jueves, 17 de mayo de 2018

¿DE DÓNDE SALIÓ ESTA REVOLUCIÓN IMPERFECTA?



EL ESTADO SOY YO
Cierta gente que se dice (y se les cree) chavista, que ahora defenestra del gobierno de Nicolás Maduro, pareciera pensar que hacer una revolución es algo instantáneo y fácil. Nada qué ver. Hacer una revolución pasa por imaginar a este proceso de manera diferente, inédita a todos los pensamientos y acciones que fueron forjando otras revoluciones. Algo sabroso y fácil en política es imaginarse otro y pararse frente al espejo y decirse: “¡Hola Fidel!”, “¡Hola Che!”, “¡Hola Ho Chi Ming!; esta manía ha creado los demagogos más perniciosos de la política. Difícil es pararse en el espejo social y decirse con nombre propio.


Cuando el comandante Chávez insurgió el 4 de febrero del 92 se estaba pronunciando con nombre propio. Sobre sus hombros estaba toda una historia patria que había estudiado y asumido; era él mismo y la esencia del pueblo que somos lo sintió. A partir de ese momento se desató un rizoma de dialécticas insondables. Una de las más notorias es la dialéctica perfección-imperfección. Hay quienes creen que la revolución es (o debe ser) perfecta, sobre todo porque la conciben justo a la medida de sus lucubraciones; la revolución es de su peso y estatura y con ese cuerpo etéreo que jamás accederá a la materialidad, quieren pelear solos hasta con Trump. Quienes así piensan no suelen mirar ni sentir la revolución de los demás, la única revolución que es posible para ellos es la que tienen en la cabeza. Pues resulta que hay una revolución imposible que es la realizada a diario con los demás, en colectivo, y esta revolución es imperfecta.


PRESIDENTE CHAVEZ Y OBAMA
Una de las grandes hazañas del comandante Chávez es que supo caminar sobre los tizones calientes de la revolución imperfecta y sortear las quemaduras que deja (a veces graves, a veces muy graves) la revolución imposible que es la que intentó hacer con Uribe, con Juan Carlos de Borbón (quien le espetó la estúpida frase: “¡Por qué no te callas!”), con el abrazo a Isabel II inglesa, con el saludo al japonés Hiroito, con el libro regalado a Obama, así sus partidarios se mordieran los tobillos de la arrechera. Cuentan en otro libro que dos diplomáticos de diferente país se toparon en Miraflores, uno venía saliendo de ver al Presidente Chávez y el otro entraba a la misma tarea por lo que aquel le preguntó al saliente: “¿Cómo te fue?”, a lo que respondió: “Caramba chico: entré pensando de una manera y salí pensando de otra”. Ése era el secreto que supo dimensionar el Chávez humano, quien no nació aprendido pues lo hizo en el camino.


Otra de las mil y una maravillas que Chávez aprendió en su proceso fue aprehendernos como comunicador y educador la revolución posible. Logró el héroe de Sabaneta que lo siguiéramos (como un niño) tras la revolución que él estaba viendo. Y allí nos fuimos: tras la revolución posible, sin embargo, pocos se dieron cuenta de que el mismo Chávez había aprendido que toda revolución posible debe caminar hacia la revolución imposible, de lo contrario es falsa. La posibilidad de una revolución está en su imposibilidad: ¡Cuánto le hubiese gustado a Chávez vivir este paso hacia la revolución cada vez más imposible! Ya sufrimos el trágico hecho de que no pudo.


Cuando Chávez enunció la sucesión de Nicolás Maduro para continuar su obra con el pueblo que somos, pocos vieron que estaba lanzando a su compañero de lucha al porvenir de la revolución imposible porque la revolución que había hecho posible se la estaba llevando al otro plano: esa Revolución ya no iba a existir. Sabemos que Chávez cambió de plano con muchas preocupaciones que apenas esbozó en su célebre testamento “Golpe de Timón”, especie de obra cultural, política y literaria en donde sintetiza la proyección de nuestra enorme tarea como el pueblo que somos. Cuando Chávez pronunció aquel nombre y aquel apellido, tal vez supimos que había que desear dos milagros: uno que no se produjo: que al Comandante no se lo llevara la enfermedad y el otro que aún peleamos: participar con Nicolás Maduro en la revolución imposible.


La revolución que el pueblo que somos tiene entre las manos, con la estrechez más bestial e impuesta por los poderes externos y el cipayismo interno, es la revolución posible. Entre sus brazos atacados por el bloqueo se mantiene la dignidad más bella que pueblo alguno haya erigido. Allí está su instinto rabioso, su escasez, su acorralamiento pero bullen con heroísmo oculto su dignidad, su orgullo, su historia inmensa, su libertad mil veces conquistada, su responsabilidad totalmente comprobada. Sin embargo, duélale a quien le duela, buena parte de la revolución imposible está en la asignación que el Comandante Chávez dio al hoy Presidente Nicolás Maduro Moros. Orientar esa imposibilidad bolivariana que se hace dialéctica con la posibilidad popular es de esas tareas sólo asignadas a grandes almas y el Chávez en vías de trascendencia se la asignó a un Maduro formado en los trazos de las vicisitudes vividas, para iniciar una obra de gobierno.


El imperio gringo nos acosa con su bloqueo sádico, su acusación criminal y sus amenazas de invasión porque es su tarea histórica: preservarse ante el peligro que para sus intereses encarna la revolución bolivariana. La otra tarea del llamado Huésped de la Casa Blanca es hacer de nuestra revolución algo imposible (de los cipayos no vale la pena hablar). Frente a esta poética suprema, el Presidente Maduro se erige entre las imperfecciones de su gobierno y las posibilidades de un pueblo que somos, metido, salido, arisco, levantisco, orgulloso, indomable pero con una dimensión con la que no contaba hace décadas: tiene unos niveles de politización extraordinarios. Este pueblo venezolano de hoy se ha politizado y tiene la posibilidad de decidir en el estamento electoral que se ha dado con su lucha.


El domingo 20 de mayo de 2018, ese pueblo jodedor y enseriado con la política (como cuando juega un niño), se colocará firme frente a la decisión de votar entre dos opciones: la aridez histórica que representan los candidatos de la miseria y del hambre amparados por la reacción nacional e internacional (con el Departamento de Estado como amo) o seguir enraizando el árbol de la revolución imposible que tiene como asignación el Presidente Nicolás Maduro, con la posibilidad de continuar incorporando la gran duda de la revolución posible que hace día tras días en las calles. Esa decisión será imperfecta (no gustará a tirios y troyanos) pero será legítima en libertades y responsabilidades.

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