martes, 27 de febrero de 2018

EL LENTO ARRANQUE DE LA PALABRA “BARATO”

Este artículo está dedicado al compatriota
que nos insultó en un vagón del Metro
porque ya no podía ser el barato de antes.

La riqueza del lenguaje y su supervivencia está en la creatividad con que los pueblos la defiendan en el cotidiano. Está comprobado que la academia no defiende al lenguaje, ni a las lenguas ni a los idiomas; sus normas oficiales perturban y desconocen su libre ejercicio porque lo encajonan en pautas rígidas. Nada más estólido para el ejercicio del lenguaje que el análisis de las academias. La llamada Real Academia de la Lengua Española se pronuncia mucho después de que los pueblos han dinamizado el lenguaje a su antojo en espacios maravillosos como la puesta en ejercicio del denominado calé. Si los pueblos tuviésemos que esperar por las academias para colocar cualquier metáfora, habla, vocablo, palabra, dicho, chiste, giro, no pudiésemos hablar jamás. Sin el calé dinámico de cada día las lenguas tienen pocas posibilidades de sobrevivir junto a los lenguajes y a los idiomas. El habla formal, oficial, académico se nutre en legitimidad y creatividad, aunque se quiera ocultar, del calé de hoy.


El lenguaje venezolano es rico en intervenciones creativas del calé. Estudiarlo es infinito. Un verbo devenido del calé nuestro como lo es “arrancar”, tiene su origen en la cultura del automóvil. Viene de uno de los miles de aparatos que contiene un “carro” cualquiera: el arranque. Sin el arranque el carro no anda, no camina, no rueda, no viene, ni va, ni se va. La creatividad del pueblo, muy arraigada a la práctica diaria con el necesario automóvil, trasladó el verbo arrancar al acto de salir de algún sitio con apuro o con sigilo; o de echar a alguien de algún lugar con violencia o si se quiere con advertencia o con alerta. Cuando alguien pregunta: “¿Y qué se hizo fulano?” y otro responde: “Arrancó”, es porque estaba allí y ya se fue. Si a alguien lo andan buscando para algo difícil y le quieren ayudar, le dicen: “Arranca, pana”. Y si es por advertencia peligrosa le dicen: “Arranca de aquí ya” es porque debe irse si no quiere que una amenaza pase a mayores.


Este verbo se puede aplicar a la palabra “barato”, si la relacionamos con la actual situación de guerra económica que resiste el pueblo venezolano que somos. Los enredos académicos dicen que la palabra “barato” proviene o del griego, o del italiano, o del vasco provenzal; sin embargo, en dos siglos donde los “marchantes” árabes (vendedores casa por casa) la popularizaron para hacer ver que sus productos tenían muy bajo costo la tenemos hasta hoy. Su utilización ha sido muy popular en el comercio en general y ha logrado su fortaleza en el habla popular de tal manera que, como toda palabra, puede significar algo muy ventajoso como lo es un producto a bajo costo o por el contrario, puede ser un suceso, acción humana o persona que tiene muy poca dignidad. Ese paso social descrito entre lo ventajoso que puede ser un producto barato en su costo, hasta llegar a la indignidad de algo barato, ha sido sufrido por el pueblo venezolano en carne propia, desde su identidad, su cultura y su amor propio.


Y aquí entra en juego una metáfora que ha resultado tenebrosa para nuestra historia económica con la llegada del petróleo; se trata de la llamada: “renta petrolera”, de donde deviene la palabra “rentismo” (algo así como vivir de la renta que produce el petróleo). El petróleo emanaba fácil de la tierra y unas compañías extrajeras se lo llevaban a precio de gallina flaca y nos dejaban un repele para insuflar a la burguesía y transformarnos en un país importador. En Venezuela la renta petrolera siempre la manejaron las clases adineradas desde la aparición del petróleo; y mientras eso sucedió, se dijo que todo el país se la disfrutaba, cuando quienes realmente se llevaban la mayor riqueza era la burguesía que se creó con su acción rentista. Siempre se ha dicho que “somos un pueblo rentista”, cosa que favorece a la burguesía, porque así su responsabilidad en el asunto pasa por debajo de la mesa. Hoy el acusado de rentista, hasta por ciertos funcionarios del gobierno bolivariano, es el pueblo. 
 

El cúmulo del dolor cultural que sufrimos y el cual lesionó duramente nuestra identidad se produjo durante la década de los años 70 del siglo XX, cuando los países árabes producen el embargo contra los Estados Unidos y el petróleo subió su precio internacional en dólares de manera astronómica, llenando con esa moneda las arcas de países productores como Venezuela. Se produjo en nuestro país una avalancha demencial de importaciones de todo tipo que llenó de mercancías (necesarias o no) las estanterías de negocios antiguos o de nueva creación y lanzó al estrellato lingüístico a la palabra “barato”. Cual abracadabra de cualquier puerta social, esta palabra se convirtió en el signo para acceder a una vida fácil con unos recursos que como sociedad no habíamos producido articuladamente con organicidad. Perdimos como sociedad la noción del valor real de las cosas. Se lesionaron valores esenciales como la previsión, la selección de la compra, el origen de los recursos, la indagación de los precios, la conciencia del costo-producto, la calidad de la adquisición, se desvalorizó a la persona en favor del producto, al tener por encima del ser, a los medios en contra de los fines, a las clases poderosas en contra del pueblo, se veía como bicho raro o tacaño al venezolano que administraba bien sus recursos. Toda una tragedia.


Esta grave situación la vivieron las clases medias, con énfasis, de manera brutal. Conforme los miembros de esta clase social se empoderaron con productos suntuarios y se fueron enfermando de consumo exacerbado se patentaron categorías como “nuevos ricos” y su consiguiente “nuevo-riquismo”. Verbigracia: hubo un año en que fuimos el país más consumidor de whiskey ¡del mundo! Y la mayor cantidad de botellas se las bebió esta clase media que se alcoholizó. A todas éstas, los Estados Unidos y las Europas aprovecharon para enviarnos la tecnología que para su sociedad ya estaba caduca: un ejemplo de esto son las antenas parabólicas. Las urbanizaciones de esta clase “novorriquista” llenaron las plantas altas de sus quintas y edificios de estos aparatos, comprados como “lo último en tecnología”, cuando en aquellos países del norte ya eran inservibles. Luego que pasó el auge, estas gentes debieron pagar no poco dinero por el desmontaje. Trágico y desgraciadamente simbólico es recordar cómo la manipulación de una de estas antenas cegó la vida a uno de nuestros más queridos y destacados jugadores de beisbol.
 

Los novorriquistas viajaron al Norte para comerciar con cualquier cantidad de cachivaches inservibles (incluso, con el comienzo y auge de la TV a color). Cualquier osado con un módico capital podía traer de allá para comerciar aquí toda bisutería. Y entonces nació en la boca de nuestros compatriotas enloquecidos de consumo, la abominable metáfora “Ta’barato”, como la respuesta que daban a los comerciantes en ciudades como Miami o Nueva York, cuando les decían los precios de las mercancías. Vergonzosamente comenzamos a ser conocidos en esos lares como “los ta’baratos”. No eramos conocidos por nuestro deporte, nuestra tecnología, nuestra educación, nuestra agricultura: No. Eramos conocidos como los “ta’baratos”: sinónimo de derrochadores, de botaratas, de irresponsables con el dinero. 
 

Luego el embargo concluyó a inicios de los años 80 y los precios petroleros comenzaron a bajar. La inmensa deuda acumulada por la burguesía y que los gobiernos adecos aceptaron como “nuestra” terminó ahorcando al país en el cadalso de los organismos capitalistas quienes negociaban a su favor el pago. Se acabó el sueño ta’barato de manera abrupta (como vino), el novorriquismo se desplomó y como siempre el pueblo pagó las consecuencias: se conculcaron los derechos adquiridos a través de largas luchas, se planteó la venta de las empresas básicas a consorcios extranjeros, se ahogó el día a día de manera brutal con un plan neoliberal que implantó el gobierno de Carlos Andrés Pérez quien, paradójicamente, había comenzado con el “tabaratismo” veinticinco años antes. Hasta que sucedió el 27 de febrero de 1989 y la insurrección militar del 4 de febrero de 1992.


Comenzando el gobierno del Presidente Hugo Chávez, se organiza una política petrolera que ventiló una entrada de recursos importante utilizados en impulsar y consolidar proyectos significativos para el país, mientras él advertía, con brillante claridad, la necesidad de fortalecer proyectos productivos desde la tierra para no depender del petróleo y lograr la independencia. Sin embargo, la mentalidad rentista o ta’barata no ha terminado. Los enemigos internos y externos de la revolución bolivariana que no cesaron de atacar al gobierno del Presidente Chávez, terminaron provocando situaciones de violencia en nuestra sociedad en medio de una guerra económica sin cuartel que dura hasta hoy y que el gobierno del Presidente Maduro enfrenta y resiste con el pueblo que somos. Esta es la guerra de los ta’baratos.


En el cotidiano, la dura situación económica provocada por las oligarquías y el imperio capitalista que quiere liquidar nuestra independencia, ha hecho que vaya desapareciendo del lenguaje diario la palabra “barato” de manera trágica pero también constructiva (y que debe caminar hacia lo productivo). Pudiera ser una señal del necesario fin paulatino del rentismo. Es tan duro decirlo como vivirlo, confrontarlo en la realidad, constatarlo en la compra-venta de los insumos, en la escasez. Es doloroso ver como nuestras bolsas de la resistencia contienen poca diversidad. Es inédito mirar los berrinches de algunos compatriotas que añoran el ta’baratismo sin saberlo; lo evocan con pasión desgarradora. Aunque también es heroico mirarnos como el pueblo que somos creando alternativas cada día para resistir con dignidad los embates de un enemigo histórico como el imperio capitalista quien, dicho sea de paso, está pasando también por una grave crisis moral que lo llevará a la ruina total.


Arranca lenta pero seguramente de Venezuela la palabra “barato” de nuestro hablar y más luego saldrá de nuestra conciencia. Está siendo sustituida por significados profundos como: económico, siembra, calidad, productividad, petro, esfuerzo, creatividad, consumo racionado, cultura económica, tecnología, educación, resistencia, verdura, conocimiento, fruto, hortalizas, porvenir, sano, pueblo, patria, Venezuela y muchas otras de igual belleza... Ahora estamos aprendiendo a preguntar cuánto vale lo que compramos (aunque los vendedores se molesten), a exigir productos de calidad, a apreciar lo que tenemos, a forjarnos una conciencia de sembrar lo que consumimos, trabajar lo que producimos. El bachaquerismo no es más que los restos de ese ta’baratismo miserable que pasará si sabemos cosechar, producir. Al pueblo que somos nos va a costar enormes esfuerzos asimilar las transformaciones que vienen (¿cuando no nos ha costado?); así el porvenir es y será siempre nuestro. Mientras tanto: ¡Arranca de aquí “barato”!, porque barato (que termina saliendo caro) es el imperio capitalista y por esto está llegando a su final.

1 comentario:

  1. Buen día. Me gustó mucho este artículo. Quisiera leerlo en un evento, con su permiso.

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