“En
mi pueblo, cuando hay un trueno, gritamos: “¡Viva Páez!”.
Zobeyda
Jimenez, la muñequera de Píritu, estado Portuguesa.
La
marcada diferencia entre los pueblos y los poderes hegemónicos está en que
mientras los imperios promueven las guerras para impedir las transformaciones
colectivas en nuestra Pacha Mama, los pueblos son preservadores de la paz y
luchan, al riesgo que sea, por conseguirla luego de esfuerzos incansables.
Nadie más belicoso que quienes se creen dueños del mundo, así como nadie más
amante de la paz que los hombres y mujeres de los pueblos que anhelan en su
cotidianidad la preservación de la vida hacia el porvenir. Muestra de ello es
la historia de Venezuela, que tiene en su guerra de independencia, una de las
hazañas más extraordinarias jamás libradas para conseguir la paz de una patria
libre, soberana. En esta contienda insurgió una fuerza en movimiento que tenía
varios siglos represada por las injusticias, donde muchos referentes de lucha
se sacrificaron contra un imperio colonizador y asesino.
Mientras
la corona española atravesaba una grave crisis por la invasión de los ejércitos
de Napoleón Bonaparte, esta fuerza contenida por la tortura, la muerte, se
desató pacíficamente para deponer la Capitanía General, gritar el anhelo de una
República en 1810 y posteriormente firmar su acta de nacimiento en 1811. De
seguido, la guerra con que respondió el imperio español tendió a ser tan
demoledora, que el líder patriota que asumió la resistencia declaró la Guerra a
Muerte en 1813. Hasta 1821 en la batalla de Carabobo, cuando se sella la
derrota definitiva del imperio español en Venezuela, no cesaron las
confrontaciones bélicas entre un imperio obsesionado por mantener su dominio y
un movimiento independentista anhelante de liberar su patria. Simón Bolívar se
llamó el líder que reunió las tendencias libertarias hacia el epicentro del
huracán revolucionario. Sin embargo, hubo un combatiente que despuntó desde una
región esencial de Venezuela para liderar importantes batallas que resultaron
vitales para el triunfo de los patriotas; oriundo de los llanos donde se hizo
leyenda, se llamó José Antonio Páez.
¿CÓMO
ES QUE PÁEZ SE COLOCA EN EL ESCENARIO LIBERTARIO?
Toda
guerra, aunque tenga similitudes con otras, está signada por su carácter
inédito. La guerra de independencia de Venezuela tiene, hasta la fascinación,
una continuidad de huellas recursivas que se implican de manera sorprendente,
siempre ameritando el análisis detallado. Aunque se puede ver de manera lineal,
lo verdaderamente importante es seguir el caos que se produjo a cada instante
motivado a las acciones que surgieron de bando y bando, además, en los
extraordinarios intentos de orden que capitalizaron una victoria definitiva que
no se detuvo hasta Ayacucho (Perú) en 1824. Líderes, caudillos, importantes
militares, héroes que se inmolaron y otros que sobrevivieron, un pueblo que se
incorporó con dificultades y que fue ganando vigor, surgieron a granel; seguir
este camino glorioso aún suscita polémicas, controversias y contradicciones en
el análisis.
Antes
de Páez fue Boves... antes de Boves fue Bolívar con el Decreto de Guerra a
Muerte. También llamado Decreto de Trujillo, fue una disposición de guerra que
elaboró el Libertador Simón Bolívar con varios motivos, aunque la consecuencia
más resaltante resultó ser la agudización de la violencia y el exterminio que
desató los odios de clase. Era un pequeño comerciante dueño de lotes de tierra
del pueblo de Calabozo José Tomás Boves, oriundo de Asturias, España. Tras una
componenda de oligarcas ligados a los patriotas, lo despojan de sus bienes, lo
encarcelan bajo condena a muerte aprovechando los efectos del tempestuoso
decreto. Hasta su desgracia, Boves era llamado el “Taita” por su peonada y se
caracterizaba por tener con ellos una relación afable y cordial. Era empático,
buen bailarín, cultor de la música llanera. El historiador Francisco Herrera
Luque testimonia que simpatizaba con la causa patriota.
Rescatado
de la prisión se convierte en líder absoluto de una fuerza de llaneros a
caballo que ofrece combates encarnizados a los patriotas, sin demostrar mucho
afecto por los realistas. Boves, quien nunca fue simpatizante de la monarquía
española, reúne un ejército de descamisados entre indios y negros de las
diferentes clases desposeídas; en medio de un proceder incansable y violento,
les promete la justicia de un botín inmediato. El impacto del ejército del
asturiano fue tal que se erigió en el causante directo de la Emigración a
Oriente que obligó a huir a los pobladores de Caracas y de la caída de la
Segunda República (1814) por las importantes derrotas que causó al ejército
patriota. Se le señala como el primer anarquista de la historia republicana y
un observante de la lucha de clases, mucho antes de que se le reconociera como
una categoría de la investigación social y del odio de clases que el marxismo
pregonara a posteriori. Boves muere combatiendo en la población de Urica al
oriente del país. ¿Adónde fueron los llaneros que quedaron sin su líder?
Le
corresponde a José Antonio Páez organizar la importante fuerza de llaneros que
habían quedado a la desbandada. Zamarro, mandón, fuerte de carácter, habilidoso
en las relaciones humanas, conocedor de la vida del llano y de las lógicas de
sus habitantes, fuerte para la faena, sin odios desenfrenados, baqueano en el
comercio (cuestión que le adiestró en la paciencia), Páez se relaciona con la
guerra de independencia desde el caos y la violencia imperante. Aplica sus
dotes de líder en su encuentro con aquel ejército invisible, disgregado,
debilitado; necesitado de organización y dirección. Inteligentemente desarrolla
una guerra de guerrillas, una guerra de movimientos, de emboscadas, de
sorpresas contra los ejércitos del general Pablo Morillo al que hostiga sin
descanso. Esta práctica tenaz, terca, vehemente va convirtiendo en leyenda su
iniciativa bélica en propia tierra, amén de que le proporciona la posibilidad
de constituir un ejército numeroso, respetable a los aliados, temible a los
enemigos. Páez se hace General en ese llano arisco, quemante, logrando el
convencimiento de unos combatientes aprendidos en desconfiar de los mantuanos;
consigue que cambien el botín inmediato que les ofreció Boves por la quimera de
la libertad independentista. Obtiene, en supremo trabajo de armas y reflexión,
aprenderle a los llaneros, -acostumbrados a bregar descalzos y sin camisa, a
comer sentados sobre la tierra que los vio nacer- la utopía de una Patria en el
porvenir, orquestada por un general de origen mantuano: Bolívar.
UNA
HAZAÑA QUE NO SE PUEDE BORRAR
Hasta
el siglo XIX, la lanza era una reconocida, respetada y temida como arma de
guerra en las luchas independentistas; era para los llaneros lo que el tridente
para el gladiador romano. Mientras Boves adiestró la lanza en sus combatientes
con la táctica de una lucha encarnizada, frontal, a pecho abierto, a destreza
innata, a grito terrible; Páez ofrece al llanero la utilidad estratégica del
uso calculado de su lanza en la batalla. Con el mismo riesgo, similar
encarnizamiento, el oficial portugueseño va adiestrando a su temible ejército,
a su arrojado llanero en un uso creativo de la lanza para hacerla más letal al
enemigo, más efectiva para la causa. Llanero, lanza y caballo no sólo
simbolizaban la elevada metáfora de una maquina de guerra, además, significaban
una imagen temible al enemigo en la distancia previa a una batalla. Cuando el
Libertador regresa de su obligado exilio en el Caribe, se encuentra con una
estupenda (aunque disgregada) resistencia patriota por los cuatro costados de
la Patria; Urdaneta en Occidente, Mariño en Oriente, Piar en Guayana, Arismendi
en Margarita y Páez en los llanos como sus líderes. Maravillado por sus
hazañas, Bolívar emprende la tarea del diálogo para la congregación en función
de la unidad. Cada uno era un dolor de cabeza; sólo los llaneros podían ser un
aneurisma.
Esforzados
en demostrar su liderazgo, los cabecillas se lanzaban a los combates buscando
influir en la victoria definitiva mientras el Libertador trabajaba por
capitalizar aquellas fuerzas. En ese empeño cruzado, no pocas veces
contradictorio, se presenta la contingencia de enfrentar al ejército del
general español Morillo en el sitio de Queseras del Medio. En la fecha de 2 de abril de 1819 Morillo ve la oportunidad de vengar con creces, todas la veces que el ejército
llanero le había humillado con sus entradas y salidas victoriosas en una lúdica
guerrera que tenían al movimiento y a la sorpresa como esencias mortales. Ante
la sorpresa del mismo general Bolívar, quien observaba los movimientos en el
campo, los llaneros al mando de Paéz se agrupan en ciento cincuenta hombres que
retaban con su presencia a aquel ejército bien apertrechado, ansioso de
contienda, de venganza. Morillo ordena a mil doscientos de sus soldados la
persecución con signo de implacable, sospechando encontrarse de súbito con un
contingente más numeroso. De pronto, cuando ya las fuerzas realistas les daban
alcance, Páez ordena a sus lanceros volver a la batalla bajo el grito de:
“¡Vuelvan Carajo!”. Lo sucedido allí queda en la historia como una de las más
extraordinarias hazañas militares del mundo. Aquellos ciento cincuenta lanceros
cargaron contra un enemigo que le superaba en armas y en proporción de ocho a
uno, léase: 153 llaneros contra 1200 soldados. La furia con que cargaron
aquellos héroes fue recordada años después por los amigos y enemigos
sobrevivientes, como una fuerza sobrenatural que poseía a aquellos hombres
orgullosos, entrenados en lo imposible, invencibles. Las bajas enemigas, en un
primer momento, pasaban de 400 sin contar los heridos. La humillante retirada
fue acompañada por una persecución que remató a muchos en la desbandada. Por la
originalidad en la dirección, el sentido de lo inédito militar, la utilización
de la sorpresa, el uso monumental, simbólico, creativo, temible de la lanza, la
capitalización de la fuerza subjetiva habida en el arrojo, en el empuje, en la
potencia de la causa, hacen que este suceso militar independentista sea
reconocido como uno de los más sobresaliente en la historia militar de los
pueblos. Desde el momento en que terminó aquel bestial triunfo, la leyenda de
su logro se propagó por Venezuela como un aliento poderoso, invencible en los
contingentes patriotas y como una daga mortal en el hígado realista que no
tardaría en hacer metástasis militar. Los patriotas no tuvieron ninguna baja.
El Libertador Simón Bolívar, bajo decreto, reconoció el logro de estos héroes
con justas distinciones.
EL
PERDÓN HISTÓRICO
Seguramente
un destacado, honroso, merecido reconocimiento al bicentenario de la Batalla de
Queseras del Medio suponga el perdón histórico al general José Antonio Páez.
Corresponsable del fracaso del proyecto de la Gran Colombia, conjurado en el
Congreso de Valencia que apuñaló los deseos de unidad del Libertador Simón
Bolívar, aliado tenebroso de Francisco de Paula Santander para rasgar el ideal
bolivariano; ya como Presidente de la República utilizó su prestigio militar
para imponer a una camarilla de oficiales que se adueñaron de las mejores
tierras, dando la espalda a los llaneros que lucharon por la independencia del
Abya Yala. Posibilitó una legislación impositiva draconiana, especulativa que entregó
el comercio a un grupo de prestamistas facinerosos. De soldado llanero se hace
potentado oligarca para expoliar las posibilidades de reconstruir a Venezuela
con justicia, de la terrible guerra que transitó. De “primera lanza del mundo”
terminó despreciado por la clase social, el gentilicio, el pueblo que lo llevó
a la gloria. El acto de reconocer la hazaña de Queseras del Medio supone la
dificultad revolucionaria de perdonar a Páez, porque esta hazaña
independentista no es posible sin su genio. Se trataría de perdonar a Páez
sosteniendo la mirada a la visión de lo imprescindible que fue para la
independencia y al permanente cuestionamiento de lo que terminó siendo como
aliado de la oligarquía y de los nuevos imperios. Perdonar a Páez es no
olvidarlo en sus triunfos militares que enaltecen y en sus tropelías de Estado
que avergüenzan: nada más dialéctico que el perdón.
Sabemos
que la paz ocupa lugar preponderante en estos momentos de resistencia de guerra
económica confrontada en Venezuela. Junto a la política del Presidente Nicolás
Maduro, es importante comprender que el diálogo por la paz es un permanente
objetivo a mantener en estas horas duras, porque es el porvenir de los pueblos
de nuestro Abya Yala y de la Pacha Mama. En Venezuela, la paz es revolucionaria;
paz activa, dialogante, deliberante, democrática. Sin embargo, conviene
reconocer hechos históricos como la Batalla de Queseras del Medio, no sólo como
un souvenir militar, un recordatorio bélico, un momento para los desfiles, sino
como un símbolo de quienes han amado esta tierra y de lo que son capaces de
hacer por defender su independencia. Así como la paz está en todos y todas -se
evidencia en los debates, en las negociaciones con los antagónicos, en los
escenarios internacionales, en nuestros ejercicios democráticos- también la
fiereza, el arrojo, el orgullo, el impulso, la originalidad, el poder de vencer
desplegado en la batalla de Queseras del Medio están en la sangre que corre por
las venas libertarias del pueblo. Las juventudes recientes deben conocer el
poder simbólico que tiene este trazo bicentenario de historia Patria, de modo
que palpen las maneras como nuestros antepasados han sabido luchar por la paz
que hoy defendemos como valiosa herencia.
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