para que los aficionados se porten bien en los estadios, cuando al mismo tiempo se promociona toda la movida mercantil a través de las conductas consumistas de un fanático y las desigualdades sociales que se mantienen para incubar su descontento irracional.

Los ya referidos narradores comentaron que el equipo Marlins se mudaría de la ciudad de Florida, donde compartían un estadio con un equipo de fútbol, para un estadio propio que se construirá en Miami y acotaron que los espectadores no podrían romper el estadio en el último juego, como ya es tradición cuando un equipo tendrá otro estadio o cuando su franquicia haya sido vendida. Este permiso de ser fanáticos desquiciados por un día, le es concedido a los espectadores, para que descarguen esa adrenalina consumista y sientan que participan del festín. Además, le adelantan el trabajo de demolición a los dueños. ¡Hay qué ver que los gringos piensan en todo! Pero cada tanto, a ese pueblo supercontrolado se le sale su Gil Renard y entonces la película se vuelve realidad.

AGRADECEMOS AL SEMANARIO LAS VERDADES DE MIGUEL POR LA PUBLICACIÓN DE ESTE TRABAJO EN EL AÑO 2011

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