Si alguien
merece un taburete especial en el recinto de nuestra memoria ése es el
Libertador Simón Bolívar. Sobre todo en estos tiempos de acosos directos de los
imperios de turno, nuestro grande héroe caraqueño es el acompañante infalible de los pensamientos y acciones que nos acometen.
Precursor
del antimperialismo como lo invistió el historiador cubano Francisco Pividal, las
ideas bolivarianas son esenciales a nuestra memoria y a nuestras juventudes. Mirar
el mundo con el ojo de los pueblos como aprendió a mirar Bolívar, supone
deslindar el campo de los imperios de siempre que aún nos subyugan y nos amenazan
del vasto e infinito cosmos en donde los pueblos gravitan en su fecunda
complejidad, en su caos bullente que desenreda y enreda realidades, en esos aprendizajes que están más en su empírica trascendencia porque se
amalgaman a los grandes discursos que también son importantes. No se pueden luchar
los desafíos políticos de la hora sin contemplar un aporte sesudo al
enfrentamiento con los imperios y en el huracán de esta refriega Bolívar es
vanguardia imprescindible.
En la
carga utópica, onírica, subjetiva que nos configura como el pueblo que somos está
Simón. Ninguna lucha asida a la política se libra sin la pasión y ésta tiene
una carga casi total de entrega al sueño, a lo que aún no tiene lugar, a lo
imposible. Maestro en estas lides, el Libertador encontró siempre en sus aceleradas pasiones la posibilidad de analizar la realidad existente con el
fuego abrazador que su corazón dictaba. Aunque razonador insigne (lo dicen sus
escritos políticos), nunca su corazón fue excluido de las decisiones que debió
tomar en toda su existencia fecunda. En su profundo amor a Manuela Sáenz están
tal vez plasmadas e integradas esas huellas pasionales que lo acompañaron y
formaron al Bolívar que somos.
Eterno
guerrero. Hombre de paz sin lugar a dudas, comprendió, mucho antes de otros maestros de la duda que le secundaron,
la importancia de indagar a fondo la guerra como dimensión de liberación del ser
humano de las opresiones, los oprobios y las expoliaciones. Libró una de las
guerras más violentas y sanguinarias que un pueblo haya podido enfrentar; logró
comprender y activar nexos comunes entre los pueblos en proceso de liberación
para liberarse juntos; y obtuvo procesalmente el triunfo bélico, a la par de
emanar de sí el aprendizaje de una sabiduría política en y para la paz, como
muy pocos políticos de su tiempo pudieron comprender y lograr. Escuchó siempre
a nuestro maestro Simón Rodríguez cuando decía: “La guerra no se disputó con
plumas; un código no se discute a balazos”. Esta condición de logro hizo que
pudiera dialogar con sus diferentes y con sus antagónicos con fines inmediatos,
universales y cósmicos en favor de la paz, la libertad y la independencia.
Deben
ser incansables los esfuerzos por hacer, con el objetivo de que el Libertador
Simón Bolívar esté en las escuelas, con fuerza suprema en los liceos, en la calle y en los barrios. Su voz
eterna será huracán permanente en el augurio de sus pasiones corazonadas. Sus aprendizajes
han de ser compañeros de viaje en las decisiones de vida. Su ejemplo es fuego
inextinguible en el gran chabono de nuestra historia.
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