“...
cada Sentido tiene sus Recuerdos:
y,
juntándose los de los unos con los de los otros,
forman
la Memoria
disponerlos,
por sus conexiones, es un arte
que
los antiguos llamaron, mnemónica
Memoria
es, pues, un Conjunto de Recuerdos”
Simón
Rodríguez
Apreciado
Perán:
Saludos.
La
consagración en nuestra alma cultural de esa Catedral para el arte
que muchas y muchos en Venezuela llamamos La Cinemateca (Nacional),
en muy buena medida te la debemos a ti. Haber acudido por primera
vez, en aquella década de los años 70, a la sede del Museo de
Bellas Artes en Caracas para ver un cine diferente al de las
carteleras comerciales, comportó un momento trascendental en
nuestras vidas. ¿Romanticismo? ¿Añoranza? ¿Nostalgia? Tal vez.
Sin embargo, todo esto forma parte del ritual cultural por excelencia
del alma joven que anda buscando culturizarse; que anda tras esas
pistas del arte olorosas a lo más antiguo que busca transfigurarse
en lo nuevo a fuerza de las hermenéuticas tejidas por la tierna
edad, de esa política de siempre que espera en la visión de lo
nuevo reivindicar lo mejor de los encuentros y aprendizajes antiguos.
Esto lo podemos encontrar en cualquier arte (esta definición la
aprendimos en estos escenarios) pero cuán importante es haberlo
aprendido del cine.
La
sala era diferente (no tenía ni rimbombancias, ni carteles, ni
espacio para las golosinas y los refrescos) y la gente tenía algo
distinto por la actitud, profeseba un silencio parecido a un murmullo
circunspecto y una manera de andarse atenta; como buscando algo más
allá de lo que se exponía ante sus ojos. El precio de la entrada
era mucho menor al costoso de las salas del cine comercial y ese
significado nos hacía partícipes de una especie de irreverencia
automática (¿política?) de lo que iba a suceder. Butacas
decorosas, aire acondicionado fuerte, un filme de título
particularmente sugerente: “Dios y el Diablo en la Tierra del Sol”,
un director abyayalo, brasileño, Glauber Rocha, la gente sentada
diciéndose emociones y brevedades, y yo.
¡Qué
podía comprender de la película un muchacho de barrio caraqueño,
invitado por unos tipos sospechosos de realizar actividades
comunistas en la comunidad (lógica la redundancia)? Lo único que
llegué a sospechar fue la proximidad del final (¡Vaya logro!) pues
desde hace rato, tenía toda la sensación de ser la persona más
ignorante del mundo. Sin embargo, sucedió algo extraordinario, vi
entre los cortinajes del escenario de la sala, una especie de
personaje escondido que se proyectaba como una figura fantasmal (¿o
angelical?), misteriosa, sorpresiva. Cuando el filme concluyó hubo
aplausos, mientras lo que luego aprendí que eran los créditos de
la realización pasaban con la misma música que tenían las
últimas escenas. Mis compañeros comunistas se desvivían entre
comentarios versados acerca de lo que habían visto, mientras aquel
personaje escondido salía al escenario para proponer: “Vamos a
hacer un foro”. Eras tú.
Movía
los ojos espantando el maravilloso encandilamiento propio del final
de la película y pescueseando hacia atrás, me di cuenta que poca
gente salía de la sala. Y entonces se desplegó el maestro, el
mediador cultural. Con dotes educativas nos fuiste motivando a una
conversa acerca de lo que habíamos visto, de lo que yo no había
comprendido casi nada. Yo, con los temores de un estudiante recién
salido de la educación media; yo, aterrorizado por aquel “profesor”
que amenazaba preguntar-me cualquier cosa acerca de lo que habíamos
visto; yo, casi que salgo corriendo de la sala. Luego me di cuenta,
con asombro, de que la participación era voluntaria: ¿Voluntaria?
¡No es posible! ¡Estábamos invitados a pensar lo que nos diera la
gana de la película! De inmediato la resumí completica en mi mente:
Una pareja de esposos muy pobres que sufrían junto a su comunidad,
tal vez por la situación de aislamiento (el sitio se parecía a mi
barrio) y que luego de aparecer un cura aparentemente ambicioso,
contrataron a un matón (al que llamaban “Antonio Das Mortes”)
una especie de malandro, para liquidar a unos tipos disfrazados de
pájaros extraños. “¡Ya está!”, pensé: “Esto debe ser así”.
Pues nada qué ver.
Se
fue abriendo un diálogo entre todos, que me confundió muchos más.
Cada quien hacía unas comparaciones totalmente alejadas de mi
compresión. A duras penas entendí que todo lo visto era “simbólico”
y que estaba relacionado con otras comprensiones ubicadas más allá,
detrás, alrededor, delante de lo que había pasado en la película y
que viajaban en la imaginación del autor, del director y de cada
quien. Y tú, Perán, dirigiendo el lenguajeo (como lo llama el sabio
chileno Humberto Maturana) con la maestría de un director de
orquesta. Lo técnico, la posición de las cámaras, las luces
naturales y artificiales, lo que dijeron los personajes (¡Y lo que
no dijeron!), lo actuado por los actores, el blanco y negro, el
guión, y mucho más; de todo se habló. No me di cuenta del tiempo
transcurrido cuando, con maestría inusitada, supiste el momento en
que se agotó aquel maravilloso diálogo y que la gente cerró con un
agradecido aplauso. Salimos de la sala y percibí una callada
satisfacción.
Mientras
caminábamos por la avenida México, los compañeros cubrían mi
párvulo silencio, con sabios comentarios y la admiración hacia tus
intervenciones. Aunque aparentaban hablar entre ellos, me di cuenta
de que estaba incluido en aquella cháchara cinematográfica
estupenda que tú les motivaste.
A
partir de ese día me convertí en un cazador de tus cine foros. No
recuerdo con precisión en cuántos participé. Hubo
notabilísimos encuentros con el cine que me aprendieron lo humano y
lo divino de un arte que llevo en los huesos como una articulación
cultural. Si hoy me siento poderosamente ligado al cine, sobre todo
desde la cotidianidad y la mediación cultural, en buena parte se lo
debo a esos aprendizajes que nos proveíste con tu sabiduría, tu
talante cultural, tu maestría, tu paciencia. Has sido el mediador
cultural por excelencia del cine en Venezuela.
Gracias
Perán por este grandioso aporte a lo que somos y buen viaje…
Con
afecto y gratitud
Oscar
Rodríguez Pérez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.