Definitivamente
y sin jactancia, en Venezuela pareciera estarse jugando el destino
democrático de la humanidad y varias reflexiones nos asisten. En la
realidad de la patria de Bolívar gravitan un conjunto de tensiones
sociales de carácter dialéctico, de poéticas estupendas y elevadas
por las circunstancias que las originan. También pareciera peligroso
jugar a quien acierta el vaticinio y cae en el lugar común del
“resultado esperado”, conducta que asiste desde el primer momento
al sector opositor y a sus mentores mediáticos. ¡Muy grave para
ellos! Nada más alejado de la verdad el hecho de que este resultado
era el esperado, porque detrás de sus indicadores aparentes se
encuentran las claves de una política para el porvenir del pueblo
venezolano y de los pueblos del mundo.
Lo
primero que salta a la vista como innegable es la acción de sufragio
de venezolanos y venezolanas que apostaron a decidir desde su
deliberación ciudadana. Un cuadro de ocho millones y más de
votantes sufragó para valerse del Poder Electoral y así expresar su
decisión. Uno de los grandes valores que tiene esta acción es que
se produce en medio de una sostenida y criminal guerra económica
cuyos efectos tienden a ser difíciles para la mayoría de la
población; aunado a las amenazas internas y externas de todo tipo
contra los poderes legítimos de la Venezuela democrática, con
énfasis en su Poder Electoral.
El
que la decisión de reelegir al Presidente Maduro cuente con el apoyo
redondeado de cerca de seis millones de partidarios es también un
resultado asombroso, dada la abominable campaña de descrédito a la
cual ha sido sometida la imagen personal y prestigio político suyo y
de sus compañeros por parte de las maquinarias de guerra no
convencional, apostadas en diversos lugares del norte capitalista,
controlados por el imperio gringo y no pocos gobiernos europeos que
incide internamente. Conservar con tal solidez numérica y
cualitativa esa decisión a favor y a pesar del criminal bloqueo
económico y financiero a que ha estado sometida toda Venezuela y que
cuenta con el apoyo incondicional de las clases burguesas del patio y
de sus cipayos políticos regionales, es un logro que sólo una mente
obtusa puede subestimar; además de contar el Presidente electo con
un partido como el PSUV, cuya militancia se movilizó en medio de
amenazas de todo tipo que suponen una valentía política fuera de
serie, como ratificación definitiva de que la paz política lograda
desde el julio de 2017 no es ningún cuento de camino. Y tampoco es
para desestimar el hecho de que existe un espacio donde los partidos
que participan en el Gran Polo Patriótico se incluyen con un
activismo permanente de apoyo consciente y crítico a la gestión del
Presidente Maduro como muestra de unidad y consenso. Sólo la
brutalidad y soberbia imperial pueden subestimar este cuadro
favorable a su continuidad presidencial.
Insoslayable
es el papel de la Fuerza Armada Bolivariana en el posicionamiento y
legitimación cada vez más creciente del Poder Electoral en
Venezuela, en todo el Poder Moral bolivariano y en el destino de la
democracia y la paz en favor del pueblo que somos. Probable es que a
los militares venezolanos de todas las fuerzas aún les vengan
momentos cruciales que prueben su vocación cívica y democrática,
sin embargo, el protagonismo de todos los contingentes ha sido
históricamente apegado al pueblo que les enorgullece en los últimos
quince años. Mientras en otros pueblos del Abya Yala el ruido de
sables es una constante de amenazas internas a la seguridad de los
procesos democráticos, en Venezuela, por el contrario, el alto mando
militar y sus fuerzas subalternas han cumplido constitucionalmente y
su participación protagónica ha sido la que el comandante Chávez
les pronosticó a través de la unión cívico militar. La soberana y
digna posición del Presidente Maduro frente a los arrogantes y
desafiantes factores imperiales ha sido apoyada sin restricciones por
una Fuerza Armada fortalecida como el pueblo que es. Del respeto a la
decisión del pueblo venezolano este 20 de mayo, el alto mando
militar se ha hecho portavoz con una dignidad de pueblo.
Poco
más de dos millones de electores que muestran su desacuerdo con la
gestión del Presidente venezolano se atrevieron a abrir un espacio
novedoso al utilizar con legítimo ejercicio deliberante su Poder
Electoral para disentir en buena lid ciudadana con variado criterio,
apoyando dos opciones emergentes. Tampoco es nada desestimable el
dimensionamiento de este inusitado espacio, que toma cause al margen
de la oposición tradicional, casada con la violencia, el terrorismo,
la destrucción, el golpismo, el intervencionismo externo y cuya
decisión de no participar en estos comicios los coloca al borde de
un nuevo suicidio político. Echados por sí mismos al silencioso
cesto de basura politiquera, conocedores de su impopularidad casi
definitiva en el seno del pueblo, están en un peligroso juego
(declarando la erosión política del gobierno) de desgastar a la
democracia venezolana, al diálogo y a la paz. Quienes añoran y
anhelan una “oposición democrática” pudieran estar viendo en
esos dos millones de votos, su germen de crecimiento futuro, siempre
y cuando desaparezcan o se debiliten definitivamente los partidos de
oposición golpista y cipaya.
La
manifestación electoral que debe tener preocupados a todos cuanto
creen en la continuidad democrática (sobre todo con el Presidente
Maduro en el gobierno) es la abstención evidenciada de forma
contundente durante estos comicios. Como todo cese de la
participación está cargada de una estupenda incertidumbre que
pudiera tener dos bifurcaciones a reconocer sin cegueras, ni
ilusiones, ni necedades politiqueras, a saber: se trata de una
manifestación genuinamente política y en este momento se debe
considerar de esta manera: es imprescindible hacerlo. Si algo ha
logrado este proceso bolivariano con Chávez, Maduro y el pueblo a la
vanguardia, es la recuperación del acto político como espacio
imprescindible para el devenir ciudadano. De ser un pueblo, para el
año 1988, herido gravemente en su creencia en lo político, a la
vuelta de los diez siguientes años se transformó en el pueblo más
politizado de la Pacha Mama y lo dice a las claras la respuesta
democrática de este 20 de mayo de 2018. Si algo desean los cipayos
de la politiquería interna y la gendarmería imperial es que el
pueblo venezolano renuncie al poder político que ahora detenta y a
la democracia que fortalece cada día más. Sería un grave error de
las fuerzas que apoyan al gobierno que tomen esta abstención de la
misma manera a como la tomaría de seguro la oposición cipaya. Hay
un sentido político supremo en esta abstención que hoy tiene muchas
claves para el porvenir de las luchas mundiales.
El
otro factor importante de esta abstención es el tratamiento político
que se debe ofrecer a la incertidumbre misma. Uno de los graves
problemas de muchos practicantes de la política es que les encanta
moverse en el terreno de las certezas pero son incapaces de coordinar
en las arenas de la incertidumbre, cuando esto último comprende el
verdadero arte. La grandiosa incertidumbre en que esta acción
electoral abstencionista ha montado al ejercicio político en
Venezuela es similar a estar montado a pelo sobre un brioso caballo,
necesitados de colocarle las bridas, la silla, el estribo, sin
bajarse ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo hacerlo sin renunciar a la
democracia, a los derechos ciudadanos, a la paz, al diálogo? ¿Cómo
hacer para reincorporar a esos compañeros y compañeras de viaje
revolucionario que ahora están en ese poderoso espacio de disenso?
¿Cómo llamar de nuevo a ese pueblo golpeado y arrecho por una
guerra que ve solamente en la ineficiencia del gobierno ante las
medidas urgentes? Una ventaja ante esta grandiosa tarea de genuino
porvenir pudiera estar en que la oposición violenta ahora mismo
estaría pensando en que si hubiera participado ganan las elecciones
del 20 de mayo: ¡Craso error!
Aportando
a algunos deberes hacia un aproximación con esa abstención,
pudiéramos decir que el Presidente da en el blanco cuando pronostica
insistir en los procesos de diálogo. Nada más sabio. Aunque este
diálogo debe tener algunas características: 1° debe ser un
dialogo, no sólo hacia los factores de afuera sino (y sobre todo)
hacia los factores políticos internos al proceso bolivariano pues
hay que procurar fortalecer la unidad erosionada, en base a
propuestas de salida a los problemas de manera compartida; 2° debe
ser un diálogo que llegue (de manera creativa y metodológica) a
los sectores del pueblo que somos (del que pone y quita los votos);
un diálogo con las amas de casa, con los empleados públicos, con
los obreros, con los campesinos, con las comunas, con los indígenas,
con las feministas, con los niños y las niñas, con los jubilados y
jubilados, con los profesionales y técnicos y sobre todo, un diálogo
con los jóvenes de todos los sectores sociales, quienes se
encuentran en una grave encrucijada humana y social, ante una guerra
que creen no les pertenecer porque no la merecen y atenta contra su
porvenir, para nadie es un secreto que la abstención de este 20 de
mayo es abrumadoramente juvenil; 3° debe ser un diálogo que no esté
previamente cocinado, más bien un diálogo que surja de la necesidad
de escucharse mutuamente, un diálogo que contenga la poética del
político-pueblo hacia el pueblo-político y que fortalezca mucho más
el ejercicio militante en autonomía participativa; 4° debe ser un
diálogo donde resulten acuerdos para la solución de los grandes
problemas y el gobierno y sus factores políticos permitan que el
pueblo participe en la solución, incida y decida; 5° debe ser un
diálogo que no subestime al pueblo, que no le robe su palabra, que
respete su código de lenguaje, que discuta la metodología, que
pregunte al pueblo en vez de llevar la respuesta cocinada, que
permita al gobierno mandar obedeciendo, un diálogo con ternura que
reconozca al otro como legítimo; 6° debe ser un diálogo que jamás
se parezca al diálogo farsante de los partidos de la oposición
violenta y cipaya; 7° debe ser un diálogo que convenza a los
sectores que votaron de que ese acto de abstención no significa
haberse negado a la política sino por el contrario, de que se trata
de una manifestación de genuina deliberancia que busca otros caminos
de diálogo y participación que no se están viendo ni
comprendiendo.
Parados
frente a las amenazas del imperio capitalista y sus agentes para la
guerra convencional, los resultados de esta contienda pacífica,
cívica y democrática parecen tener como objetivo, mostrar la
paradoja de poner en ascuas tanto a quienes participan del proceso
bolivariano como a los enemigos de ese pueblo que se manifestó.
Aquel ¿qué hacer? que llenó de prestigio al célebre
político ruso Lenin a inicios del siglo XX, es la pregunta
inagotable que se hacen hoy todos los factores políticos acerca del
destino político de Venezuela. ¿Qué hacer más allá del diálogo?
Se la preguntan en las covachas del imperio desde su batería de
misiles nauseabundos; se la preguntan los cipayos en su genuflexión
de moribundez política irremediable; también se la preguntan los
militantes que participan activamente en el proceso bolivariano; sin
embargo, donde esa pregunta cunde como un susurrante clarín de
complejidad política es en ese pueblo que viaja apretado en las
busetas, caminando trechos, haciendo colas para el pan o las
medicinas; ese pueblo mayoritario de mujeres y hombres que al día
siguiente de escuchar los resultados en la voz de la doctora Tibisay
Lucena, pudiera estarse sintiendo cada vez más consciente de tener
en las manos un inmenso poder político, electoral y democrático al
que sólo le falta la incorporación en la plena participación
directa en la solución de los problemas. Quienes acompañen a esta
vital pregunta con el surgimiento de otras preguntas igual de
importantes, y así librarlas sintiéndose pueblo, pudieran estarse
aproximando a salidas históricamente extraordinarias.
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