viernes, 7 de diciembre de 2018

PÁEZ: ¿UN PERDÓN HISTÓRICO NECESARIO DESDE EL BICENTENARIO DE LA BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO?



“En mi pueblo, cuando hay un trueno, gritamos: “¡Viva Páez!”.
Zobeyda Jimenez, la muñequera de Píritu, estado Portuguesa.

La marcada diferencia entre los pueblos y los poderes hegemónicos está en que mientras los imperios promueven las guerras para impedir las transformaciones colectivas en nuestra Pacha Mama, los pueblos son preservadores de la paz y luchan, al riesgo que sea, por conseguirla luego de esfuerzos incansables. Nadie más belicoso que quienes se creen dueños del mundo, así como nadie más amante de la paz que los hombres y mujeres de los pueblos que anhelan en su cotidianidad la preservación de la vida hacia el porvenir. Muestra de ello es la historia de Venezuela, que tiene en su guerra de independencia, una de las hazañas más extraordinarias jamás libradas para conseguir la paz de una patria libre, soberana. En esta contienda insurgió una fuerza en movimiento que tenía varios siglos represada por las injusticias, donde muchos referentes de lucha se sacrificaron contra un imperio colonizador y asesino.

Mientras la corona española atravesaba una grave crisis por la invasión de los ejércitos de Napoleón Bonaparte, esta fuerza contenida por la tortura, la muerte, se desató pacíficamente para deponer la Capitanía General, gritar el anhelo de una República en 1810 y posteriormente firmar su acta de nacimiento en 1811. De seguido, la guerra con que respondió el imperio español tendió a ser tan demoledora, que el líder patriota que asumió la resistencia declaró la Guerra a Muerte en 1813. Hasta 1821 en la batalla de Carabobo, cuando se sella la derrota definitiva del imperio español en Venezuela, no cesaron las confrontaciones bélicas entre un imperio obsesionado por mantener su dominio y un movimiento independentista anhelante de liberar su patria. Simón Bolívar se llamó el líder que reunió las tendencias libertarias hacia el epicentro del huracán revolucionario. Sin embargo, hubo un combatiente que despuntó desde una región esencial de Venezuela para liderar importantes batallas que resultaron vitales para el triunfo de los patriotas; oriundo de los llanos donde se hizo leyenda, se llamó José Antonio Páez.

¿CÓMO ES QUE PÁEZ SE COLOCA EN EL ESCENARIO LIBERTARIO?

Toda guerra, aunque tenga similitudes con otras, está signada por su carácter inédito. La guerra de independencia de Venezuela tiene, hasta la fascinación, una continuidad de huellas recursivas que se implican de manera sorprendente, siempre ameritando el análisis detallado. Aunque se puede ver de manera lineal, lo verdaderamente importante es seguir el caos que se produjo a cada instante motivado a las acciones que surgieron de bando y bando, además, en los extraordinarios intentos de orden que capitalizaron una victoria definitiva que no se detuvo hasta Ayacucho (Perú) en 1824. Líderes, caudillos, importantes militares, héroes que se inmolaron y otros que sobrevivieron, un pueblo que se incorporó con dificultades y que fue ganando vigor, surgieron a granel; seguir este camino glorioso aún suscita polémicas, controversias y contradicciones en el análisis.

Antes de Páez fue Boves... antes de Boves fue Bolívar con el Decreto de Guerra a Muerte. También llamado Decreto de Trujillo, fue una disposición de guerra que elaboró el Libertador Simón Bolívar con varios motivos, aunque la consecuencia más resaltante resultó ser la agudización de la violencia y el exterminio que desató los odios de clase. Era un pequeño comerciante dueño de lotes de tierra del pueblo de Calabozo José Tomás Boves, oriundo de Asturias, España. Tras una componenda de oligarcas ligados a los patriotas, lo despojan de sus bienes, lo encarcelan bajo condena a muerte aprovechando los efectos del tempestuoso decreto. Hasta su desgracia, Boves era llamado el “Taita” por su peonada y se caracterizaba por tener con ellos una relación afable y cordial. Era empático, buen bailarín, cultor de la música llanera. El historiador Francisco Herrera Luque testimonia que simpatizaba con la causa patriota.

Rescatado de la prisión se convierte en líder absoluto de una fuerza de llaneros a caballo que ofrece combates encarnizados a los patriotas, sin demostrar mucho afecto por los realistas. Boves, quien nunca fue simpatizante de la monarquía española, reúne un ejército de descamisados entre indios y negros de las diferentes clases desposeídas; en medio de un proceder incansable y violento, les promete la justicia de un botín inmediato. El impacto del ejército del asturiano fue tal que se erigió en el causante directo de la Emigración a Oriente que obligó a huir a los pobladores de Caracas y de la caída de la Segunda República (1814) por las importantes derrotas que causó al ejército patriota. Se le señala como el primer anarquista de la historia republicana y un observante de la lucha de clases, mucho antes de que se le reconociera como una categoría de la investigación social y del odio de clases que el marxismo pregonara a posteriori. Boves muere combatiendo en la población de Urica al oriente del país. ¿Adónde fueron los llaneros que quedaron sin su líder?

Le corresponde a José Antonio Páez organizar la importante fuerza de llaneros que habían quedado a la desbandada. Zamarro, mandón, fuerte de carácter, habilidoso en las relaciones humanas, conocedor de la vida del llano y de las lógicas de sus habitantes, fuerte para la faena, sin odios desenfrenados, baqueano en el comercio (cuestión que le adiestró en la paciencia), Páez se relaciona con la guerra de independencia desde el caos y la violencia imperante. Aplica sus dotes de líder en su encuentro con aquel ejército invisible, disgregado, debilitado; necesitado de organización y dirección. Inteligentemente desarrolla una guerra de guerrillas, una guerra de movimientos, de emboscadas, de sorpresas contra los ejércitos del general Pablo Morillo al que hostiga sin descanso. Esta práctica tenaz, terca, vehemente va convirtiendo en leyenda su iniciativa bélica en propia tierra, amén de que le proporciona la posibilidad de constituir un ejército numeroso, respetable a los aliados, temible a los enemigos. Páez se hace General en ese llano arisco, quemante, logrando el convencimiento de unos combatientes aprendidos en desconfiar de los mantuanos; consigue que cambien el botín inmediato que les ofreció Boves por la quimera de la libertad independentista. Obtiene, en supremo trabajo de armas y reflexión, aprenderle a los llaneros, -acostumbrados a bregar descalzos y sin camisa, a comer sentados sobre la tierra que los vio nacer- la utopía de una Patria en el porvenir, orquestada por un general de origen mantuano: Bolívar.

UNA HAZAÑA QUE NO SE PUEDE BORRAR

Hasta el siglo XIX, la lanza era una reconocida, respetada y temida como arma de guerra en las luchas independentistas; era para los llaneros lo que el tridente para el gladiador romano. Mientras Boves adiestró la lanza en sus combatientes con la táctica de una lucha encarnizada, frontal, a pecho abierto, a destreza innata, a grito terrible; Páez ofrece al llanero la utilidad estratégica del uso calculado de su lanza en la batalla. Con el mismo riesgo, similar encarnizamiento, el oficial portugueseño va adiestrando a su temible ejército, a su arrojado llanero en un uso creativo de la lanza para hacerla más letal al enemigo, más efectiva para la causa. Llanero, lanza y caballo no sólo simbolizaban la elevada metáfora de una maquina de guerra, además, significaban una imagen temible al enemigo en la distancia previa a una batalla. Cuando el Libertador regresa de su obligado exilio en el Caribe, se encuentra con una estupenda (aunque disgregada) resistencia patriota por los cuatro costados de la Patria; Urdaneta en Occidente, Mariño en Oriente, Piar en Guayana, Arismendi en Margarita y Páez en los llanos como sus líderes. Maravillado por sus hazañas, Bolívar emprende la tarea del diálogo para la congregación en función de la unidad. Cada uno era un dolor de cabeza; sólo los llaneros podían ser un aneurisma.

Esforzados en demostrar su liderazgo, los cabecillas se lanzaban a los combates buscando influir en la victoria definitiva mientras el Libertador trabajaba por capitalizar aquellas fuerzas. En ese empeño cruzado, no pocas veces contradictorio, se presenta la contingencia de enfrentar al ejército del general español Morillo en el sitio de Queseras del Medio. En la fecha de 2 de abril de 1819 Morillo ve la oportunidad de vengar con creces, todas la veces que el ejército llanero le había humillado con sus entradas y salidas victoriosas en una lúdica guerrera que tenían al movimiento y a la sorpresa como esencias mortales. Ante la sorpresa del mismo general Bolívar, quien observaba los movimientos en el campo, los llaneros al mando de Paéz se agrupan en ciento cincuenta hombres que retaban con su presencia a aquel ejército bien apertrechado, ansioso de contienda, de venganza. Morillo ordena a mil doscientos de sus soldados la persecución con signo de implacable, sospechando encontrarse de súbito con un contingente más numeroso. De pronto, cuando ya las fuerzas realistas les daban alcance, Páez ordena a sus lanceros volver a la batalla bajo el grito de: “¡Vuelvan Carajo!”. Lo sucedido allí queda en la historia como una de las más extraordinarias hazañas militares del mundo. Aquellos ciento cincuenta lanceros cargaron contra un enemigo que le superaba en armas y en proporción de ocho a uno, léase: 153 llaneros contra 1200 soldados. La furia con que cargaron aquellos héroes fue recordada años después por los amigos y enemigos sobrevivientes, como una fuerza sobrenatural que poseía a aquellos hombres orgullosos, entrenados en lo imposible, invencibles. Las bajas enemigas, en un primer momento, pasaban de 400 sin contar los heridos. La humillante retirada fue acompañada por una persecución que remató a muchos en la desbandada. Por la originalidad en la dirección, el sentido de lo inédito militar, la utilización de la sorpresa, el uso monumental, simbólico, creativo, temible de la lanza, la capitalización de la fuerza subjetiva habida en el arrojo, en el empuje, en la potencia de la causa, hacen que este suceso militar independentista sea reconocido como uno de los más sobresaliente en la historia militar de los pueblos. Desde el momento en que terminó aquel bestial triunfo, la leyenda de su logro se propagó por Venezuela como un aliento poderoso, invencible en los contingentes patriotas y como una daga mortal en el hígado realista que no tardaría en hacer metástasis militar. Los patriotas no tuvieron ninguna baja. El Libertador Simón Bolívar, bajo decreto, reconoció el logro de estos héroes con justas distinciones.

EL PERDÓN HISTÓRICO

Seguramente un destacado, honroso, merecido reconocimiento al bicentenario de la Batalla de Queseras del Medio suponga el perdón histórico al general José Antonio Páez. Corresponsable del fracaso del proyecto de la Gran Colombia, conjurado en el Congreso de Valencia que apuñaló los deseos de unidad del Libertador Simón Bolívar, aliado tenebroso de Francisco de Paula Santander para rasgar el ideal bolivariano; ya como Presidente de la República utilizó su prestigio militar para imponer a una camarilla de oficiales que se adueñaron de las mejores tierras, dando la espalda a los llaneros que lucharon por la independencia del Abya Yala. Posibilitó una legislación impositiva draconiana, especulativa que entregó el comercio a un grupo de prestamistas facinerosos. De soldado llanero se hace potentado oligarca para expoliar las posibilidades de reconstruir a Venezuela con justicia, de la terrible guerra que transitó. De “primera lanza del mundo” terminó despreciado por la clase social, el gentilicio, el pueblo que lo llevó a la gloria. El acto de reconocer la hazaña de Queseras del Medio supone la dificultad revolucionaria de perdonar a Páez, porque esta hazaña independentista no es posible sin su genio. Se trataría de perdonar a Páez sosteniendo la mirada a la visión de lo imprescindible que fue para la independencia y al permanente cuestionamiento de lo que terminó siendo como aliado de la oligarquía y de los nuevos imperios. Perdonar a Páez es no olvidarlo en sus triunfos militares que enaltecen y en sus tropelías de Estado que avergüenzan: nada más dialéctico que el perdón.

Sabemos que la paz ocupa lugar preponderante en estos momentos de resistencia de guerra económica confrontada en Venezuela. Junto a la política del Presidente Nicolás Maduro, es importante comprender que el diálogo por la paz es un permanente objetivo a mantener en estas horas duras, porque es el porvenir de los pueblos de nuestro Abya Yala y de la Pacha Mama. En Venezuela, la paz es revolucionaria; paz activa, dialogante, deliberante, democrática. Sin embargo, conviene reconocer hechos históricos como la Batalla de Queseras del Medio, no sólo como un souvenir militar, un recordatorio bélico, un momento para los desfiles, sino como un símbolo de quienes han amado esta tierra y de lo que son capaces de hacer por defender su independencia. Así como la paz está en todos y todas -se evidencia en los debates, en las negociaciones con los antagónicos, en los escenarios internacionales, en nuestros ejercicios democráticos- también la fiereza, el arrojo, el orgullo, el impulso, la originalidad, el poder de vencer desplegado en la batalla de Queseras del Medio están en la sangre que corre por las venas libertarias del pueblo. Las juventudes recientes deben conocer el poder simbólico que tiene este trazo bicentenario de historia Patria, de modo que palpen las maneras como nuestros antepasados han sabido luchar por la paz que hoy defendemos como valiosa herencia.

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